16 febrero 2007

TAUROMAQUIA PARA ANTITAURINOS (V) EL TOREO


Por José García

De la antítesis entre toro y torero nace la síntesis del toreo, un reto que se gana cumpliendo un rito, un rito consumado cuando se gana el reto. Eso es el toreo; por tanto, nada que ver con la barbarie del puro reto ni con la feble y estéril concepción de un formalismo ritual. En otras palabras: el reto está ritualizado, el rito cargado de realidad y autenticidad. Fondo y forma confundidos en este Arte, cuyo soporte técnico es la lidia.
Ha de conducirse la agresividad del animal hasta su muerte mediante lances de capa, suerte de varas para medir su bravura y ahormar sus embestidas, banderillas avivadoras y pases de muleta para arribar a la última y suprema suerte de matar.
Todo ha de tener un porqué y un para qué, todo ha de responder a un propósito único bajo una diversidad de formas y secuencias. El torero que se agarre a las puras formas dará pases pero no toreará, se "pondrá bonito" pero no parirá lo bello, su obra se perderá en el formalismo más estéril.
Es probable que cualquier antitaurino de pro no aprecie nada de esto y sólo vea lo cruento del sacrificio. Es lógico, pero aquí queremos que se coloque en el alma unas lentes distintas, que mire y vea.
Para ello, no se me ocurre otra cosa que ayudarle con unos consejos muy sencillos y no abrumarle con disquisiciones técnicas, tiquismiquis fundamentalistas u obsesiones de ortodoxos.
Vamos, pues, adelante.
En primer lugar, respetar al toro y al torero; al primero, exigiendo que quienes lo crían y cuidan lo presenten en su integridad y plenitud, no lo agredan ni mermen en sus facultades; al segundo, porque sólo el hecho de ponerse delante de un toro ya es importante "per se"; la obra del torero será más o menos feliz en función de su fidelidad a la verdad del toreo, pero la falta de fortuna, valor o conocimientos nunca justificará el menosprecio o el insulto.
En segundo lugar, juzgar al torero en función del toro que tiene delante; por tanto, mirar siempre al toro y no al torero: aquél siempre nos llevará a éste y así entenderemos mejor la bondad o intrascendencia del resultado. Mirar al toro, cómo se comporta, si embiste recto o largo, si galopa o anda, si se defiende o ataca, si es bravo o manso, si es noble o avisado, fuerte o débil, dónde quiere estar y dónde no quiere ir... Mirar al toro, siempre al toro.
También, saber que todo lo que se hace a un toro tiene su mérito, pero no todo tiene la misma importancia.
Como regla general, cuanto más largo, curvo y rematado hacia abajo es un lance, más profundo y verdadero resulta; cuando el pase es corto, rectilíneo y rematado hacia arriba, el toreo es más liviano, grácil y alado. También es válido que la profundidad se logra cuando el diestro torea con las piernas abiertas y una de ellas –la que se corresponde con el lado del pitón más cercano al lidiador- se encuentra adelantada. Los taurinos denominan a esto "abrir el compás" y "cargar la suerte". Cuando se torea a pies juntos aparece normalmente el adorno, la floritura o la pinturería, que también tienen su sitio y acomodo en el toreo, pero detrás del fundamental.
Para finalizar, puntualizar que el auténtico toreo se caracteriza, ante todo, por la naturalidad; el torero no se retuerce, hace retorcerse al toro y merma su violencia porque consigue que la embestida se atempere (parar), obligándole a seguir un camino (mandar) mediante la virtud de no dejarse enganchar el capote o la muleta (templar), y encadena así un lance tras otro (ligar) hasta el punto o momento preciso de la muerte.
Con todo lo dicho y esbozado sólo hemos abierto un ventanuco que permitirá al que sienta aguijoneada su curiosidad comenzar a mirar y ver, pero ha de saberse también que una sola vida es insuficiente para comprender los misterios que esconde la conducta, reacciones y actitudes del toro bravo. Para comprender el toreo hacen falta más de dos.

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