¡IMPRESENTABLES!
Por Agustín Hervás
Cuando en otros lugares de la geografía española se enteran de que vengo a la feria de Salamanca me interrogan sobre su arte, saber y toros y yo respondo que sí, que arte mucho, mucho arte en la piedra, que saber mucho, mucho saber en la universidad y que toros muchos, muchos en las dehesas pero que en La Glorieta, escasitos, muy escasitos de todo, mucho de todo.
La corrida de Domingo Hernández y Garcigrande impresentable, en la línea de la desvergüenza para este ganadero mediatizado por el encaste de Juan Pedro, quizás de lo peor de Juan Pedro, que aquí ha venido a reírse de sus paisanos y a tratarlos de bobos. Pero también en la línea de la desvergüenza ha estado la autoridad, garante de un espectáculo cada vez más tomado por el bandolerismo, que ha consentido tan manifiesta vejación a la tauromaquia y la empresa vergonzosamente indolente que nos asalta con tanta aberración.
Aún nadie en esta feria le ha hecho justicia a Alfonso Navalón que a buen seguro estaría ahora poniendo los puntos sobre las ies y con el que tuve el honor de trabajar en la única incursión radiofónica que hizo en su carrera a través de los micrófonos de Onda Cero Radio, y seguramente es porque a pesar de sus arreones “a contra estilo” sabia como mantener a raya a sus paisanos y al mundo taurino depravador que nos invade. No cabe la menor duda de que os conocía como si os hubiera parido y de que calló más cosas de las que contó porque en el fondo era un buen salmantino y mejor amante de la fiesta brava.
No fue el de Hernández el prototipo de toro bravo que queremos en Salamanca porque su fachada en nada contribuye a dignificar esta fiesta de nuestros dolores. No queremos un toro romo como el primero, inválidos, anovillados, culipollos, raspados y vareados. Que tuvieran nobleza o borreguez es lo de menos, les faltaba casta y poderío que es lo que da emoción a un espectáculo cada vez más carente de ella.
Sí, un toro cogió a Uceda fue por atropellar la razón al querer levantar una tarde que se debatía entre la mortandad y el frío, y si otro volteó a Gallo fue por la indolencia del chaval que practicó el parón en terrenos comprometidos de querencias. Se devolvieron al corral dos y debieron ser mínimo tres o cuatro, o quizás haber rechazado toda la corrida en los reconocimientos previos por impresentable.
Impresentable ver al Juli con los inválidos, haciendo de enfermero y poniendo su muleta salvadora al servicio de una empresa hostil contra la afición. Y luego dicen que no les demos argumentos a aquellos que quieren herirnos. Una vez más, querida y sufrida afición, ¿qué hace el toreo por el toreo? Nada, hasta el momento nada solo cosas impresentables.
17 septiembre 2005
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