EL
MAESTRO DE SINGILIA BARBA
Por
Agustín Hervás
Periodista
Aquella
tarde de agosto del 92 debía ser como cualquier otra tarde de feria,
y ¡vive Dios que no fue un sueño ni uno de aquellos espejismos con
que el estío de aquel calurosísimo año nos envolvía!
Después
de la comida con la que Agustín, el dueño del bar Nerva, nos
obsequiaba a los tertulianos, a Mariví Romero, Angel Guerrero y a
mí, los aromas del buen café y del Glenfiddich aparecían en
momentos de nervios, justo antes de abrir los micrófonos de Onda
Cero Málaga, para, como todos los días de feria, empezar la
tertulia taurina a las ondas de una frecuencia modulada en compases
de pasodobles y olés.
Más
un rumor nos turbó.
De
su Antequera del alma, pasión y vida por siempre, llegó apurado y
sudoroso nuestro compañero Ángel Guerrero. Sus múltiples
quehaceres pasionales y vitales, que siempre vinculó a su vida como
parte del aire que le era necesario para su existir, le hacían
llegar justo a tiempo de entrar en antena. Aún así, siempre
encontró minutos para saludar e intervenir en la pre tertulia, y
viéndonos tan azorados preguntó:
.-
¿Ha pasado algo?
Mariví
y yo, aún ultimábamos detalles del guión y de la conexión con el
estudio, con el técnico de sonido, y alguien de la mesa debió
decirle que el rumor era sobre un suicidio, del que nunca tuvimos
confirmación oficial, y que el murmullo ferial había tapado por
sevillanas, verdiales y tragos de rebujito, y cuya noticia llegó
hasta nosotros debido a la presencia como tertulianos de varios
policías que fueron invitados por ser delegados gubernativos en los
espectáculos que se celebran en La Malagueta. Reaccionamos con la
perplejidad inmediata de la empatía y al silencio de algunos, se
unió la opinión de otros hasta que Ángel tomó la palabra con una
certeza superlativa. En realidad, como si de una figura del toreo se
tratara, Ángel Guerrero tuvo su mejor tarde. A decir verdad, Ángel
fue una figura de las ondas y de la palabra y a pocos he tratado con
la agilidad mental que atesoraba. Y fue entonces cuando nos
sorprendió con esta aseveración que no era otra que la de un hombre
sabio llegado de un pueblo sabio, pues sabia es la ciudad del Torcal
si las arrugas de sus piedras son las arrugas de las almas nobles que
la sustentan.
.-
¡Es una lástima! Estamos en feria y quien realmente ha perdido ha
sido él o ella. No creo que el suicidio sea una solución. Tenemos
que acordarnos que el que se suicida lo hace por algo que le pesa en
ese momento. Y normalmente ese momento, pasa.
En
el bar Nerva fue el silencio en una fracción de tiempo indeterminada
y el olor a café embriagador llenó la otra fracción, tanto que nos
invitó a la acción de charlar. El café tiene ese misterio, invita
a muchas cosas, como a charlar, a fumar, a besar, a sentir, a soñar…
debe ser su textura, debe ser su magia, su esencia… el café Nerva,
el momento... nos puso a todos los tertulianos en la fase
participativa de una feria taurina que iba tocando a su fin.
.-
Dicen que ha sido por amor – alguien apuntó –
Y
Ángel con ese sexto sentido periodístico que le caracterizaba dijo:
.-
El verbo amar es todo un universo y el te quiero del verbo amar se
debería comprobar, porque decir te amo no es un aserto científico.
.-
Olé, si no fuera por el hecho tan triste te besaría… has estado
sembrado
.-
Besarme no, pero un abrazo… ¡venga!
La
tertulia taurina arrancaba con sensaciones positivas. Así era Ángel
Guerrero, capaz de insuflar a las gentes la alegría necesaria para
cambiar los pitos por los aplausos, en tardes de dudosa sintonía. Y
ya todos compartimos, como cada tarde, interesantes temas,
personajes curiosos, que opinaban, opinábamos, sobre lo
transcurrido en el ciclo ferial, el antes y el después de los
festejos, el análisis de lo que los toreros hacían en el ruedo… y
una vez más en una sentencia Ángel definió la feria de aquel
hermoso año del 92:
.-
En algunas faenas de esta feria ha pasado que los toreros han tardado
en encontrar el sitio y casi han perdido todo. Otros sucumbieron en
el intento, y los que lo vieron más claro, triunfaron.
¡Irrefutable!
Aquella
tertulia, como todas las tertulias que Mariví Romero, Ángel
Guerrero y yo, presentábamos en los albores de la última década
del siglo pasado, bajo el prisma de la verdad que en periodismo suele
ser, salvo excepciones, la insignia de la profesión más “valiente”
del mundo, fue la tertulia en la que Ángel Guerrero se nos mostró
como un maestro, pues esa originariamente había sido su profesión,
y a fe que lo era.
.-
La verdad nos hace libres, que se dice en las Sagradas Escrituras,
pero la verdad para quien la dice se puede convertir en puñalada
trapera y para quien la recibe una cuchillada en la yugular.
Este
era su parecer sobre la verdad a la que nunca en el tiempo que
trabajamos juntos faltó, y en el vídeo que acompaña a este
artículo se hace notoria su profesionalidad, su coraje y su entrega
al periodismo, a modo de editorial y a causa de una critica que de un
oyente oyó en una cervecería. Pasión, dominio del verbo y amor por
su trabajo.
Sé
cuanto amaba Ángel a Antequera: “Amar a Dios sobre todas las cosas
y a Antequera, casi tanto como a Dios”, y sé lo que Antequera
amaba a Ángel, lo nombró su hijo predilecto. Muy pocas veces se
puede encontrar simbiosis tan pura.
Su
muerte me pilló en un largo viaje donde la tristeza no se apartó de
mí. Y cosas del destino, aquel mes de noviembre también murieron
Fidel Castro, Leonard Cohen y si me lo permiten los demócratas
americanos, pues Donal Trump les ganó.
Hace
unos días que supe que El Sol de Antequera celebra este año su
centenario. Ángel fue su director desde el año 1982 y entonces,
como impulso, sentí que tenía que escribir este artículo, pues muy
pocas veces uno encuentra en su vida ángeles que nos ayuden en la
travesía, y para mí supuso una fuente de aportación personal y
crecimiento. Nada más que en este modesto articulo que en su pergeño
llega ya a su fin, encontramos la templanza con la que expuso su idea
sobre los que deciden arrebatarse sus vidas, el juicio al definir el
amor, la ponderación al resumir las faenas de los toreros de la
feria y la sabiduría en su teoría de la verdad.
Radiábamos
las corridas a tres voces, contábamos lo que veíamos y aún
contábamos más, pues a Ángel siempre le salía la vena pedagógica.
Disfruté
y aprendí trabajando con él, igual que estoy seguro hoy disfrutan
trabajando y aprendiendo aquellos que beben del legado que nos dejó
en El Sol de Antequera, notario de la historia viva de un pueblo de
civilizaciones.
En
su centenario, ¡larga vida al Sol!, ¡larga vida a Singilia Barba!
Antequera.
¡Felicidades!