Gerardo Diego nació en Santander en 1896.
Poeta y escritor de la generación del 27. Revelo su permeabilidad a las
corrientes vanguardistas en versos de gran musicalidad. Su figura humana y su
obra literaria fueron extraordinariamente versátiles, fue profesor, crítico
literario, articulista en la prensa diaria, musicólogo, pianista y pintor. En
1947 ingresó en la Real Academia Española. Recibió el Premio Nacional de
Literatura, compartido con Rafael Alberti, y el Miguel de Cervantes que
compartió con Jorge Luis Borges.
Molinete
Iniciar un natural
y rematar por adorno
con un giro helicoidal
recreándose en el torno
es tan difícil o más
que el pase hondo y a compás,
porque es sorpresa y es flor,
tal que el toro al dar la vuelta
halla sólo -burla esbelta-
vaga memoria de olor.
Naturales
El toreo se hace hondo,
a un tiempo se abisma y vuela,
cuando va el toro redondo,
atado el cuerno a la tela.
Que naturaleza rija
el pulso y que la sortija
de la suerte se acompase.
De frente, que el toro elija
y dibuje, cierre, exija
base, pase, clase, frase.
Par al sesgo
Doblar bien ceñido el cabo,
siempre barlovento, es
duro, como para el bravo
que lleve el viento en los pies.
Calcula y corta el berrendo,
siempre el rumbo corrigiendo.
Sesga el piloto y ataja,
vuela, devorando millas,
cuadra. Y con dos banderillas
la astucia a la astucia ultraja.
El farol
¿Quién sabe por qué el farol
brota en la cima del vuelo,
por qué se enciende ese sol
de locura y cerebelo?
Gira el torero a la inversa
de sus brazos: gloria tersa
de una seda de amapola.
Que sea lo que Dios diga,
y el huracán por la espiga.
Flor de la furia española.
Elegía
a Joselito
Lenta la sombra ha ido eclipsando el ruedo.
Ya grada a grada va a colmar la plaza.
Vino triste de sombra, vino acedo
tiñe ya casi el borde de la taza.
Fragilidad, silencio y abandono.
Cobra el gentío un alma de paisaje
mientras siente el torero hundirse el trono
y apagarse las luces de su traje.
José, José, ¿por qué te abandonaste
roto, vencido, en medio a tu victoria?
¿Por qué en mármol aún tibio modelaste
tu muerte azul ceñida de tu gloria?
La verónica comba, el abanico,
la larga caligráfica y precisa,
el galleo -a los hombros el hocico-
y el arrancar -trofeo- la divisa.
El quiebro repetido, el par al sesgo
o en diametral oposición forjado,
dibujando en la arena, a flor de riego,
un radiante teorema entrecruzado.
Y las órbitas rojas de los pases
ceñidas siempre en torno a tu cintura,
y el fulminar tu espada en tres compases
una vida burlada en escultura.
La lidia toda, atada y previsora,
sabio ajedrez contra el funesto hado.
Gesto de capitán, cómo te llora
la cofradía del aficionado.
Y todo cesó, al fin, porque quisiste.
Te entregaste tú mismo; estoy seguro.
Bien lo decía en tu sonrisa triste
tu desdén hecho flor, tu desdén puro.
Torerillo
en Triana
Torerillo en Triana,
frente a Sevilla.
Cántale a la sultana
tu seguidilla.
Sultana de mis penas
y mi esperanza.
Plaza de las Arenas
de la Maestranza.
palcos de oro.
Quién viera a las mulillas
llevarse el toro.
Relumbrar de faroles
por mí encendidos.
Y un estallido de oles
en los tendidos.
Arenal de Sevilla,
Torre del Oro.
Azulejo a la orilla
del río moro.
Azulejo bermejo,
sol de la tarde.
No mientas, azulejo,
que soy cobarde.
Guadalquivir tan verde
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso.
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces.
No embarca la chalana
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase.
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla.
Prieta para el toreo
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje.
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el miura
el arco que le enhebro
con la cintura.
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla,
Torre del Oro.
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Si salgo en la Maestranza,
te bordo un manto,
Virgen de la Esperanza,
de Viernes Santo.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo
tu seguidilla.
Yo canto al varón pleno,
al triunfador del mundo y de sí mismo
que al borde -un día y otro- del abismo
supo asomarse impávido y sereno.
Canto sus cicatrices
y el rubricar del caracol centauro
humillando a rejones las cervices
de la hidra de Tauro.
Canto la madurez acrisolada
del fundador del hierro y del cortijo.
Canto un nombre, una gloria y una espada
y la heredad de un hijo.
Yo canto a Juan Belmonte y sus corceles
galopando con toros andaluces
hacia los olivares quietos, fieles,
y -plata de las tardes de laureles-.
Canto un traje –bucólico- de luces.
"El Cordobés" dilucidado
“El Cordobés”
- ¿lo ves?,
¿no lo ves?-
no es lo que es,
es lo que no es.
“El Cordobés” es un estratega
y de tanto como se entrega
y se arrima
las balas le pasan por encima.
“El Cordobés”
es el toreo al revés
y es el mechón de través
y la muleta rabieta veleta
pero sujeta
- derecha, izquierda - a la escondida rima
que de eco en eco canta y se aproxima.
“El Cordobés”
es el bordón reñido con la prima
y la mecánica muñeca
que tuerce y quiebra la embestida seca.
“El Cordobés”
es el toreo en inglés,
en danés
y en pequinés
y en volapuk y sin mover los pies.
¿Si no te quitas tú te quita el toro?
A “El Cordobés” el toro no le quita.
“El Cordobés” imita la mezquita
menos cuando andando, andando
se va del toro y es Pasos Largos con todo el
alijo
por Sierra Morena
- “adiós, mi hijo”,
dice a mi lado una chilena -.
Él es rural y tónico y sonoro.
Bendito sea “El Cordobés” de oro
y sus salidas por Úbeda carrera
y cuando sale el sol por Antequera.
“El Cordobés” hereje
excomulgado sin concilio exprés
por su tejemaneje
y porque suma: dos y dos son tres.
“El Cordobés” de puja y de subasta,
de espaldas y al trasluz, al sesgo, al bies,
que se inventa con casta
el toreo que es porque no es.
“El Cordobés” no sabe ya si existe
y se palpa y se suena y se jalea y
en rapto como Elías por el cielo se pasea.
Y tú, recalcitrante negativo y triste,
vete a ver al fenómeno y al noúmeno
y apúntate catecúmeno
de la flámula y la fe de “El Cordobés”.
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