JOSÉ GARCÍA
El momento supremo ha llegado, el instante cumbre del rito, el más duro, el de la verdad desnuda, comienza cuando el torero –Adán primigenio, hermafrodita perfecto, amor y conocimiento, creador masculino, constructor femenino de formas- se perfila frente al tótem y entierra la fálica tizona en la carne volcándose sobre la amenaza de los pitones, que son salvados gracias al airoso pase que la mano izquierda imprime a la muleta. Desecho el encuentro, todo está consumado: la telúrica y fecunda fuerza se derrumba con el vidrioso velo de la muerte en la perdida mirada, el oficiante se yergue y abre los brazos con apostura, sabiendo –sin saber- que ha recorrido, en ascensión iniciática, las esferas de la cábala que lo llevan desde Tierra al jupiterino dios solar, pasando, previa e inexcusablemente, por el conocimiento de Hermes y los impulsos y deseos de Afrodita. El oficiante se transfigura y pasa de hombre a héroe, a semidios. Es la embriaguez del triunfo, la que hace que muchos toreros sean incapaces de recordar posteriormente lugar, ruidos, gritos, llamadas o cualquier estímulo exterior. Es muy sencillo, están en otra realidad, en una realidad que el coro vociferante intuye pero que no puede comprender, al tiempo que la desea para sí, la hace suya y rompe en una explosión de emoción catártica, curativa, mejoradora del espíritu humano.
Ésta es la razón última del Toreo, todo se ha hecho para llegar a este final, a esta comunión con la inmortalidad.
Nada es lo que parece. Parece que un inocente animal ha sido torturado y dañado hasta la muerte por una incomprensible sed de crueldad y sangre. Parece.
Es esto: un hombre –el torero- ha desafiado a un animal único –el toro bravo, el que no admite desafíos- con la práctica de un rito también único –el toreo-; ha ganado el reto cumpliendo el rito y ha transfigurado su condición de simple mortal.
Sencillamente, ha creado una obra de arte, del Arte más fugaz, más inútil, más útil, más bello por cuanto de la verdad contiene, más auténtico porque nada se simula, más conmovedor por lo que en él se juega:el Arte del Toreo.
¿Que no?. Que sí.
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