Juan Galacho, voz de la conciencia del aficionado, me apremia a publicar una antología de picadores. A Juan no le falta razón pues dentro de la fiesta moderna esta suerte podría tener los días contados. En realidad, siendo generoso, para un 10 % de toros que se lidian en la temporada suscestibles de ser picados como mandan los cánones, el resto de los toros podrían pasar sin ir al caballo, con lo cual ahorraríamos costes al espectáculo, suprimiendo la suerte de varas, e irritaciones a los espectadores que inmediatamente se sensibilizan con el toro, pitando al picador. Como se sabe, cosa que ocurre muy frecuentemente, los buenos picadores están en sus casas y los pesebreros actúan con la desidia que los matadores les ordenan. Para decir verdad, hemos llegado a este estado irrisorio de la primera suerte de la fiesta porque ni a los interesados les ha picado el amor propio para dignificarla, ni la autoridad ha exigido su decencia. Sólo afortunadamente en las plazas de primera categoría se obliga a ir dos veces al caballo aunque simplemente sea para hacer el paripé. Quizás, bien analizado, hayamos llegado hasta aquí, porque todo el toreo se ha empeñado en hacernos creer que un toro es bravo solo en su juego en la muleta, desplazando la suerte de varas como icono principal para saber si un toro es bravo o no.

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