LA AMENAZA DE DON TANCREDO, por José García
(lo taurino)
Pero, claro, nos queda por examinar el estado de la Fiesta en sí misma, interrogarnos sobre cómo está el Toreo.
En el diario El País, en septiembre de 1999, escribía Antonio MUÑOZ MOLINA: "Me aseguran que en las plazas de toros puede contemplarse un espectáculo sublime, pero las pocas veces que he visto una corrida he sentido sobre todo un gran aburrimiento entrecortado por fases de disgusto ante la agonía de un animal vencido, ensangrentado y jadeante".
JUAN POSADA, matador de toros y crítico taurino, ha escrito: "El toreo ha ganado en belleza, estética y preciosismo gracias a las suaves condiciones de los animales, exentos del grado de pujanza, furibundez y nervio que caracteriza, o debe caracterizar, al bravo. El virtuosismo presente se desnaturaliza al carecer de sensación de riesgo -aunque exista- por mor de la escasa agresividad de los antagonistas".
"El mal de la fiesta estriba en la exigua bravura de los toros de lidia, excesivamente grandes, gordos y blandos, aunque los terciados también se cayeron en la pasada feria sevillana. La ciencia torera se ha visto menguada en su otrora rica extensión de conocimientos -entonces precisos para dominar a las reses-, la mayoría de ellos hoy obsoletos, dada su escasa aplicación ante tales enemigos".
Corría el año de gracia de 1929 y Gregorio Corrochano escribió un artículo titulado "los verbeneros de la fiesta", del que recogemos estos pasajes:
"Se acabó el abono -escribe, refiriéndose al de Madrid-; en este abono se ha marcado mas que nunca la desorientación de un público dominguero. Aunque parezca paradójico, la fiesta más popular sólo es comprendida por una minoría. Parece que para conocer el espectáculo es suficiente la afición a adquirir la localidad. No es suficiente. Parece también que aquellos que opinan en voz alta, ruidosamente, sin temor a error ni a la desairada situación del error voceado, han de ser los más doctos. En esta fiesta, casi todo lo que parece no es. La fiesta se nutre de un supuesto valor. El público reclama valor como condición primera del toreo, y cuando ve un acto de valor, el público se asusta. El torero triunfa del susto del público que exige la valentía. Hay en el ruedo dos estilos de valor. El frío, sereno, tranquilo, valor sin jactancia, el puro. Y el nervioso, destacado para que se vea, espectacular. El público de las voces se va tras éste último".
Gregorio Corrochano se lamentaba del cambio que se estaba produciendo en Madrid, a cuyo coso los toreros acudían como se va a un examen importante, buscando crédito; en una palabra, los coletudos se la "jugaban" toreando, pero gracias a los bullangueros que tapaban a los aficionados conspicuos, se iba deteriorando la importancia de la primera plaza del mundo.
Decía más Corrochano: "Hay un público impresionable, ligero, aficionado al oropel, que son los verbeneros de la fiesta. Estos verbeneros van a la plaza con el aplauso y el silbido dedicado. No conocen el toro, ni casi les interesa el toro, ni miran a los pies del torero. Es decir, descartan para su juicio lo único que debe tenerse en cuenta al juzgar: el toro y los pies del torero. Así vemos pasar con aplauso tibio momentos grandiosos del toreo y recibir con aplauso epiléptico toreros epilépticos de movimiento. Lo de menos sería la desorientación de los verbeneros si no pasara de ellos. Pero pueden torcer el toreo. Porque un torero que sabe que lo que cuesta trabajo es echar la pierna adelante a los toros, si ve que tiene éxito echándola atrás, hacia atrás la pondrá".
Si esto ocurría en 1929, lo que ocurre hoy es mucho peor: hoy se aplaude abierta y descaradamente –incluyendo aquí a muchos que se atribuyen la condición de aficionados- el "destoreo", el citar fuera de cacho y perfileramente, no respetando distancias y de forma encimista, con la pierna contraria atrasada, descargando la suerte en vez de cargarla, sin embarcar al toro desde el principio y trazando medios muletazos.
Hoy se dan muchos pases y se torea poco; hoy hay más "acompañantes" de la embestida que toreros; además, por si fuera poco y en general, las primeras figuras del escalafón tienen más saber que sabor, hacen gala de formas adocenadas y mecanicistas, preocupadas prioritariamente de sumar contratos para realizar lo mismo todos los días, lo que arroja un panorama nada alentador, máxime si tenemos en cuenta que, además, no son pocos los que quieren convencernos de que el semitoreo al medio toro es la cúspide o vértice de la verdad y la belleza taurómacas, cuando lo cierto y real es que resulta imposible realizarle el toreo al semitoro –no lo aguantaría el animal- o hacerle al toro el destoreo, en cuyo caso no lo soportaría el torero.- Y es que la cosa es tan fácil como que sin toro no puede haber auténtico toreo.
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