Antoñete
Según tengo entendido, siempre que arranca la temporada
de las Ventas, el aficionado más curtido de la plaza madrileña, espera entre
deseoso y desconfiado la cartelera. Sobre todo y cuanto menos, hay parte de
suspicacia ante el largo ciclo isidril que pronto va a comenzar. Y más aun,
cuando lo visto hasta ahora, no ha sido para nada del agrado de sus
parroquianos.
Mucho se ha escrito, y más se escribirá sobre el publico de los
toros, y siempre se hizo y se hace, el mismo descubrimiento, de que el publico
de hoy es muy distinto al de otros tiempos... Y sobre tan ligera afirmación
hablando del publico madrileño, se fundamenta un razonamiento, por el que se le
acusa de preferencias por unos diestros, mientras aparta a otros sin causas
justificadas, o bien porque se han cansado de verlos feria tras feria, muchos de
ellos repetidas figuras, que lo exigen todo, cobran una millonada y, sin
embargo, torean poco como mandan los cánones. Y como el publico tiene un sentido
reverencial de tanto millón, y, los toreros empiezan a ser avaros de su valor y
decisión, los públicos empiezan a exigir por instinto de tasación, de que los
méritos y justificación han de ser proporcionales a lo que cobran. Y además el
aficionado venteño, no les permite que, su arrogancia cuestione la plaza. Sin
embargo, lo que todos esperamos de Madrid, es que vuelva a sus cauces lógicos, y
a poner el listón, allí donde debe
estar.
En todas las entrevistas
efectuadas a toreros en prensa, o en otro medio de comunicación, se alude a
Madrid como punto culminante de su carrera taurina, y más aún cuando tratan de
abrirse camino en el zozobrante y duro camino de la tauromaquia. Parece ser que,
ir a Madrid es el sueño más deseado, que allí rompa un toro, produciéndose la
eclosión necesaria y un talón en blanco para que el resto de las plazas abran
sus puertas, sin siquiera tocar, la aldaba de las mismas (puede ocurrir, tal
como ocurrió no pocas veces) y catapultar a un torero valido, de buenas hechuras
y sabiduría relevante con pocas corridas de toros transformado en figura
“señera”. Pero también ocurre que Madrid exige la revalida de lo aprendido en su
carrera y el talón (también ocurrió muchas veces) puede ser el de
Aquiles.
Si nos remontamos en el tiempo, incluso en el actual
escalafón, veremos sinsabores y grandezas en la catedral del toreo, desde
arrancarse con rabia de un tirón la coleta, hasta salir a hombros en olor de
multitud y rendir Madrid a su arte, de estos gestos se han vivido muchos en la
plaza venteña. Pero continuando con la reflexión a la que quiero llegar. Es que
dicha plaza también alberga muchas dudas razonables para los toreros y sus
tutores, dudas que comienzan sopesando la ganadería a lidiar y si esta ofrece
ciertas garantías de éxito, el público o el abono asistente, la responsabilidad
de estar a la altura, no estar bien preparado, el tiempo etcétera. Y saber ante
todo, que te pueden olvidar para siempre, cosas simples si quieren, pero que
pasan por más de una frente antes de hacer el paseíllo, sin embargo, el torero
necesita a Madrid. Y si quiere más, debe desplegar cuanto sabe, y triunfar, y
luego seguir. O le pesara.-
Fermín González comentarista onda cero
radio –Salamanca-
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