APUESTAS ARRIESGADAS

Joselito "El Gallo"

APUESTAS ARRIESGADAS

Siempre me llamó la atención una expresión que, con relativa frecuencia, encontramos en las diversas críticas de arte, ya sean referidas a pintura, música, poesía, escultura, novela o teatro.
Las más de las veces, la dichosa frase es hija y fruto de un lenguaje tan cursi como facilón, del que tanto gustan determinados articulistas y plumíferos del muy particular mundillo estético. Así, al enjuiciar tal o cual obra plástica o literaria, el gacetillero de turno se despacha diciendo que el autor de la misma se ha embarcado en "una arriesgada apuesta estética", lo que casi siempre quiere decir que el dichoso progenitor o presunto artista, más que descubrir nada nuevo o revolucionario, se ha perdido en un mundo abstruso e incomprensible, o simplemente se ha dedicado a acentuar aspectos formales, estructurales o cromáticos, sin atender a otras cuestiones de fondo y contenido; es decir, al meollo, sustancia o esencia de la que toda obra artística debe estar preñada e impregnada.
Fácil recurso éste, por tanto, para halagar y no insultar al artista, pero sí para tomarle el pelo al lector dejándolo en la inopia; no siempre, mas sí frecuentemente.
Por eso, cada vez que leo u oigo la feliz y jodida frasecita, pienso en el toreo, en el arte de torear. Y es que, para bien o para mal, la apuesta estética de un torero siempre es arriesgada: la suerte o la muerte, como reza el famoso aforismo.
Aquí el juego es de verdad y nada se simula; aquí las matemáticas nos dicen asidua y constantemente que dos y dos son cinco; aquí siempre conlleva riesgo físico cualquier apuesta estética. Aquí no se pueden hacer experimentos con gaseosa.
Aquí, por si fuera poco todo lo anterior, la materia plástica –el toro- no es tan fácilmente moldeable y adaptable; es más, el ganadero lleva siglos intentando este modelado a las exigencias de cada tiempo y época torera –la bendita "toreabilidad"-, y no son pocos los fracasos y resultados inciertos, hasta el punto de que muchas vacadas arriban a la debilidad y mansedumbre en vez de a la pujante bravura.
Para acabar de complicarlo todo, la crítica del arte torero es la más difícil por ser éste el más fugaz en el tiempo, por no ser revisable ni "remirable"; el juicio crítico sólo depende de nuestra capacidad de rememorar y de la intención con que el ojo mira, lo que no es cuestión baladí, aunque sí es cierto que estas carencias –no hay mal que por bien no venga- ayudan a acrecentar la pasión, la bendita pasión por un arte tan excelso como incomprensible para muchos.
Buena prueba de lo dicho es que, cuando examinamos el video de una grandiosa faena presenciada en vivo en su día, nos sentimos defraudados porque la memoria entra en contradicción con las imágenes en conserva ahora contempladas.
Corrochano lo expresaba muy bien: "La mayor dificultad de la crítica taurina está en que falta el objeto de referencia. Todo ha pasado. No queda rastro de la corrida…….. Apoyamos la razón en lo que vimos y ya no vemos".
Pero vamos con las apuestas y sus riesgos. Las Tauromaquias no son otra cosa que compendios de reglas para ejecutar las suertes del toreo, partiendo del conocimiento previo, profundo y minucioso de los muy distintos y diversos tipos de toros a los que el espada ha de enfrentarse. Pepe Hillo se jactaba en la suya de la imposibilidad de que el toro coja al torero si éste conoce las "reglas fijas" de las suertes y las "acciones ofensivas y defensivas de los toros".
A Pepe Hillo, el de la "sabia experiencia", lo mató el toro Barbudo, de Peñaranda de Bracamonte.
El "Napoleón de los toreros", Paquiro, nos lega una Tauromaquia llena de prolijos y sabios consejos para el lidiador; a pesar de ello, Montes sufrió innumerables y graves cogidas.
Manolete achicó el toreo y lo puso de perfil; heterodoxo en tantas cosas, fue muerto por Islero cuando realizaba la suerte que, desde sus inicios, mejor y más ortodoxamente sabía realizar: la de matar.
Nadie daba un ardite por el revolucionario Belmonte –"el que quiera verlo que se dé prisa, antes de que lo mate un toro", decía el gran Guerrita-, y murió añejo y setentón por su propia mano.
Por último, Joselito el Gallo, "el sabio de Gelves", el más ilustre y enciclopédico de los toreros -hasta el punto que de él se afirmaba que "había sido parido por una vaca"- dictó durante casi una década la más deslumbrante y completa de las tauromaquias. Un estúpido toro burriciego acabó con su vida en la plaza de Talavera.
Está claro: en tauromaquia nunca sabremos si es cierto lo que se dice ni lo que se hace. Decir toreo, para bien o para mal, es instalarse en la perplejidad y el asombro. Fue también Corrochano quien mejor lo expresó: "¿Qué es torear?. Yo no lo sé. Creí que lo sabia Joselito y vi cómo le mató un toro".
¿Arriesgadas apuestas estéticas?. Pasen por el toreo y las verán.
Almería, 11 de febrero de 2008.-
José García Sánchez.-