Por José Cisneros
Me decía mi maestro allá por los años 70 que en el mundo del toro unos se marchaban, pero que siempre surgiría savia nueva. Que mientras siguieran cerrando la calle de un pueblo cualquiera de nuestra España, saliera una vaca y un chaval avispado lleno de ilusiones diera sus primeros muletazos no moriría la FIESTA. Pues no había que olvidar que el toreo es grandeza y ese maletilla (hoy desaparecido) que se podía ver en cualquier capea llevaba dentro el ser capaz de soñar y a la postre aunque le costara la propia vida valía la pena por ser fiel a una afición.
Plaza de Toros de Baeza, tarde en la que Curro Díaz, uno de los que poseen la “Reserva del Arte” ofreció una de las clases magistrales a las que nos tiene acostumbrado. Curro Díaz es uno de los toreros que cada vez que actúa aunque lo veamos varias tardes seguidas mantiene al aficionado expectante a sus faenas. Del mismo modo mantiene expectante al espectador menos avezado que se contagia sin ser un gran entendido, porque para lo bueno, para lo caro, al ser humano no le hace falta entender, por naturaleza le gusta y basta.
Bien es verdad que en la actualidad el maletilla está prácticamente desaparecido, hoy existen una especie de fábricas de hacer toreros en serie que sacados bajo un mismo molde ponen rápidamente en circulación al servicio del consumidor, pero como he dicho anteriormente todavía quedan toreros que poseen esa reserva de arte tan preciada y tan escasa que cuando podemos disfrutarla en una plaza de toros y entre el público se halle un chaval que quiere ser torero, resulta ser la mejor lección que puede tomar. Cuando Curro acabó la faena al segundo toro de su lote marcó diferencias y dejó escuela, una escuela de la que de inmediato cualquier aficionado que sueñe con ser torero desea realizar.
Este es el caso de Manuel Sanz de la Puerta “Manolito”, que tras de nosotros en el pasillo que separa las filas de barrera y tendido nos sedujo con toda una lección de manejo con los diminutos “trebejos” que llevaba consigo para presenciar la corrida. Manolito, un chavalín de entre unos cinco o seis años, con cara de pillo, ojos vivaces e inquieto pero educado y atento a todo lo que sucedía en el ruedo, emulaba una faena con sus pases de salón ante un toro imaginario que algún dia pudiera tener frente a él alcanzando la gloria.
Manolito posibilitó que mis pensamientos viajaran cuarenta y cinco años atrás cuando más o menos con su misma edad, era yo quien inquieto en la grada cuatro de la Monumental de Barcelona protagonizaba un domingo tras otro, todo un trasiego de ir y venir al patio de caballos cada vez que era arrastrado un toro o el picador de turno “calentaba caballo” antes de su actuación.
Terminado el festejo en Baeza, Fandi y Curro salían a hombros ante mi propia mirada y la de Manolito, brillando esta; más que los alamares del traje de luces al contacto con los rayos de la luz artificial que alumbraban la plaza en la ya cerrada tarde de feria. Manolito esperaba su momento y mientras los toreros recibían sus últimos vítores en la arcada principal de la plaza, él se dirigía hacia el burladero de matadores para seguir dibujando pases de capa y muleta con sus diminutos trastos deleitando a los últimos aficionados que abandonaban el coso. Pudiera ser que algún dia lancee pases al viento antes de comenzar su faena en ese mismo lugar convertido ya en matador de toros. Pudiera ser que algún dia nuevamente ante mi mirada vuelva a ver salir a dos matadores reluciendo en sus “chispeantes” siendo uno de ellos Manolito y, pudiera ser que en ese momento vea otro chavalillo dirigirse al burladero de matadores a emular lo que momentos antes ha visto hacer en el ruedo a uno de los diestros actuantes, porque esta Fiesta tan nuestra, tan española, jamás morirá. Porque como dice el amigo Pablo García, torear es un sentimiento antiguo que brota preciso cuando se ilumina dentro un intenso manantial. Torear es escribir con nardos sobre el agua, cerrar los ojos después y ver que el tiempo se ha parado sin detenerse. Torear es vivir embaucando al aire, a las estrellas y a las hojas derramadas en el albor del otoño. A veces, la naturaleza nos sorprende y nos reta con dibujos imposibles y sale el corazón por las esquinas para demostrarnos que una muleta es un pincel y una escofina, pero también un lápiz de color cuando se siente (como es el caso de Manolito) como un juguete. Torear también es una especie de desafío a tiempo, un algo que cuando se empieza a percibir tiene caracteres imprecisos pero que turba y mantiene el corazón pendiente por cómo va a acabar el natural alado a la sombra del almendro. Torear inquieta porque es como pensar, reflexionar o experimentar hasta donde son capaces de llegar todos los sentidos si se vive cabalmente.
Deseo Manolito, que veas convertidos en realidad tus sueños de gloria. En el coso de Baeza aunque haya sido de salón te he visto torear y una cosa debes saber; en Baeza todo es posible, porque Baeza es para vivir, Baeza es para sentir y sobre todo Baeza es para soñar, como te vi soñar a ti una tarde agosteña sobre el albero de su coso, que Dios te bendiga y tengas mucha suerte pequeño maestro.
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