12 abril 2007

LA AMENAZA DE DON TANCREDO (lo social)

El Bombero Torero y sus enanitos, categoría del toreo cómico.

LA AMENAZA DE DON TANCREDO.- Por José García
(lo social)
La sociedad actual parece reñida de plano con la fiesta taurina, a la que muchos no dudan en tildar de bárbara excrecencia de tiempos oscuros, propia de una España patilluda y navajera, de un país con disgregadas comunidades rurales regidas por unos valores y normas o pautas de comportamiento en absoluta disimilitud con las vigentes en nuestra actual sociedad masificada, multicultural y tecnológica.
Aparentemente todo parece dar la razón a los que así opinan, a los que señalan lo caduco de la Fiesta de toros -¡ni se nos ocurra llamarla Fiesta Nacional! - en un mundo regido por relaciones masivas e impersonales, dominado por el cambio constante, el consumo indiscriminado y una información generalizada, con unos "mass media" conformadores de opinión que, aunque pueda parecer lo contrario, cada vez es más uniforme y homogénea, más tendente a que todos asimilemos el modelo cultural imperante, definido por las notas de adaptación a prototipos predeterminados de competitividad y utilitarismo, donde lo afectivo se desdeña, lo bello no sirve y la individualidad se sacrifica en el altar del anhelado éxito social; una sociedad, en suma, donde lo importante es tener y no ser.
¡Curiosa contradicción la de nuestros días! : nunca hubo una sociedad tan masificada y con sus individuos tan aislados, tan plural y uniforme al unísono, tan diversa y homogénea al mismo tiempo; nunca como hoy nos supimos tan libres y, a la par, de comportamientos tan gregarios en nuestras aficiones y costumbres, nunca, en definitiva, tuvimos tanta fe en la ciencia y tan poca en la magia.
La magia, el mito, la explicación de la realidad de forma distinta, de manera alejada del racionalismo que todo lo funda en el empirismo científico. La fe en la ciencia nos lleva a la ilusoria fe en el progreso perpetuo; la fe en la complejidad mítica, entendida como explicación profunda del ser humano y su herencia cultural, nos lleva a la fe en el hombre.
Eso es la tauromaquia: fe en el hombre, en el hombre individualizado que se atreve a desafiar -impune y gratuitamente la mayor parte de las veces- a la dualidad vida-muerte que el toro representa.
He aquí una evidente exaltación del individuo frente a lo gregario; una comunidad –el público- se identifica con el torero y se conmueve profundamente con su victoria, con la victoria de la vida y la belleza sobre la muerte, que es la victoria de todos.
Eso es el toreo, por eso vive y pervive, porque es mágico, porque satisface profundos anhelos del alma humana, porque nos ayuda a identificarnos y a reconocernos en los demás, porque une sentimiento y razón, porque, en definitiva y a diferencia de muchas religiones, no humaniza lo divino y lo introduce en la historia, sino que diviniza lo humano y lo eleva a la libertad y la belleza.
Una frase de Rafael "El Gallo" lo expresa muy bien: "Torear es tener un misterio que decir y decirlo". Algo muy difícil es eso de decir con sabor lo que se sabe.
Sin embargo, cuando este arte tan joven arriba al siglo XXI, al día de hoy, son muchos los interrogantes y amenazas que se ciernen sobre la Fiesta, amenazas e interrogantes que habrá que analizar desde una doble perspectiva: ¿cómo es nuestra actual sociedad, cómo es y cómo está hoy el toreo?.
¿Cómo es nuestra sociedad?. La llamada sociedad de masas, multicultural, tecnológica y avanzada, la sociedad postindustrial y de la información habita entre nosotros desde hace tiempo. Una sociedad que se caracteriza, como ya apuntábamos al principio, por el cambio social acelerado, el consumismo desaforado, la pérdida de valores tradicionales y la asunción de otros nuevos caracterizados por el utilitarismo y la competitividad, con unas relaciones entre los individuos múltiples y frecuentes pero cargadas de frialdad, impersonalidad y sin implicaciones afectivas. Una sociedad, en suma, donde convive una cultura dominante con múltiples subculturas, una sociedad compleja, donde los cambios son tan rápidos que muchos de sus miembros sufren el fenómeno del llamado "rezago cultural", esa desagradable vivencia de no entender lo que pasa por quedar varados en concepciones y modos de vida ya anticuados para la mayoría. Una sociedad donde la transculturación y la aculturación están a la orden del día, o lo que es igual, donde culturas ajenas y más poderosas te imponen nuevas pautas y reglas, y los vencidos se ven obligados a ir abandonando las propias. Una sociedad en la que, para mantener la producción y el consumo, se crean continuamente necesidades artificiales.
¿Ejemplos?: tenemos un montón, baste con fijarnos en cómo se relaciona nuestra juventud con el alcohol, abandonando la sabia cultura mediterránea de la vid y abrazando la anglosajona y protestante, que asimila bebida con pecado y consume coca-cola de lunes a jueves, emborrachándose hasta el coma en viernes y sábados; eso sí, a oscuras y a hurtadillas por mor de la mala conciencia. O fijémonos también en la homogeneización de gustos y aficiones a la hora de consumir alimentos foráneos, o en la obsesión por vestir determinadas marcas emblemáticas; y qué decir de las falsas necesidades creadas por la multinacionales para hacernos gastar estúpidamente el dinero en cosas y artilugios completamente inútiles (¿conocen ustedes algo más necio que comprar uno de los cuarenta millones de "tamagochis" que se han comercializado en el mundo?).
Podríamos extendernos también en problemas tan graves como la fabricación y el consumo desaforado de drogas sintéticas, que no son más que el síntoma alarmante y enfermizo de una sociedad que todo lo engulle y saca de su contexto natural el uso y la relación con sustancias que son ajenas a su modelo cultural y a su historia.
Para colmo de males, vemos que hasta el delito se reviste de nuevas modalidades, se nos hace internacional y trasnacional, organizado y estructurado, sorprendiéndonos a diario con crímenes espeluznantes que nunca habíamos padecido.
Pero no, no estamos aquí para esto, sino para analizar la Fiesta de los toros, pero, eso sí, sin olvidarnos de la realidad en que vivimos y que es muy distinta -y más que lo va a ser- a la de hace tan sólo treinta años. Para muestra baste un botón: algunos expertos calculan que, dentro de diez años, la cuarta parte de la población en nuestro país será foránea, inmigrante y, por tanto, perteneciente a culturas muy diferentes de la nuestra.
Por otra parte, las encuestas y estudios nos dicen que, al día de hoy, los toros y el toreo no son aceptados mayoritariamente por nuestra sociedad, sino que cuentan con el rechazo de segmentos de la población cada vez mayores. Para completar el panorama no podemos obviar el hecho de pertenecer a la Comunidad Europea, donde ya se estudian iniciativas para, por ejemplo, prohibir la retransmisión televisiva de las corridas de toros en función de su inapropiado horario para los menores, todo ello sin olvidar que, al ser las Comunidades Autónomas las que asumen las competencias taurinas, más de una de estas Administraciones se muestra beligerante contra la Fiesta, como es público y notorio desde hace tiempo, cuando no se dedican a establecer preceptos contradictorios o divergentes del vigente Reglamento Taurino.
Luís Antonio de Villena, poeta, novelista, ensayista y crítico literario, afirmaba en mayo de 1998: "No creo que haya que prohibir las corridas de toros; sencillamente pienso que hay que olvidarlas por antiguas, por primitivas y por crueles".
En esta frase se encierra la lúcida visión de alguien que percibe que los cambios en el entorno social pueden bastar para acabar con nuestra Fiesta, sobre todo si tal frase la ponemos en relación con el acertado análisis realizado por Tierno Galván en 1950, cuando definió a los Toros como un acontecimiento social, es decir, como algo más que un mero acto social libre y reflexivo, sino como un grupo de componentes constitutivos de la realidad social caracterizados por un peculiar carácter de exigencia, en cuanto requieren, no ya que nos adhiramos a ellos, pero sí que nos definamos ante ellos.
Esta peculiar exigencia surge porque el acontecimiento preincluye una cierta concepción del mundo que se pone de manifiesto merced al poder de exclaustración de los sentimientos primigenios propios del acontecimiento mismo. Nuestras procesiones y las corridas de toros son dos ejemplos de acontecimientos sociales en nuestro entorno cultural.
En estos casos, subyacentes a cada uno de dichos espectáculos, dentro de la comunidad en que radican, existe una concepción del mundo que les da sentido, de forma que "si tal supuesto desapareciese, el evento perdería el carácter de acontecimiento y quedaría en puro espectáculo, es decir, en la visión de algo que no implica, de parte del espectador, la toma de una actitud radical de aceptación o repulsa por exigencia intrínseca al espectáculo mismo".
Don Enrique Tierno percibió claramente que "los toros son una constante en la historia de España, y en algunos periodos de la misma, el acontecimiento en que mejor se expresaba la remota unidad de sus distintos pueblos".
Por todo ello, la Fiesta de los toros no podría haber resistido durante siglos todo tipo de prohibiciones y persecuciones legales si tras ella no hubiese más que la pura espectacularidad, si no reflejara, como ha reflejado hasta ahora, nuestro modo de ser colectivo, un modo de ser que forma parte imprescindible de nuestra personalidad y privativo patrimonio cultural, al que, según los más alarmantes síntomas, estamos ya empezando a renunciar.
Y ése es el peligro: que nuestra forma de ser, estar y entender el mundo y la realidad parecen estar cambiando. Que nuestra Fiesta está dejando de ser un acontecimiento social y se configura como un mero espectáculo; y del espectáculo a la trivialización hay tan sólo un paso muy pequeño.
(continuará)

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