El acoso
En los campos de Tablada,
que al pie de Sevilla tienden
como alcatifas lujosas
sus praderas siempre verdes,
sobre ruedas y caballos
bullen damas y jinetes
y en los lances del acoso
se interesan y divierten.
En competencia los hombres
van rigiendo los corceles
que adiestrados y briosos
en un palmo se revuelven;
y se entablan desafíos
de arrogancia en las mujeres,
en cuya faz, la mantilla
tiende red sobre claveles.
¡Qué alegría en los semblantes!
¡Qué tersura en el ambiente!
¡Qué bien quiebra el sol sus rayos
sobre trajes y caireles!
Perseguido por un potro
de rojiza piel luciente,
donde un mozo como un bronce
agilísimo arremete,
desde el fondo del paisaje
viene huyendo la gente
un novillo sudoroso
que veloz los vientos bebe.
El tropel que le persigue
de caballistas alegres,
estratégicos le acosan
con carreras diferentes;
y el más mozo, el más gallardo
junto al tren donde ella tiende
los gemelos, suspendida
del intento que a él le mueve
quiere echar a tierra, airoso,
a las res que se defiende
y que al fin junto a una hermosa
atraviesa de repente.
Entonces, fiero, orgulloso,
a los vientos ambas sienes,
bajo traje bien ceñido
amparado el cuerpo fuerte
y amarrado el pecho ansioso
por jirón de seda leve,
listo aferra la garrocha
el intrépido jinete,
y da en tierra con el toro,
que en el suelo se revuelve.
Un aplauso, en que se juntan
con los vítores ardientes
las palmadas repetidas
del concurso inteligente,
el bizarro lance premia,
y en seguida se promueven
comentarios y disputas
sobre el toro y el jinete.
A la suerte consumada
otros lances se suceden,
y con salvas de champán
suenan dimes y diretes.
La dorada manzanilla
los semblantes enrojece
y la merienda elegante
devora a pulso la gente.
Hay mil brindis calurosos
en mil labios diferentes,
y hay un sol, que su alegría
en el rico cuadro tiende.
Sigue la fiesta española
hasta que el día oscurece,
y empieza el regio desfile
de figuras y caireles…
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