RINCÓN LIMPIA. CASTELLA TRAPEA.
Por Agustín Hervás
Onda Cero Radio
También se despedía el “maestro” del respetable público quiteño y lo hizo limpiando los corrales de la plaza en la última corrida de su feria. Mató tres toros. Uno lo regaló porque al cuarto se le partió una pezuña y lo pasaportó rápido. De la oreja que cortó en el primero, la graciosa afición no recuerda más que se la cortó a un toro sin pitones de Huaraguasi que no era más que un inválido y como tal (raro es que no lo sean) noble y soso. Como el maestro Rincón se había vestido con cofia y delantal, plumero en ristre, estuvo aseado en el trasteo como si estuviera limpiando en su mismísima casa, que según el colombiano, así parece decir que es para él Ecuador. Con el sobrero que regaló, el más entipado en Jandilla de toda la corrida, se ve que tuvo que emplear algún producto tóxico para fijar y dar esplendor y claro, se asfixió. El toro no se puede decir que fuera toro. El toro era más novillo por lo pequeño, aunque se dejó pegar dos puyazos quedando para muleta noble pero tardo. Al chofer del trole que por fortuna tiene estación cerca de la plaza (Quito es una ciudad larga más que ancha), le dijeron unos que habían estado en el cinco, que la asfixia del “maestro Rincón” se produjo debido al empleo, quizás equivocado, de dos muletazos en redondo profundos y buenos, que resultaron los mejores de toda la tarde. Luego el “maestro Rincón” se dedicó a marear la perdiz, ya que la limpieza le jugó una mala pasada.
Como la tarde se había metido en limpieza y Castella es muy atento con sus mayores, decidió seguir con el oficio poniéndose manos a la obra. Sin embargo, el francés olvidó una de las reglas elementales en esto del esplendor, recogerse el pelo para parecer él mismo higiénico. Quizás Castella se haya dejado el pelo largo para que como a Sansón le dé más fuerza para aguantar la muleta, templar y que los toros no le enganchen tanto esta temporada. De cualquier manera, el público de Quito que es soberano como cualquier otro publico, pero no tonto, adivinó la pequeñez del torucho que salía por chiqueros, antes de que terminara de salir al ruedo y lo pitó. Los dos primeros tercios de la lidia del segundo fueron de trámite, pero para la muleta quedó con viaje aunque al final se rajó. Trapeaba Castella en ese fulgor de la limpieza (torear es otra cosa) cuando por momentos parecía que el trapeo era enganchado, luego así no hay brillo. Y lo era así porque parecía que torpeaba el francés. Cosa asombrosa, ¡par diez! en este gabacho. ¿Torpeaba por exceso de confianza o por desentreno? La cosa es que el respetable, se volvió respetable y pidió trofeos para el trapeador, que el usía no concedió aplicando el criterio de no validar los gritos.
Era feo el de Triana que salió en quinto lugar pero cumplió (la belleza no tiene nada que ver con la bravura) en los dos primeros tercios. Luego, en contra de los criterios de la sabiduría modernista que aplican los neotaurinos, el toro embistió con buen aire. En realidad la teoría modernista de las hechuras y las embestidas, las tiró por tierra este toro, que en la opinión del experto y veterano ganadero, y matador de toros, Sancho Dávila, que dijo que como al toro le habían dado de comer en la mano en los corrales, no iba a embestir. Sea por la pericia del matador, o por la energía recibida en aquellos exquisitos bocados de fresca hierba, el toro embistió y Castella dentro de su vulgaridad lo lidió más que lo toreó. Y por un bajonazo dos orejas. Se ve que es cosa habitual, aquí, en España, o Pequín, que con tamaña estocada se den trofeos. Debe ser cosa de esos taurinos modernos.
El paisano se dejó ir el mejor toro, aunque al final hizo amago de rajarse, del encierro de la limpieza, el tercero. Sus bisoñez en técnica y sitio demandaron otros circuitos antes que este. Y aún siendo este, sólo con demostrar lo que demostró, a carta abierta, basta, para saber quien es Juan Francisco Hinojosa y saber de lo que tiene que recorrer aún. De cualquier manera con más voluntad hubiera resultado otra cosa.