Cartelera de la película El Acorazado Potemkim que de alguna manera fue precursora de la revolución del 17
Francisco Morales me hace llegar estos dos artículos. El primero publicado en este sitio y el segundo publico por Pedro J. Ramírez en el suyo. En los dos se utiliza el mismo simil aunque la temática sea diferente. Pedro J. lo escribió a primeros de este mes y Pepe García en el 2006. ¡Curioso!
"13 septiembre 2006
POTEMKISMO
Nos trae Pepe García esta reflexión a causa de la verdad y lo que fue escrito ayer hoy tiene plena vigencia, y me place editarlo en el día de hoy debido a que, bien leído, quizás haya alguna punta que sacarle por aquello de los dos indultos de Murcia.¡Pasen y lean!POTEMKISMOPotemkismo era, mire usted por donde, lo que el malogrado Rafael Sánchez, "Pipo", realizaba para aupar a la fama al Cordobés en el ya lejano año de 1961; potemkismo era también lo que hacían los mentores del infeliz "Platanito" pocos años después, a quien paseaban por toda España a bordo de un ostentoso automóvil – un "haiga", como se decía entonces- para hacernos creer que sus patochadas en la Plaza le deparaban incontables beneficios; en el mismo potemkismo incurren e incurrían críticos y gacetilleros –"sobrecogedoramente engrasados" previamente, como es natural-, cuando sus crónicas y reseñas se nos antojan preñadas de afectadas alabanzas y elogios, de piropos y lisonjas destinadas a mediocres toreritos; potemkismo, y de la peor calaña, el que profesan ciertos ganaderos, empeñados en convencernos de las bondades del toro manso y bobalicón, ése que se deja hacer tantas cosas sin molestar al torero, ése que a duras penas se tiene en pie pero, a cambio, hace gala de una extremada dulzura y docilidad; potemkismo avieso e infame el de esos taurinos que, aunque sea "sotto voce", claman por la vuelta del utrero a la Plaza, con la falacia de que con el novillo se recuperará emoción y movilidad; ¿y qué decir del potemkismo delincuente de los que ejecutan y promueven el "afeitado" de los toros y, encima, cual consumados maestros de la anfibología, denominan "arreglo" a tan fraudulenta maniobra?.-Sin embargo, el peor de todos los potemkismos lo practican quienes califican de derrotistas y agoreros a todos los que se atrevan a señalar y denunciar tanta mentira y corruptela.- Y así nos luce el pelo, claro.-En 1787, con motivo del viaje que la zarina Catalina la Grande realizó a Crimea, su ex amante, el conde y mariscal Potemkin, hizo construir pueblos ficticios a lo largo de la ruta, enmascarando así una realidad desagradable mediante tan ilusoria apariencia.-El término potemkismo aparece, pues, en el diccionario para definir y designar esa clase de falsedad consistente en disfrazar la cruda realidad y proporcionarle otra cara tan quimérica como amable.-Atribuirle al político ruso la paternidad de la ficción como engaño me parece -además de inexacto- pretencioso e injusto, pues muchos son los que antes de él aplicaron tácticas falaces para ocultar la verdad, como muchos son los que, sin necesidad de tal padrinazgo, lo han hecho y continuarán haciéndolo en el futuro.-Y conste que me refiero a la verdad entendida como veracidad, como conformidad entre lo que se piensa con lo que se hace y dice, y no a la búsqueda del conocimiento auténtico del ser y del existir.- Esto es cuestión de honradez y no de ontología, que ya sabemos que alcanzar el genuino discernimiento de la realidad está sólo al alcance del imposible paradigma platónico, que aunaba en el filósofo las figuras del sabio, el místico y el políticoDesde los dioses paganos -tan aficionados ellos a tomar formas y trazas variopintas para juguetear con los mortales-, pasando por las estratagemas bélicas como el Caballo de Troya, hasta el simple repaso a las hemerotecas para patentizar la incongruencia de las manifestaciones de políticos que afirmaban en la oposición lo opuesto de lo que expresan desde el poder, todo, o casi todo, es enmascaramiento de la verdad, cuando no un escarnio cínico y absoluto de la misma.-No creo que exista un valor moral tan ensalzado ni afrentado al mismo tiempo y, en contra de San Pablo, que proclamaba que ella nos haría libres, estoy persuadido de que nada hay tan molesto, conturbador y agresivo como la dichosa verdad, y pobre del imbécil que se empecine en viajar con ella, puesto que en todas partes le harán el vacío y le tildarán de incordio, importuno y cargante.-Por todo ello, me parece injusto y exagerado cargarle al pobre Potemkin el muerto de la astucia e hipocresía humana, y más en una época como la nuestra, que alardea de haber descubierto la realidad virtual, o sea, la realidad que no existe.-Además, en lo concerniente a la falsía en el mundo, nadie se expresó mejor que el poeta: "Al hombre lo han mecido en la cuna de todos los cuentos". –Almería, 7 de diciembre de 2001. –José García Sánchez.- "
CARTA DEL DIRECTORPEDRO J. RAMIREZ
Brotes verdes en 'ciudad Potemkin'
07.06.2009
El 22 de abril de 1787 una abigarrada flotilla rusa de 11 galeras especialmente armadas y acompañada por una escolta de numerosas barcas comenzó a navegar el Dnieper desde las inmediaciones de Kiev en dirección sur, rumbo a la recién conquistada Crimea. En la primera de ellas, bautizada con el propio nombre del río, viajaba Catalina la Grande, Zarina de todas las Rusias desde el derrocamiento y asesinato de su marido un cuarto de siglo antes. En la segunda, llamada Bug, se había instalado el organizador del viaje a quien todos denominaban Serenissimus, acompañado de sus cinco sobrinas y al parecer amantes. Era él quien se la jugaba en el empeño.
Serenissimus no era otro sino Su Muy Serena Alteza Príncipe del Sacro Imperio Romano, Príncipe de Táuride, comandante en jefe del Ejército ruso y gran almirante de la Flota del Mar Negro, Gregory Alexandrovitch Potemkin. Audaz oficial de caballería de familia venida a menos, Potemkin había participado en el golpe que había dejado el trono en manos de Catalina II, se había convertido en su amante y, según versiones nunca desmentidas, había llegado incluso a contraer matrimonio con ella.
Pero eso había ocurrido hacía ya muchos años. Un sinfín de favoritos le habían sucedido en la cama de la reina, pero ninguno había logrado desplazarle de la condición de valido desde la que, al modo en que siglo y medio antes lo habían hecho Richelieu u Olivares, venía ejerciendo por delegación un poder omnímodo en Rusia. Pero Serenissimus tenía múltiples enemigos en la corte de San Petersburgo y el flanco por el que más le atacaban era el de la escasa utilidad de la anexión de Crimea, arrancada a los turcos con gran coste de vidas y recursos. El sentido del viaje era demostrar a Catalina que la expansión hacia el sur era un éxito y que Rusia había iniciado ya una poderosa labor colonizadora.
Pronto comenzaron a aparecer en la distancia, a uno y otro lado del río, los perfiles de armoniosas alineaciones de viviendas campesinas con rebaños de ovejas a sus alrededores. De acuerdo con la leyenda, difundida a la vuelta por alguno de los diplomáticos que formaban parte de la expedición, se trataba en realidad de meros decorados de teatro, a base de fachadas pintadas sobre bastidores, e incluso las ovejas habrían sido trasladadas de un lugar a otro, mientras la flotilla se detenía a contemplar una exhibición de amazonas en un descampado o una sesión nocturna de fuegos artificiales en la que los maestros pirotécnicos dibujaban sobre el firmamento las iniciales de la Zarina.
Los historiadores no han logrado ponerse de acuerdo sobre lo ocurrido y así, mientras uno de los grandes especialistas en la Rusia del XVIII y XIX, Alexander Panchenko, da plena credibilidad a la denuncia, en cambio el gran biógrafo contemporáneo del Príncipe, Simon Sebag Montefiore, la considera poco más que un cuento tártaro. El caso es que desde entonces el concepto de «aldeas Potemkin», «poblados Potemkin» o «ciudades Potemkin» se ha aplicado extensivamente a cualquier simulación alentada desde el poder para esconder una realidad sórdida tras una fachada engañosamente seductora.
«Ciudad Potemkin» era el Moscú de los modernos apartamentos para jerarcas que en los años 30 le enseñaron a Eleonore Roosevelt como si fueran viviendas proletarias, «ciudad Potemkin» era el campo de concentración modélico que los nazis tenían para mostrar a la Cruz Roja e incluso como «ciudad Potemkin» ha sido descrita Pekín durante las semanas de los Juegos Olímpicos en las que las prácticas represivas y las muestras de miseria han sido escamoteadas al visitante. Por eso nada tan adecuado como alegar que los «brotes verdes» que anunció, wagneriana, la vicepresidenta Salgado y de los que ahora se jacta Zapatero se han producido al fin pero no en Madrid ni en Barcelona, no en Pontevedra ni en León, sino en «ciudad Potemkin».
El más concreto de todos ellos, la bajada del paro en 24.000 personas en el mes de mayo, tiene desde luego esa condición de elemento de guardarropía, de ingrediente de quita y pon, que se atribuía a las fachadas pintadas de Serenissimus. Y es que al habitual factor estacional derivado del comienzo de la contratación hostelera de cara a la temporada turística, se ha unido este año el efecto coyuntural del Plan E de obras públicas en los ayuntamientos. Se calcula que está dando trabajo a unas 300.000 personas y que casi la mitad son empleos nuevos. Pero esto es pan para hoy y hambre para mañana porque el dinero se acabará pronto y nada ha sido destinado a inversiones productivas.
La prueba de que se trata de un elemento ornamental, hábilmente colocado en el lugar preciso en el que el río de la legislatura se entretiene en su primer meandro electoral, es que estamos ante los primeros «brotes verdes» de la historia de la botánica que carecen de raíz alguna. De hecho la mayoría de los puestos de trabajo creados en mayo lo han sido en el sector de la construcción cuando, según los últimos datos del BBVA, el parque de viviendas sin vender supera ya el 1.200.000 y el mercado inmobiliario continúa congelado a la espera de un descenso mucho más pronunciado de los precios.
No nos engañemos. Mientras la economía española no vuelva a crecer de forma significativa, no habrá recuperación consistente del empleo. Y ese proceso se puede estimular desde el sector público, pero depende en definitiva del dinamismo de la economía productiva de las pymes y de la confianza de las familias para elevar su ritmo de consumo. La solución no reside en este nuevo PER municipal que ocupa -casi habría que decir entretiene- durante unos meses al personal no cualificado adecentando los nichos del cementerio del pueblo o, en el mejor de los casos, construyendo polideportivos por doquier. Tampoco en las fantasías intervencionistas del «nuevo modelo de desarrollo sostenible» sobre el que Zapatero nos amenaza con legislar.
No, hay que volver a lo esencial: crédito para las empresas, reglas favorables para la contratación, estímulos fiscales para la inversión y el consumo, ajuste de caballo en el gasto público. Todo ello manteniendo la protección social, pero frenando la subasta de ocurrencias como el derecho a no pasar hambre, exigible por vía judicial, que se promete ahora a todos los ciudadanos de Baleares. No hace falta inventar nada. Estamos hablando del capitalismo con rostro humano de finales del siglo XX con más ayudas a la competitividad, a través de la innovación tecnológica, y mayor vigilancia para impedir los desmanes autodestructivos del sector financiero.
No trato de ser aguafiestas e incluso prometo que si Zapatero me envía uno de esos decorativos tiestos a los que en definitiva se reducen sus «brotes verdes» lo pondré en la ventana de mi casa o en el lugar más visible de mi despacho para ir haciendo ambiente. El aspecto psicológico es muy importante en la política económica, pero no sólo no es lo principal sino que cuando las campañas de imagen se ven desmentidas por la realidad, siempre generan un dañino efecto boomerang. Mucho me temo, por lo tanto, que de entre todas las representaciones alfabéticas de la crisis, Zapatero nos esté conduciendo a lomos de una uve doble, de forma que, tras un tramo ventral de aparente recuperación, nos espere una grave recaída que haga del de 2009-2010 el peor «invierno de nuestro descontento», sin que el PP logre aún iluminarnos como un verdadero sol de York.
No logro entender, de hecho, por qué Rajoy y Mayor Oreja no han dedicado esta campaña electoral a la denuncia permanente del descalabro económico de España. Algo han dicho, pero no lo suficiente. Hace días una compatriota residente en el extranjero me enseñaba con incredulidad una página de Newsweek con el cuadro del desempleo en los países desarrollados: ¿cómo es posible que España duplique a la media de los demás y el Gobierno de Zapatero no esté desmoronándose como el de Gordon Brown en un clima de ira colectiva, si además los abusos de los parlamentarios británicos tienen aquí su correlato en el escándalo de las subvenciones de Chaves a la empresa apoderada por su bien empleada niña?
Al margen de la recurrente -y tal vez demasiado tópica- crítica a la falta de consistencia de la oposición, hay que reconocer que a Zapatero le cuadra bastante bien la definición que Sebag Montefiore hace de Potemkin: «Un empresario de la política que entendió el poder de la forma de presentar las cosas y disfrutó de los elementos de juego que hay en la política de forma plenamente consciente y deliberada». Puede parecer un elogio del cinismo, y en efecto lo sería si todo se quedara en eso. Lo que pasa es que en Serenissimus había mucho más y ahí es donde los caminos tal vez se bifurquen.
De hecho una tesis de consenso entre la leyenda de las «aldeas Potemkin» y su refutación es la de que una parte de lo que iba viendo Catalina era en efecto pura tramoya, pero ella lo sabía desde el principio, pues su valido lo presentaba como una especie de maqueta o anticipo de lo que luego se construiría allí. Así planteado, el viaje habría sido una especie de operación de márketing para obtener el margen de confianza necesario y ganar tiempo, mientras el verdadero proyecto se iba ejecutando.
Si la historia está haciendo justicia a Potemkin como arquetipo del gobernante ilustrado es porque en efecto en los cuatro años que transcurrieron hasta su muerte y en el periodo inmediatamente posterior ciudades como Jersón y Sebastopol emergieron de la nada y la poderosa flota del Mar Negro por él construida otorgó a Rusia su estatus de gran potencia europea. Aunque el conde de Segur, embajador francés, lo presentara como «una inconcebible mezcla de grandeza y mezquindad, de hiperactividad y pereza, de ambición y despreocupación», al final del día por sus obras le reconocemos y nadie puede decir que Serenissimus perdiera el limitado tiempo que le dieron sus 52 años de vida.
El drama que España arrastrará durante mucho tiempo es que, mientras juega al escaléxtric con sus «brotes verdes», Zapatero no está aprovechando ni la caída libre de los meses anteriores ni este ficticio repecho ascendente del verano para ir haciendo las reformas estructurales que, una vez cebada la bomba con elementos teatrales como los del Plan E, garanticen que habrá una recuperación sostenida. Muy al contrario, su campaña de estas dos semanas ha vuelto a caracterizarse por el negacionismo: del negacionismo de la crisis de hace un año hemos pasado al negacionismo de la necesidad de esas reformas que cualquier experto identifica.
Según Zapatero, no hace falta una reforma laboral pues, al parecer, es preferible que haya cuatro millones de parados a que algunos de ellos logren un empleo con una estabilidad más alta y una indemnización por despido más baja que la de los ya ocupados. Según Zapatero, no hacen falta medidas para restablecer la unidad de mercado y la cohesión nacional basada en la igualdad de derechos porque en Cataluña el problema no son las multas por rotular de una manera o de otra ni la imposibilidad de estudiar en español ni las trabas al libre comercio, sino que «la derecha» -acabáramos- quiere volver a imponer «un solo credo, una sola moral y una sola lengua». Según Zapatero, no hace falta reformar la estructura del gasto público, ni frenar la multiplicación de funcionarios, ni poner coto al despilfarro autonómico porque, por el contrario, la «España plural» requiere de una nueva inyección financiera de geometría variable que el Gobierno administrará según sus necesidades políticas ya que seguimos «teniendo margen» para generar déficit y endeudarnos.
Así es como ha logrado convencerme al fin de que hoy hay que acudir a las urnas para votar por un partido que no sea el suyo. Ya lo dije anteayer en el videoblog: alguien que se comporta de este modo no merece encima salir guapo en la foto.
pedroj.ramirez@elmundo.es
Francisco Morales me hace llegar estos dos artículos. El primero publicado en este sitio y el segundo publico por Pedro J. Ramírez en el suyo. En los dos se utiliza el mismo simil aunque la temática sea diferente. Pedro J. lo escribió a primeros de este mes y Pepe García en el 2006. ¡Curioso!
"13 septiembre 2006
POTEMKISMO
Nos trae Pepe García esta reflexión a causa de la verdad y lo que fue escrito ayer hoy tiene plena vigencia, y me place editarlo en el día de hoy debido a que, bien leído, quizás haya alguna punta que sacarle por aquello de los dos indultos de Murcia.¡Pasen y lean!POTEMKISMOPotemkismo era, mire usted por donde, lo que el malogrado Rafael Sánchez, "Pipo", realizaba para aupar a la fama al Cordobés en el ya lejano año de 1961; potemkismo era también lo que hacían los mentores del infeliz "Platanito" pocos años después, a quien paseaban por toda España a bordo de un ostentoso automóvil – un "haiga", como se decía entonces- para hacernos creer que sus patochadas en la Plaza le deparaban incontables beneficios; en el mismo potemkismo incurren e incurrían críticos y gacetilleros –"sobrecogedoramente engrasados" previamente, como es natural-, cuando sus crónicas y reseñas se nos antojan preñadas de afectadas alabanzas y elogios, de piropos y lisonjas destinadas a mediocres toreritos; potemkismo, y de la peor calaña, el que profesan ciertos ganaderos, empeñados en convencernos de las bondades del toro manso y bobalicón, ése que se deja hacer tantas cosas sin molestar al torero, ése que a duras penas se tiene en pie pero, a cambio, hace gala de una extremada dulzura y docilidad; potemkismo avieso e infame el de esos taurinos que, aunque sea "sotto voce", claman por la vuelta del utrero a la Plaza, con la falacia de que con el novillo se recuperará emoción y movilidad; ¿y qué decir del potemkismo delincuente de los que ejecutan y promueven el "afeitado" de los toros y, encima, cual consumados maestros de la anfibología, denominan "arreglo" a tan fraudulenta maniobra?.-Sin embargo, el peor de todos los potemkismos lo practican quienes califican de derrotistas y agoreros a todos los que se atrevan a señalar y denunciar tanta mentira y corruptela.- Y así nos luce el pelo, claro.-En 1787, con motivo del viaje que la zarina Catalina la Grande realizó a Crimea, su ex amante, el conde y mariscal Potemkin, hizo construir pueblos ficticios a lo largo de la ruta, enmascarando así una realidad desagradable mediante tan ilusoria apariencia.-El término potemkismo aparece, pues, en el diccionario para definir y designar esa clase de falsedad consistente en disfrazar la cruda realidad y proporcionarle otra cara tan quimérica como amable.-Atribuirle al político ruso la paternidad de la ficción como engaño me parece -además de inexacto- pretencioso e injusto, pues muchos son los que antes de él aplicaron tácticas falaces para ocultar la verdad, como muchos son los que, sin necesidad de tal padrinazgo, lo han hecho y continuarán haciéndolo en el futuro.-Y conste que me refiero a la verdad entendida como veracidad, como conformidad entre lo que se piensa con lo que se hace y dice, y no a la búsqueda del conocimiento auténtico del ser y del existir.- Esto es cuestión de honradez y no de ontología, que ya sabemos que alcanzar el genuino discernimiento de la realidad está sólo al alcance del imposible paradigma platónico, que aunaba en el filósofo las figuras del sabio, el místico y el políticoDesde los dioses paganos -tan aficionados ellos a tomar formas y trazas variopintas para juguetear con los mortales-, pasando por las estratagemas bélicas como el Caballo de Troya, hasta el simple repaso a las hemerotecas para patentizar la incongruencia de las manifestaciones de políticos que afirmaban en la oposición lo opuesto de lo que expresan desde el poder, todo, o casi todo, es enmascaramiento de la verdad, cuando no un escarnio cínico y absoluto de la misma.-No creo que exista un valor moral tan ensalzado ni afrentado al mismo tiempo y, en contra de San Pablo, que proclamaba que ella nos haría libres, estoy persuadido de que nada hay tan molesto, conturbador y agresivo como la dichosa verdad, y pobre del imbécil que se empecine en viajar con ella, puesto que en todas partes le harán el vacío y le tildarán de incordio, importuno y cargante.-Por todo ello, me parece injusto y exagerado cargarle al pobre Potemkin el muerto de la astucia e hipocresía humana, y más en una época como la nuestra, que alardea de haber descubierto la realidad virtual, o sea, la realidad que no existe.-Además, en lo concerniente a la falsía en el mundo, nadie se expresó mejor que el poeta: "Al hombre lo han mecido en la cuna de todos los cuentos". –Almería, 7 de diciembre de 2001. –José García Sánchez.- "
CARTA DEL DIRECTORPEDRO J. RAMIREZ
Brotes verdes en 'ciudad Potemkin'
07.06.2009
El 22 de abril de 1787 una abigarrada flotilla rusa de 11 galeras especialmente armadas y acompañada por una escolta de numerosas barcas comenzó a navegar el Dnieper desde las inmediaciones de Kiev en dirección sur, rumbo a la recién conquistada Crimea. En la primera de ellas, bautizada con el propio nombre del río, viajaba Catalina la Grande, Zarina de todas las Rusias desde el derrocamiento y asesinato de su marido un cuarto de siglo antes. En la segunda, llamada Bug, se había instalado el organizador del viaje a quien todos denominaban Serenissimus, acompañado de sus cinco sobrinas y al parecer amantes. Era él quien se la jugaba en el empeño.
Serenissimus no era otro sino Su Muy Serena Alteza Príncipe del Sacro Imperio Romano, Príncipe de Táuride, comandante en jefe del Ejército ruso y gran almirante de la Flota del Mar Negro, Gregory Alexandrovitch Potemkin. Audaz oficial de caballería de familia venida a menos, Potemkin había participado en el golpe que había dejado el trono en manos de Catalina II, se había convertido en su amante y, según versiones nunca desmentidas, había llegado incluso a contraer matrimonio con ella.
Pero eso había ocurrido hacía ya muchos años. Un sinfín de favoritos le habían sucedido en la cama de la reina, pero ninguno había logrado desplazarle de la condición de valido desde la que, al modo en que siglo y medio antes lo habían hecho Richelieu u Olivares, venía ejerciendo por delegación un poder omnímodo en Rusia. Pero Serenissimus tenía múltiples enemigos en la corte de San Petersburgo y el flanco por el que más le atacaban era el de la escasa utilidad de la anexión de Crimea, arrancada a los turcos con gran coste de vidas y recursos. El sentido del viaje era demostrar a Catalina que la expansión hacia el sur era un éxito y que Rusia había iniciado ya una poderosa labor colonizadora.
Pronto comenzaron a aparecer en la distancia, a uno y otro lado del río, los perfiles de armoniosas alineaciones de viviendas campesinas con rebaños de ovejas a sus alrededores. De acuerdo con la leyenda, difundida a la vuelta por alguno de los diplomáticos que formaban parte de la expedición, se trataba en realidad de meros decorados de teatro, a base de fachadas pintadas sobre bastidores, e incluso las ovejas habrían sido trasladadas de un lugar a otro, mientras la flotilla se detenía a contemplar una exhibición de amazonas en un descampado o una sesión nocturna de fuegos artificiales en la que los maestros pirotécnicos dibujaban sobre el firmamento las iniciales de la Zarina.
Los historiadores no han logrado ponerse de acuerdo sobre lo ocurrido y así, mientras uno de los grandes especialistas en la Rusia del XVIII y XIX, Alexander Panchenko, da plena credibilidad a la denuncia, en cambio el gran biógrafo contemporáneo del Príncipe, Simon Sebag Montefiore, la considera poco más que un cuento tártaro. El caso es que desde entonces el concepto de «aldeas Potemkin», «poblados Potemkin» o «ciudades Potemkin» se ha aplicado extensivamente a cualquier simulación alentada desde el poder para esconder una realidad sórdida tras una fachada engañosamente seductora.
«Ciudad Potemkin» era el Moscú de los modernos apartamentos para jerarcas que en los años 30 le enseñaron a Eleonore Roosevelt como si fueran viviendas proletarias, «ciudad Potemkin» era el campo de concentración modélico que los nazis tenían para mostrar a la Cruz Roja e incluso como «ciudad Potemkin» ha sido descrita Pekín durante las semanas de los Juegos Olímpicos en las que las prácticas represivas y las muestras de miseria han sido escamoteadas al visitante. Por eso nada tan adecuado como alegar que los «brotes verdes» que anunció, wagneriana, la vicepresidenta Salgado y de los que ahora se jacta Zapatero se han producido al fin pero no en Madrid ni en Barcelona, no en Pontevedra ni en León, sino en «ciudad Potemkin».
El más concreto de todos ellos, la bajada del paro en 24.000 personas en el mes de mayo, tiene desde luego esa condición de elemento de guardarropía, de ingrediente de quita y pon, que se atribuía a las fachadas pintadas de Serenissimus. Y es que al habitual factor estacional derivado del comienzo de la contratación hostelera de cara a la temporada turística, se ha unido este año el efecto coyuntural del Plan E de obras públicas en los ayuntamientos. Se calcula que está dando trabajo a unas 300.000 personas y que casi la mitad son empleos nuevos. Pero esto es pan para hoy y hambre para mañana porque el dinero se acabará pronto y nada ha sido destinado a inversiones productivas.
La prueba de que se trata de un elemento ornamental, hábilmente colocado en el lugar preciso en el que el río de la legislatura se entretiene en su primer meandro electoral, es que estamos ante los primeros «brotes verdes» de la historia de la botánica que carecen de raíz alguna. De hecho la mayoría de los puestos de trabajo creados en mayo lo han sido en el sector de la construcción cuando, según los últimos datos del BBVA, el parque de viviendas sin vender supera ya el 1.200.000 y el mercado inmobiliario continúa congelado a la espera de un descenso mucho más pronunciado de los precios.
No nos engañemos. Mientras la economía española no vuelva a crecer de forma significativa, no habrá recuperación consistente del empleo. Y ese proceso se puede estimular desde el sector público, pero depende en definitiva del dinamismo de la economía productiva de las pymes y de la confianza de las familias para elevar su ritmo de consumo. La solución no reside en este nuevo PER municipal que ocupa -casi habría que decir entretiene- durante unos meses al personal no cualificado adecentando los nichos del cementerio del pueblo o, en el mejor de los casos, construyendo polideportivos por doquier. Tampoco en las fantasías intervencionistas del «nuevo modelo de desarrollo sostenible» sobre el que Zapatero nos amenaza con legislar.
No, hay que volver a lo esencial: crédito para las empresas, reglas favorables para la contratación, estímulos fiscales para la inversión y el consumo, ajuste de caballo en el gasto público. Todo ello manteniendo la protección social, pero frenando la subasta de ocurrencias como el derecho a no pasar hambre, exigible por vía judicial, que se promete ahora a todos los ciudadanos de Baleares. No hace falta inventar nada. Estamos hablando del capitalismo con rostro humano de finales del siglo XX con más ayudas a la competitividad, a través de la innovación tecnológica, y mayor vigilancia para impedir los desmanes autodestructivos del sector financiero.
No trato de ser aguafiestas e incluso prometo que si Zapatero me envía uno de esos decorativos tiestos a los que en definitiva se reducen sus «brotes verdes» lo pondré en la ventana de mi casa o en el lugar más visible de mi despacho para ir haciendo ambiente. El aspecto psicológico es muy importante en la política económica, pero no sólo no es lo principal sino que cuando las campañas de imagen se ven desmentidas por la realidad, siempre generan un dañino efecto boomerang. Mucho me temo, por lo tanto, que de entre todas las representaciones alfabéticas de la crisis, Zapatero nos esté conduciendo a lomos de una uve doble, de forma que, tras un tramo ventral de aparente recuperación, nos espere una grave recaída que haga del de 2009-2010 el peor «invierno de nuestro descontento», sin que el PP logre aún iluminarnos como un verdadero sol de York.
No logro entender, de hecho, por qué Rajoy y Mayor Oreja no han dedicado esta campaña electoral a la denuncia permanente del descalabro económico de España. Algo han dicho, pero no lo suficiente. Hace días una compatriota residente en el extranjero me enseñaba con incredulidad una página de Newsweek con el cuadro del desempleo en los países desarrollados: ¿cómo es posible que España duplique a la media de los demás y el Gobierno de Zapatero no esté desmoronándose como el de Gordon Brown en un clima de ira colectiva, si además los abusos de los parlamentarios británicos tienen aquí su correlato en el escándalo de las subvenciones de Chaves a la empresa apoderada por su bien empleada niña?
Al margen de la recurrente -y tal vez demasiado tópica- crítica a la falta de consistencia de la oposición, hay que reconocer que a Zapatero le cuadra bastante bien la definición que Sebag Montefiore hace de Potemkin: «Un empresario de la política que entendió el poder de la forma de presentar las cosas y disfrutó de los elementos de juego que hay en la política de forma plenamente consciente y deliberada». Puede parecer un elogio del cinismo, y en efecto lo sería si todo se quedara en eso. Lo que pasa es que en Serenissimus había mucho más y ahí es donde los caminos tal vez se bifurquen.
De hecho una tesis de consenso entre la leyenda de las «aldeas Potemkin» y su refutación es la de que una parte de lo que iba viendo Catalina era en efecto pura tramoya, pero ella lo sabía desde el principio, pues su valido lo presentaba como una especie de maqueta o anticipo de lo que luego se construiría allí. Así planteado, el viaje habría sido una especie de operación de márketing para obtener el margen de confianza necesario y ganar tiempo, mientras el verdadero proyecto se iba ejecutando.
Si la historia está haciendo justicia a Potemkin como arquetipo del gobernante ilustrado es porque en efecto en los cuatro años que transcurrieron hasta su muerte y en el periodo inmediatamente posterior ciudades como Jersón y Sebastopol emergieron de la nada y la poderosa flota del Mar Negro por él construida otorgó a Rusia su estatus de gran potencia europea. Aunque el conde de Segur, embajador francés, lo presentara como «una inconcebible mezcla de grandeza y mezquindad, de hiperactividad y pereza, de ambición y despreocupación», al final del día por sus obras le reconocemos y nadie puede decir que Serenissimus perdiera el limitado tiempo que le dieron sus 52 años de vida.
El drama que España arrastrará durante mucho tiempo es que, mientras juega al escaléxtric con sus «brotes verdes», Zapatero no está aprovechando ni la caída libre de los meses anteriores ni este ficticio repecho ascendente del verano para ir haciendo las reformas estructurales que, una vez cebada la bomba con elementos teatrales como los del Plan E, garanticen que habrá una recuperación sostenida. Muy al contrario, su campaña de estas dos semanas ha vuelto a caracterizarse por el negacionismo: del negacionismo de la crisis de hace un año hemos pasado al negacionismo de la necesidad de esas reformas que cualquier experto identifica.
Según Zapatero, no hace falta una reforma laboral pues, al parecer, es preferible que haya cuatro millones de parados a que algunos de ellos logren un empleo con una estabilidad más alta y una indemnización por despido más baja que la de los ya ocupados. Según Zapatero, no hacen falta medidas para restablecer la unidad de mercado y la cohesión nacional basada en la igualdad de derechos porque en Cataluña el problema no son las multas por rotular de una manera o de otra ni la imposibilidad de estudiar en español ni las trabas al libre comercio, sino que «la derecha» -acabáramos- quiere volver a imponer «un solo credo, una sola moral y una sola lengua». Según Zapatero, no hace falta reformar la estructura del gasto público, ni frenar la multiplicación de funcionarios, ni poner coto al despilfarro autonómico porque, por el contrario, la «España plural» requiere de una nueva inyección financiera de geometría variable que el Gobierno administrará según sus necesidades políticas ya que seguimos «teniendo margen» para generar déficit y endeudarnos.
Así es como ha logrado convencerme al fin de que hoy hay que acudir a las urnas para votar por un partido que no sea el suyo. Ya lo dije anteayer en el videoblog: alguien que se comporta de este modo no merece encima salir guapo en la foto.
pedroj.ramirez@elmundo.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario