JUAN JOSÉ TRUJILLO. HOMENAJE A UN TORERO GRANDE
Por Agustín Hervás
Onda Cero Radio
No me atreveré a hacer un resumen de la feria de Sevilla, ni tan siquiera un balance. Aquí mismo, en este cajón del universo, quedan reflejados mis pensamientos sobre lo que ha ocurrido en el ruedo más soñado del mundo.
Solo una cosa diré: la emoción, sentimiento ardoroso y noble, ha brillado más por su ausencia que por su comparecencia, y sin embargo la hubo en intensas gotas que el aficionado supo apreciar.
Para los malagueños que no profesamos ese provincianismo casposo y trasnochado, que identifica más los sentimientos contrarios a los otros, que los compartidos con los otros, como debería ser, la emoción la hemos encontrado en las dos tardes en las que compareció un torero de Málaga en el ruedo maestrante.
Aplaudido por todos. Por lo tanto, insisto, nada provincial el sentimiento, Juan José Trujillo brilló en esencia cuando lidiaba y cuando banderilleaba.
Manolo Ortíz con victorinos arriba, abajo con un Miura
Conocemos a Trujillo desde que empezaba en esto. Lo conocemos desde que comenzó a dar los primeros pasos en los albores de la Escuela Taurina de Málaga que entonces comandaba Manolo Ortíz junto a un grupo de románticos enamorados del toro y profesionales. Gaspar Jiménez, padre del hoy matador de toros, Jiménez Fortes, entre otros. Allí aprendió a manejar el capote, a matar toros, a banderillear. Allí se fijó en uno de los toreros más completos, artistas y retrecheros que esta tierra haya dado. Manolo Ortiz un torero grande.
Manolo Ortíz con un Miura en Pamplona
Tomaba en Sevilla, en la mismísima Sevilla, Trujillo su capote, y lo abría, y lo templaba en los mismísimos pitones del toro de Victoriano del Río. Y pasaba el toro por el percal como sinfonía de ritmo al galope, y de repente otra caricia de la tela definitiva para la suerte de las banderillas de su compañero. Y era un hervor la Maestranza, era un lujo de oficio consentido por su maestro. Y en mi recuerdo otro torero grande, porque grande fue su magisterio que trasmitió al discípulo. Manolo Ortíz ha templado los toros mejor que nadie, y ha trasmitido su temple.
Aquella tarde en Sevilla, es decir, un día cerca de nuestra historia intima, la gloria de una cuadrilla brilló a los pies de La Giralda que como se sabe es madre de artistas. Aquella tarde la bonhomía de Manzanares triunfó en el toreo.
Aquella tarde en Sevilla, es decir, un día cerca de nuestra historia intima, la gloria de una cuadrilla brilló a los pies de La Giralda que como se sabe es madre de artistas. Aquella tarde la bonhomía de Manzanares triunfó en el toreo.
Y veía a Trujillo y veía a Manolo, también en la segunda tarde con el Cuvillo. El Truji se iba a la cara del toro con los palos en las manos, los brazos caídos. Lo veía cuando se perfilaba con el medio pecho y se arrancaba al cuarteo sacando el par desde la profundidad de la tierra para luego destapar la cara y dársela al toro, y engañarlo y mirarlo y mentirle cuando salía, retrechero y torero, andando, con el par ya puesto, burlado y más que burlado al fiero. Aquello era un clamor, y ardían las palmas en Sevilla, y Trujillo era Manolo, y Manolo era Ortíz, y hervía la sangre, la que llama a la casta y al arte, a la gloria y a la parte de esta que en Málaga se empezó a escribir.
No diré yo, aunque me lo parezca, que todo aquello era igual que entonces lo hacía Manolo Ortíz, pero ¡vive Dios Manolo que enseñaste bien al zagal! ¡Vive Dios Truji, que aprendiste bien!!