En el siglo XIX la poesía taurina ya está
consolidada como género. A lo largo de este siglo poetas como el Duque de
Frías, José María de Heredia, Juan María Maury, Duque de Rivas, Arolas, José
Zorrilla, Ramón López Velarde, Palacio o Salvador Rueda Santos, entre otros,
buscarán en la tauromaquia una referencia para sus creaciones, tanto desde
posiciones a favor de la misma como desde posiciones contrarias al arte
taurino.
Muerte del toro
Al clavar de los dardos inflamados
y agitación frenética del toro,
la multitud atónita se embebe,
como en el circo la romana plebe
atenta reprobaba o aplaudía
el gesto, el ademán y la mirada
con que sobre la arena ensangrentada
el moribundo gladiador caía.
Suena el clarín, y del sangriento drama
se abre el acto final, cuando a la arena
desciende el matador, y al fiero bruto
osado llama, y su furor provoca.
Él, arrojando espuma por la boca,
con la vista devórale, y el suelo
hiere con duro pie; su ardiente cola
azota los ijares y bramando
se precipita... El matador sereno
ágil se esquiva, y el agudo estoque
le esconde hasta la cruz dentro del seno.
Párase el toro, y su bramido expresa
dolor, profunda rabia y agonía.
En vana lucha con la muerte impía,
quiere vengarse aún; pero la fuerza
con la caliente sangre, que derrama
en gruesos borbotones, le abandona,
y entre el dolor frenético y la ira,
vacila, cae, y rebramando expira.
Sin honor el cadáver arrastrado
en bárbaro triunfo: yertos, flojos,
vagan los fuertes pies, turbios los ojos
en que ha un momento centellar se vía
tal ardimiento, fuerza y energía,
y por el polvo vil huye arrastrado
el cuello, que tal vez bajo el arado
era de alguna rústica familia
Útil sostenedor.—En tanto el pueblo
con tumulto alegrisirno celebra
del gladiador estúpido la hazaña.
¡Espectáculo atroz, mengua de España!
Ángel Saavedra, Duque de Rivas,
nació en
Córdoba, España en 1791. LuchÓ contra las fuerzas napoleónicas y cayó
gravemente herido, escribiendo en el hospital su conocido romance “con once
heridas mortales”. Por haber participado en un golpe de estado en 1820, se exilió
en Inglaterra, Malta, Francia y Portugal. Dramaturgo, poeta, historiador,
pintor y estadista. Fue extraordinario poeta narrativo que hallo su inspiración
en la historia y tradiciones nacionales. Quizá su mayor aportación sean sus
“Romances históricos”, en los que evoca las glorias del pasado hispano.
“Los toros” fragmento (Romance primero de El conde de Villamediana)
todo Madrid celebrando
con un festejo los días
de su rey Felipe cuarto.
Este ocupa, con la Reina
y los jefes de palacio,
el regio balcón, vestido
de tapices y brocados.
En los otros, que hermosean
reposteros y damascos,
los grandes con sus señoras,
y los nobles cortesanos,
ostentan soberbias galas,
terciopelos y penachos;
las damas y caballeros
llenan los segundos altos,
y de fiesta gran gentío
los barandales y andamios,
jardín do a impulsos del viento
ondean colores varios.
de africana yegua parto,
que de alba espuma salpica
el pretal, el pecho y brazos,
que desdeñoso la tierra
hiere a compás con los cascos,
que una purpúrea gualdrapa
con primorosos recamos,
de felpa y ante la silla,
en el testero un penacho,
la cabezada y rendaje
de oro y seda roja, y lazos
en el codón y en las crines
soberbio ostenta y ufano,
a combatir con el toro
sale aquel señor gallardo.
Viste una capa y ropilla
de terciopelo más blanco
que la nieve, de oro y perlas,
trencillas y pasamanos;
las cuchilladas, aforros,
vueltas y faja de raso
carmesí, calzas de punto,
borceguíes datilados,
valona y puños de encaje;
esparcen reflejos claros
en su pecho los rubíes
de la cruz de Santiago.
Un sombrero con cintillo
de diamantes, sujetando
seis blancas gentiles plumas,
corona su noble garbo.
Con la izquierda rige el freno,
en la diestra lleva en alto
un pequeño rejoncillo
con la cuchilla de a palmo.
Acompáñale dos pajes,
a pie, de uno y otro lado;
y llevan las rojas capas
prontas al lance en la mano:
síguenle sus escuderos
y un gran tropel de lacayos,
los que, por respeto al toro,
se van haciendo rehacios
Valiente, cortas las riendas,
y bajo del rejoncillo el acero,
vase al toro paso a paso.
Éste cabecea, bufa,
la tierra escarba marrajo,
y espera instante oportuno
en que partir como el rayo.
El paje de la derecha,
con grande soltura y garbo,
a la fiera irrita y llama,
la capa ante ella ondeando.
Embiste, pues; el jinete
tuerce el bridón, de soslayo
pasa el toro, el otro paje
con la capa hace un engaño,
y lo revuelve, y de nuevo
lo para.
Determinado
le hostiga de frente el conde;
torna a embestir, rebramando,
el jarameño; parece
que el caballero y caballo
van a volar a las nubes,
cuando de la fiera intactos
en primorosas corvetas
se separan, y con saltos.
Un punto el toro vacila
bramido ronco lanzando,
y desplomase en la tierra,
haciendo de sangre un lago
con el torrente que brota
por la cerviz, do, clavado,
medio rejón aparece,
que el otro medio en la mano
del noble y valiente conde
va al concurso saludando.
Por balcones y barandas,
vallas, barreras y andamios,
formando una riza nube,
ondean pañuelos blancos,
y «¡viva!» el pueblo repite,
y los caballeros «¡bravo!»
y «¡qué galán!» las mujeres,
haciendo lenguas las manos.
La Reina, que, sin aliento,
los ojos desencajados
en jinete y toro tuvo,
vuelve, ansiosa, respirando;
«¡qué bien pica el conde!», dice,
y «muy bien», los cortesanos
repiten. el rey responde:
«bien pica, pero muy alto».
y en el rostro de la reina
clavó los ojos un rato.
ésta demudóse, y todos
los señores de palacio,
en quienes opinión propia
fuera un peregrino hallazgo,
repitieron, no sabiendo
lo que decían acaso,
y de entrambas majestades
queriendo seguir el rastro:
«pica muy bien; mas debiera
haber picado más bajo».
Dos toros más se corrieron,
En que caballeros varios
con gala y con valentía
gran destreza demostraron;
mas es pretender lucirlo
después del conde gallardo,
exceso del amor propio,
cuyos esfuerzos son vanos.
Ser en punto mediodía
las campanas avisaron
de santa cruz en la torre.
en su carroza, a palacio
retiráronse los reyes,
tras ellos los cortesanos,
y aquel inmenso gentío,
la plaza desocupando,
se apiñó en arcos y puertas,
haciendo un todo compacto,
que por las primeras calles
rompió, que luego en pedazos
por otras más dividióse,
después en grupos, que al cabo
reducidos a familias,
muy pronto se dispersaron.
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