LOS APOSTATAS
Por Agustín Hervás
Onda Cero Radio
Seguramente el Domingo de Resurrección es un buen domingo, un buen día, para apostatar. Pasada la pasión quizás haya un huequito en las exhaustas y flageladas mentes para reconsiderar la vida Católica y Romana que llevamos dentro y fuera, y quizás concluyamos que "pa lo católicos y romanos que somos, que mejor apostatamos".
En el toreo igual. Tal y como está esto, el Domingo de Resurrección es un buen día para apostatar.
Yo no apostato. Que apostaten ellos, ellos los taurinos que con sus arteras artes se meten a los políticos, que legislativamente controlan la fiesta, en el bolsillo y a pesar de las sugerencias de un grupo de veterinarios Pancho de Estepona a la cabeza y un presidente, Luis Rodríguez que actúa en Marbella, de hacer controles antidoping a los toros y caballos, de enviar pitones a Majadahonda, y emplear severidad con los infractores, la única respuesta que reciben es que las cosas están bien como se han quedado en el nuevo reglamento y que a Andalucía eso le saldría muy caro. ¿Y no son caras las entradas de este depauperado espectáculo?
Yo no apostato. Que apostante los toreros que se dicen figuritas rehuyendo responsabilidades de plazas importantes y encerrándose con becerros en plazas de primera categoría, si es que Málaga fue alguna vez de primera. La apostasía que la hagan ellos, estos y aquellos que cambian esta sin par fiesta por un ruedo circense en el que prevalece la danza sin nombre, el oprobio del toro bravo, y las mulillas hipnotizadas.
Yo no apostato. Yo, si es preciso, donde sea, diré que soy español y amante de las corridas de toros con su alegría, su emoción, su arte y su tragedia, porque nunca en ningún otro espectáculo cómo este se derrama sangre de verdad. La del toro porque es ejemplo de orgullo, gallardía y bravura, otrora sinónimos de lo español. La del torero porque es ejemplo de humildad, cosa que hoy en día se escurre entre los dedos de las manos de la ética. Porque no hace mucho tiempo las manos de los españoles servían para algo más que aplaudir sin saber lo que se aplaude, pongamos por caso en una plaza de toros.
Si, este día de Domingo de Resurrección es el día de los apostatas. Pero yo no apostato. Suerte que me dicen al terminar Málaga, que Talavante ha salido por la Puerta Grande de Las Ventas. Ahora apostato menos.
En la corrida de Málaga se han acordado de Miguel Márquez. Un minuto de silencio. Debieron comunicarlo por los altavoces. En el cartel los empresarios y el hermano de uno de ellos. Los toritos de Zalduendo impresentables para una plaza de primera. El Tato, veedor, no sabe ver toros para Málaga. El presidente, el éticamente incorrecto, Enrique Moya, debió rechazarlos todos, se que hubo rechazados, pero también sé que no se puede ser presidente siendo arte y parte de esto. Moya, dicho queda, y repetido cuantas veces sea necesario, no es idóneo para ocupar la presidencia de La Malagueta porque es Presidente del Colegio de Veterinarios. Se ve que la ética brilla por su ausencia no sólo en quienes aceptan cargos así, sino en quien los ofrece, que en este caso es un político del Partido Socialista, señor Marcos, Subdelegado del Gobierno. Caso igualmente falto de ética el nombramiento de Ana María Romero, como presidenta, porque es funcionaria de la Diputación, arte y parte, la Diputación es dueña de la plaza, y hay a las puertas otra incorrección ética pero habremos de esperar para confirmarla. Las mentes ayunas de ética, repito, las que aceptan como las que ofrecen, son cánceres de la conciencia que transforman al hombre en depredador irracional situándolo en un camino selvático y errático de lo humano. Todo se puede, todo vale. ¡Así nos luce el pelo!. Si a estos niveles ocurre esto, ¡que no ocurrirá en los que rigen los destinos de estado!
No tuvo el mejor lote pero Cayetano me ha decepcionado, me piden que lo espere, lo esperaré, pero hoy con los ¿novillos? que le han tocado en ¿suerte? debió haber echado el paso adelante y no lo echó, ¡que le hubiéramos visto algo! Pero ¡nada! Algo que tiene, y es importante que lo tenga porque es de torero caro, hoy no lo ha tenido, se llama empaque. No pudo ahormar al calamocheador tercero. No le cogió la distancia al mejorable sexto, que empezó con tornillazos y terminó metiendo la cara.
A Rivera Ordóñez le anotamos solo una buena tanda de muletazos por el pitón derecho en el que hizo segundo y otra templaza por naturales. La siguiente que dio por el izquierdo la dio de frente y resultó más deslucida. Mal con los palitroques quitándole discretamente el Lili el peligro de la tontería de querer imitar al Fandi parando los toros por la testuz. De aquí se llevó la única oreja, barata, de la tarde. Este tipo de orejas las piden los públicos con criterio de plaza de carros. Los de primera, después de ir a la escuela y haber aprobado la reválida, están más preparados para discutirle las ganas a los que creen que ir a una corrida de toros es como ir a la verbena a bailar con cualquiera. Y el presidente igual, sin criterio. Debió discutir más la concesión de esa oreja y, como tantas otras veces se hace, pasarse por el arco del triunfo esa otra tontería de que la primera oreja es del público. Con el quinto toro, que no terminaba de romper, Rivera se metió hasta que lo desengañó y lo terminó de poner peor.
Del otro empresario, Javier Conde, habría que decir que no fue su tarde, pero preocupa que vayan siendo ya muchas tardes las que no sean su tarde. Por eso habría que ir pensando en si no será el momento de darle la razón a aquellos que decíamos que a pesar de que Javier tenga por toreo otra tauromaquia que no es la comúnmente conocida, estudiada y enseñada en las aulas de La Tauromaquia, la suya no tiene la fuerza como para que si por un casual suena la flauta una tarde, borre el centenar de las que no sonó. No cabe duda que el lote fue el suyo. Con un primero que le sorprendía en cada arrancada, esa arrancada que tiene la casta de lo de Domecq y que los toreros medrosos dicen que es violencia y los aficionados decimos que es fiereza. Que por cierto no sirve para divertirse y si para emocionarse. ¡Ven otra cosa que se empeñan en cambiar del toreo, la emoción por la diversión! Pero el toro que descubrió a Javier y que por la noche no debió dejarlo dormir fue el cuarto. ¡Señores, un toro bravo, casi "na" del peluquín! Narrador de nombre y con el 150 en los costillares. El toro muy en Jandilla cumplió sobradamente en varas, lo que es hoy en día ese tercio que se nos hurta, galopó en banderillas y a la muleta fue con fijeza allí donde lo llamara el matador. Claro al arrastre fue ovacionado. Conde no le cortó nada que sin duda su publico hubiera pedido, porque lo pinchó con tanta insistencia que alguno en el tendido se preguntaba si lo hacía por inteligente, sabiéndose haber estado por debajo del de Zalduendo, o por haber tenido en su muñeca la gravedad del hueso. Sea como fuere ese toro cuarto debería replantear la tauromaquia de Conde, a muchos aficionados y sobre todo al torero mismo.
09 abril 2007
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