MORANTE CON UN RABO EN LA MAESTRANZA. FOTO DE EL MUNDO/EFE
No escribiré hoy mi mejor reseña taurina. Nunca en este blog pretendí tal cosa desde que en 2005 lo eché a andar. En este blog, como en cualquier intervención radiofónica, televisiva o de prensa escrita que yo haya hecho, siempre lo hice y lo haré para contar las cosas que veo y aprendo del mundo del toro. Y así será hasta el final de mis días.
En un lugar de este blog se escribe que LA TAUROMAQUIA ES UNA FORMA DE VIDA, porque por ella se entrega la vida. José Antonio Morante de la Puebla es un torero, y basta, queda dicho todo. Antes del rabo era un torero, después del rabo será un torero, y como es la tauromaquia su forma de vida, morirá torero y una vez muerto vivirá como torero en el imaginario de los aficionados.
Conozco a José Antonio Morante de la Puebla desde que era un crio, pero él no me conoce a mí, ni falta que nos hace, pero mi obligación como periodista era seguir su carrera (igual que la de los otros toreros) y así lo hice hasta que dejé de estar activo (aunque lo de periodista es como lo de los médicos, nunca se deja de serlo). Conozco a Morante desde que era un crío y quería ser torero y lo conozco desde un ciclo de novilladas en La Malagueta y desde cuando llegó al Gran Hotel de Almería con toda su familia, tirándose por los sofás de los salones del hotel, cansados de un viaje que sería el primero de muchos, pues en aquella tarde de su debut en la plaza de toros de la Avenida de Vilchez dejara dicho su toreo. Y conozco a Morante desde cuando fue a torear a las Ventas un festival y cuando se encerró con seis toros y le dio una pájara tan grande que entró en depresión y hubo de retirarse de los ruedos. Ustedes ya conocían a Morante porque también lo han seguido hasta el fin del mundo, como mi amigo Juan Cintrano que es un confeso morantista y penitente.
Y finalmente conozco a Morante de la Puebla porque ayer cortó un rabo en La Maestranza y yo lo ví por MUNDOTOROTV.
Quizás ayer no fuera el mismo público que no le pidió una oreja el otro día en su primer toro, y él se enfadó con el presidente, quizás no, o quizás si. Lo que sí fue cierto, entonces y ahora, es que Morante es lo que es y el público, el que sea, quiere ver lo que es Morante. Ayer lo vio. Los otros días lo vieron los aficionados,pero ya se sabe que los aficionados no llenamos un autobús.
Estuvo marcado con el número 82 y pesó 515 kilos el cuarto de Domingo Hernández, de justa presentación que cumplió en varas y que en banderillas arreó. Pero la cosa empezó con Morante abriéndose de capote, a la verónica, con la barbilla en el pecho, el compás abierto, embrocado y echando los vuelos al hocico del toro. Le sonó la música. Después de la primera vara hizo un quite por tafalleras (que es lance de alivio) las más estéticas que yo haya visto y nada comparables a las que en ciertas temporadas daba El Juli, o anteriormente Paco Ojeda. ¡Pero qué tafalleras Dios mío! y las remató con una larga lagartijera de olé. Tras la segunda vara hizo su quite Urdiales por verónicas, y Morante le replicó con lances de frente por detrás que fueron un recuerdo de las tauromaquias decimonónicas. ¡Sublime Morante!
El buen toro se dejó hacer todo, por arriba y por abajo, del derecho y del revés y no protestó,¡tal era la catarsis en el ruedo maestrante!
Espectacular Morante al natural. Impresionante en el toreo en redondo. Magnífico en las tandas y en las series que el toro se tragaba sin decir de ni mu. La genialidad de un torero que soñando el toreo nos hizo soñar con él todas las tauromaquias del mundo. Gran estocada. Dos orejas y rabo y vuelta al ruedo para el toro.
Su primer toro se terminó pronto pero el de la Puebla nos regaló unas verónicas que fueron preludio de la sinfonía posterior.
No fue la tarde de Diego Urdiales. El segundo toro fue pitado al arrastre. Descastado, se rajó. Pero el quinto toro si fue un buen toro y encastado pero Urdiales no se acopló, si, dio pases pero el toro se mereció más faena. Recetó buena estocada. Ese quinto no debió escapársele al riojano después del triunfo de Morante. Una apoteosis de un compañero no amilana a otro torero.
Pero quien puso en solfa la corrida fue Juan Ortega en el tercero. Un torito anovillado al que recibió con un ramillete de verónicas lentas que hicieron sonar la música. Después de la primera vara quitó por delantales asombrosamente limpios, y tras la segunda vara Morante quitó por chicuelinas de las de verdad que remató con una media de libro. Replicó Ortega a la verónica lenta, templada y limpia. Y fue en este acto donde se encendió la mecha del triunfo de Morante. El toreo es toreo, siempre, si se quiere hacer bien siempre que el toro regale buenas embestidas. Pero el toro en la muleta se gastó pronto y el trasteo de Ortega no pudo pasar de decidido y estético. Con el sexto, un toro avacado, estuvo bien con el capote y voluntarioso en la muleta porque el toro de bueno pasó a parado.
¡Aquí paz y allí gloria!
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