INTRODUCCIÓN.
La poesía y la tauromaquia han estado unidas desde su existencia al toro mitológico, conociéndose como poesía taurina la manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa, así como el género literario constituido por esas composiciones cuyo tema versa sobre todo lo RELACIONADO con la fiesta de los toros y todo lo concerniente a la misma.
Los inicios de la poesía taurina se remontan hasta la poesía épica, lírica o dramática, incluso a los cancioneros y elementos folclóricos del siglo XV en los que surgieron las primeras alusiones a acontecimientos relacionados con los festejos taurinos o a los toros, tales como Estoria del Cid o Crónica del Cid, el Poema de Fernán González o las Cántigas del Rey Sabio entre otros.
Bien podemos decir que gracias a los cancioneros, juglares y personajes folclóricos de antaño, surgieron las primeras alusiones poéticas a acontecimientos relacionados con festejos taurinos.
Desde estas primeras manifestaciones se
desarrolló hasta llegar a su momento de máximo esplendor a finales del siglo
XIX e inicios del XX coincidiendo con el siglo de oro del toreo español, este
momento de esplendor fue conocido como el siglo de oro de la poesía taurina.
Durante ese tiempo la casi totalidad de bardos de la generación del 98, del 14
y del 27 mostraron su pasión por la fiesta de los toros, dónde encontraron
inspiración para sus creaciones literarias.
Primera etapa hasta el siglo XVI
Entre esta
poesía taurina primigenia el ejemplo más destacado se encuentra entre las
estrofas de las Cántigas de Santa María de Alfonso X El Sabio, una colección de
429 poemas escritos en gallego en los que se alaba a la Virgen Maria y difunden
sus milagros. Son poesías cantadas, cuya letra y música estaba compuesta por
trovadores.
«Cómo Santa María salvó de la muerte a un hombre bueno de Plasencia, cuando un toro venía a matarlo.»
«Con razón las bestias tienen gran pavor de
la Madre de aquel Señor que tiene poder sobre todas las cosas.»
«Por dónde, un caballero de la villa se casó
bien y mandó traer toros para sus bodas, y apartó uno de ellos, el más bravo,
que mandó correr.»
«Pero él no se pagaba de ir allá, ni de
verlo. Pero este hombre tenía un compadre clérigo, llamado Mateo, que envió por
él, como he sabido, para cosas que quería decirle. Y él salió para ir allá, y
el toro se dejó ir, de rondón, para herirlo, muy felón, metiéndole los cuernos
por las espaldas. Y el clérigo, cuando esto vio desde una ventana, pidió merced
a Santa María, y no le falló, pues luego vino a valerle.
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