09 febrero 2007

TAUROMAQUIA PARA ANTITAURINOS (III): EL COSO - EL CORO - EL PUEBLO


JOSE GARCIA SANCHEZ (plaza de Sevilla)

Todos son distintos en lo accidental y todos son iguales en lo esencial. A ninguno de ellos se les oculta el profundo sentido del rito con el que se gana el reto; nadie escapará a la catarsis, a la curación que esta reivindicación de la vida -pasando por la muerte- supone.
Y aquí, una advertencia: tiéntense las ropas, amigos antitaurinos, antes de concluir, con simplismo y precipitación, que esto no es más que puro atavismo y morbosidad. Piensen -piensen, por favor- que estos valores subyacen en el inconsciente colectivo, que no puede descalificarse todo lo que no procede del proceso racionalista -que no es igual a racional-, que lo intuitivo no pertenece a lo irracional, que, en definitiva, la catarsis que produce el toreo no es más que la satisfacción parcial del ansia de inmortalidad del alma humana a través de la expresión artística.
Desde luego, que yo sepa, los únicos seres vivos que tienen conciencia de la inmortalidad son los humanos. Está en la historia, en su cultura; desde siempre y para siempre.
Por eso, queridos antitaurinos, ustedes siempre han sido una bendición para la Fiesta de los Toros, y ahora verán por qué.
Cuando el toreo a pie se consolida en el siglo XVIII, el pueblo -y nadie más- lo prohíja y hace suyo. Papas, teólogos, intelectuales, políticos, etc. –unos por ver peligrar su poder espiritual ante tan hondo contenido esotérico, por quedarse en la superficie del espectáculo otros y no percibir más que crueldad y barbarie desde su racionalismo- se ocuparon y preocuparon de prohibir, anatemizar, excomulgar y perseguir el espectáculo.
Es cierto también que algunos nobles y artistas gustaban de la Fiesta, pero eso les alejaba de la Ilustración y los "aplebeyaba", con la excepción, quizás, de Goya, que se mantuvo fiel a ese amor y a las luces del pensamiento moderno y antireaccionario.
Tan siniestro y curioso es el fenómeno, esta dicotomía entre "inteligencia" y afición taurina, que, salvo excepciones muy nobles y discontínuas (Ortega sin entusiasmos, parte de la generación del 27, un considerable núcleo de la expresión plástica del XIX), hasta principios de los sesenta, en el siglo XX, no se rompe el esquema, el estereotipo de: taurino igual a reaccionario, intelectual sinónimo de antitaurino o, como mucho, indiferente al fenómeno en cuestión. Para mayor paradoja, esta ruptura no se produce por reflexión y autocrítica de nuestros intelectuales (salvo excepciones, claro), sino que son los extranjeros como Hemingway o Jean Cau quienes, al mostrar su entusiasta y desacomplejada afición, quizás hagan cavilar a más de un "tonto ilustrado" -que es la peor manera de ser tonto-, "deslumbrado" por el "prestigioso pedigrí de foráneos" de aquellos.
En fin, es claro, señores antitaurinos, que cuando han estado en el poder (como Administración, como Iglesia, como élite social) nada han conseguido ustedes contra la voluntad popular; si acaso, darle más vitalidad a la Fiesta, hasta el punto de que –descorazonados- sus antepasados de la Administración se vieron obligados a regularla poco a poco -¡lo que son las cosas y los tiempos!-, pasando de una inicial preocupación por el orden público hasta convencerse, por fin, de la bondad de este Arte y contemplar actualmente medidas de fomento y protección para el mismo.
Pero volvamos al principio: todas las Plazas de Toros son iguales y distintas; el público que las hace suyas -las ocupa e impregna de su personalidad colectiva- será más o menos entendido en aspectos técnicos de la lidia; sin embargo, todos son depositarios de la misma verdad: la emoción del reto al toro, unida al goce estético de las formas rituales con que el héroe gana el desafío, producen la "catarsis", el mejoramiento espiritual consecuente a esta victoria. Por eso esta excluida la morbosidad: el gran fracaso -la cogida del torero- sólo produce frustración y dolor porque se ha perdido el reto y se ha producido el antirito.
No obstante, mis queridos antitaurinos, les confesaré un secreto que tal vez les regocije: los antitaurinos nada pueden hacer contra la Fiesta de Toros (la fortalecen siempre que arremeten contra ella).
¿Saben quiénes sí pueden destruirla?: pues, precisamente, los taurinos, los responsables de que el toro sea toro y el torero sea torero. Nadie más.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuanta razon hay en tus palabras amigo Pepe.

Si los antitaurinos exijieran el toro-toro en puntas,con edad, peso y toda su integridad el 90% de los toreros se tendrian que cambiar de profesion

Anónimo dijo...

Siempre habrá detractores para la fiesta, nada en el mundo está excento de que algo no le guste a ciertas gentes,pero no creo que por el momento la fiesta está en peligro, al menos no orque a la gente no le gusta vaya a lograr cambiarla. Y pueden que tenga razón en algunos aspectos, sin embargo, el toro de lidia tiene el destino maracado desde que nace y éste es morir en la arena de una plaza de toros. Para mi, como para muchos, esta es la más grande de todas las fiestas.

Anónimo dijo...

Menudos retrasados, a ver si evolucionais de una vez panda de catetos. Nadie en su sano juicio puede disfrutar viendo sufrir a un animal que está siendo torturado. Deberiais modificar la fiesta sin que muriese el toro, esa sería la mejor alternativa para todos.
Fdo: Un antitaurino.