17 febrero 2009

HOMENAJE A CONCHITA CINTRON

Hace bastantes años descubrí a "La Cintrón", perdonen la licencia, no como rejoneadora y amante de la tauromaquia, sino como una poetisa de la vida. De su vida. No la conocí por méritos propios, sino por otro amante de esta magnífica locura que es el toro. Fue Ángel Parra Gúzmán quien en un foro taurino, nos alimentó el espíritu con esta brevedad literaria de Conchita. ¡Ojalá que la felicidad haya inundado su existir! Escribía Ángel Parra Guzmán... Tengo en mis manos un hermoso libro escrito por la rejoneadora Conchita Cintrón, el mismo que fue editado en 1979 en México con un tiraje muy limitado, de suerte que este hermoso ejemplar es casi lo que podríamos llamar una pieza de colección bibliográfica. De la muy fina pluma de Conchita, a quien se le llamó "La Diosa Rubia del Toréo", extractamos las lineas siguientes en las que la misma rejoneadora, hija de padres norteamericanos de ascendencia portorriqueña e irlandesa, nacida en la ciudad de Antofagasta (Chile) y criada desde muy niña en el Perú, la tierra a la que sintió siempre como su patria y bajo cuya bandera toreó en las principales plazas de España, México, Colombia y Perú, nos habla sobre Lima, aquella ciudad de mitad de siglo que, ahora, a las puertas del dos mil mantiene incólume sus encantos... aquella Lima a la que sintió siempre como suya. Dice Conchita Cintrón":

MI TIERRA. Dicen que no hay extranjero que haya ido al Perú que no sienta la necesidad devolver. Lima es encantadora, limpia y fresca. Moderna, sin perder tradición, es antigua sin pasar de moda. Las casas coloniales y las callejuelas angostas mantienen su duende entre los rascacielos. Tampoco el cerro de San Cristóbal pierde su encanto frente a los Andes que, grandes y soberbios, sirven de marco a la ciudad. Los barrios residenciales, cubiertos de enredaderas, y los jardines que florecen todo el año, son fruto de las aguas del Rímac, que nace en las nieves perpetuas de la cordillera andina. Teniendo a su alcance la frondosa selva de la montaña, que se extiende hacia el oriente del Perú, el rio Rímac escoge más bien las tierras áridas de las sierras para bajar, serpenteando, en busca del camino libertador hacia el mar- Dando vida a cada paso, regando alfalfares y fructíferos huertos, caña de azúcar y algodón, pasa por fin el verde oasis de Lima, llevando en su ritmo algo de la melancolía de los lejanos silencios, y en sus reflejos recuerdos de las llamas y vicuñas que bebieron en su lecho. Siguiendo su camino el Rímac no tarda en divisar el Pacífico, que sobre las costas del Perú vive la lucha de un enamorado eterno. Cariñoso y respetuoso, besa delicadamente las playas arenosas de la bella ciudad, arrebatador y bravo, desafía los peñascos que la ocultan de su vista. Y por las alamedas ensombradas del atardecer limeño, la brisa de la sierra trae ecos del gemir de quenas, que se funden con los comunicativos ritmos de las "marineras" costeñas. Surgen los valses criollos, el baile gracioso y sentido, el airoso pañuelo... Suenan la guitarra y el cajón... Se arma la jarana con sus dichos pintorescos... Pasa algún chalán en su caballo de paso nacional. ¡Hay que ver cómo anda el bello animal, haciendo de sus grandes crines una aureola y de su cola una nube! Su jinete -quizá haya sido el mejor de Amancaes- echa sobre su hombro el poncho y desmontando ágilmente, hace sonar las pesadas espuelas de plata. Aproximándose, jacarandoso, se quita el sombrero. Y por las sierras, al amanecer, cuando las alpacas miran asustadas la sombra de algún avión, el pasado y el presente se cruzan como los cóndores con las ovejas. En esta tierra desembarqué para pasar allí mi niñez y llamarla después mi patria".

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