07 septiembre 2006

EL NIÑO DEL CHÉ. O la decadencia de Barcelona.

EL NIÑO DEL CHÉ. O la decadencia de Barcelona
Por Agustín Hervás.

Arsenio es un vejete al que le cuesta articular palabra y sin embargo musita. La barba le crece rápido y la de ahora tiene tres días. Es grisácea. Fuma Celtas Cortos y confieso que no creía que este tabaco lo vendieran aún. El labio inferior lo tiene amarillo, o morado, o yo que sé. De ese color raro que produce la nicotina en semejante lugar encallecido. El pitillo cuelga de el. Cuando articula o abre la boca, y cada vez que junta palabras, apenas audibles, por milagro, no se le desprende de los labios. Lo que sí se desprende es la ceniza que le pone perdido el pantalón. De vez en cuando se lo quita de entre los labios y con el dedo Meñique, que también lo tiene amarillo, hace desprenderla. Los ojos acuosos. No es de nada, es de la vejez. La mirada fija y el gesto contento porque tiene delante un vaso de vino que bebe con tiento para que le dure. Casi toda su vida de ayuda de mozo de espadas. Ningún oficio mejor en el mundo.
.- ¡Qué no han visto mis ojos! –mueve la cabeza de arriba abajo –
La expresión de su gesto con ese movimiento es una enciclopedia. Aunque con retranca Arsenio habla de lo taurina que era Barcelona, a la que conoció brillante y esplendorosa. Casa de toreros y tierra donde se decía la verdad en sus plazas. Así tenía que ser por historia.
.- Nadie mentía. Todos eran puros. Toreaban más bien que Dios. Pero en el otro siglo fueron mejores tiempos.
El viejo se refiere al siglo XIX, su padre le contaba maravillas de la Barcelona taurina por excelencia. Con varias plazas de toros activas a la vez. Barcelona se hace taurina por causa de la industrialización. En la Ciudad habitaban los obreros que habían llegado de diferentes partes del país y de la propia región y con ellos: tradiciones, costumbres y fiestas, y la de los toros arraigó profundamente.
Arsenio es hijo de emigrante. El sexto de la familia. Por delante de él cinco hermanas, por detrás otro varón que murió en el bombardeo de la horchatería del Tío Ché.
.- ¿Durante la guerra? - le pregunto –
.- Yo tenía 10 años - me responde –
Supongo que fue en los días de los primeros bombardeos de Barcelona.
.- Mis padres, y todos en el barrio vivíamos en condiciones pésimas – se le zarandeó el cigarrillo al pronunciar pésimas, pensé que se le caía, hábilmente lo sujetó con el labio superior – mis hermanas apretaban y mi padre no sabía qué era una cama. Trabajaba todo el rato. Se trabajaba sí, pero no se vivía. Hoy se vive y no se trabaja. ¡Mester ver!
Eran aquellas unas gentes frustradas pero también guardaban en el interior de sus corazones su hálito de esperanza.

.- ¡Mester ver! - repitió - convivía entre todos nosotros la realidad mísera y el sueño de gloría. Por eso quise ser torero para salir de la miseria y ayudar a mi padre con los caprichos de las hermanas.

En esta sociedad de miseria y sueños arraigaron los espectáculos de toros. A través de la valentía, con rapidez, llegar a la gloria, a la dignificación de la vida.
Es la filosofía de Felix Grande, aquella que da explicación a la irracionalidad de la tauromaquia, la que emerge en esta triste sociedad barcelonesa. El torero, que representa al pueblo empobrecido, vence al mal que es el toro negro de la vida y que diariamente significa la insatisfacción que le rodea. El pueblo aplaude el triunfo del torero y lo abronca en el fracaso. Es la constante dualidad humana.
.- Mi vida no era más que una eterna insatisfacción. Quise alcanzar lo que no tenía, pero no llegué. Una vaca me quitó mi destino.
Arsenio suele decir que aquella vaca maña, con un pitón le quitó su vida, con otro le dio el pan, porque de allí vivió el mundo del toro como quizás ningún otro personaje del toreo lo viva. Pasando los mismos miedos que los toreros pero sin ponerse delante y las mismas alegrías en conjuntas celebraciones.
.- Cuando el mataor triunfaba todos habíamos cortado orejas. Cuando le pegaban una bronca era a el sólo a quien se la habían pegado. Eso es así. No se cambia.

Dice Arsenio que su padre había conoció a un vecino, anciano ya, que estuvo presente en los disturbios del 35 – del anterior siglo – cuando la gente se echó a la calle después de ver lidiar seis mansos en la plaza del Toril. Pero que lo que recuerda con más cariño de todas las tardes que en Barcelona sirvió espadas fue la despedida del niño de Bienvenida, de Antoñito.
Antonio Bienvenida se despidió del toreo en Barcelona el 18 de septiembre de 1966. La corrida fue de Alipio Pérez y en el cartel estuvieron Miguelín y El Pireo.
.- El niño toreó más de cincuenta corridas en Barcelona. La mayoría con gran éxito, porque Barcelona era una plaza que daba mucho ¿sabe usted? – y le pega un trago al vino –
Continúa en balado en su recuerdo con la mirada puesta en un punto fijo de la habitación donde hacemos la entrevista.

.- En el toro se aprende mucho de la vida, lo dijo Antoñito, porque el toro es violencia. Es bondad. En el toreo hay templanza, hay maldad, hay dolor. El toro significa triunfo y fracaso. – hace pausa y suspira – Y todo esto es la vida.

Arsenio murió a la edad de 80 años, pocos meses después de hacerle la entrevista.
No pudo terminar de contarme las cosas que sabía sobre el plumilla Ventura Bagües. Y las anécdotas con todas las figuras que hicieron el paseíllo en la plaza de Barcelona. De Manolete al que una tarde antes de hacer el paseíllo un pájaro se le cagó en la Montera. De Ordoñez que se encaró con un picador porque el caballo, desbocado le pegó un arreón y a poco lo tira al suelo. Que Finito, me dijo, era mejor de novillero que de matador. Que Antonio Barrera es un chaval a tener en cuenta, que se pone muy de verdad y le han pegado mucho y mal los toros. Que el Marín perdió el paso cuando hace unos años quisieron apoderarlo los Camará y él no quiso. Y que jamás olvidará a Puerta, Camino y el Viti. Del Cordobés me tenía que haber hablado mucho, pero no sé si bien o mal.
A Arsenio se la "traía floja", así me dijo, el congreso organizado por los subordinados de los taurinos, "esos de la plataforma". También que según se dice hubiera 700.000 aficionados a los toros en Cataluña, el 11% de los catalanes. Que cuatro de cada 10 prohibirían las corridas. Arsenio opina que eso son pachorradas. Que los políticos pueden prohibir y que nosotros podemos votar y que lo que el pueblo sienta se hará. Que le parecía una putada lo de los menores que no pudieran ir a los toros. Y que los periódicos son todos unos vendidos a quien les paga.
Me dijo:
.- Yo amo Poblenou porque es mío y porque así lo siento. Lo viví, lo lloré. Jamás he sentido el toreo como lo he sentido en esa plaza de toros. Si me quieren arrancar la vida que me la arranquen, lo hicieron con mi hermano en el 37. Pero lo que no me arrancarán es la honra de haber sido y sentirme torero. ¡Torero de Barcelona!.

Todo aquello que el Niño del Ché (apodo torero en honor del lugar donde murió su hermano) había definido como la vida se lo llevó litro y medio de gasoil que se bebió en una cuneta. El forense me dijo que esa muerte es horrorosa. Que te quema el estomago y derrite los pulmones.
¡El toreo es grandeza! ¡Que viva el toreo Ché!
Quizás lo ultimo en toreo que vieran sus ojos fue el festival taurino del 8 de abril de este año. Lo que sus ojos no hubieran querido ver es el deterioro al que, los hijos del gran Balañá, sometidos al poder político y a la humanización de la sociedad catalana, han llevado la plaza de Barcelona. La aberración de aquellos que pagan la plataforma defensora para salvarse ellos mismos. Es decir los taurinos para salvarse entre ellos, no para salvar la integridad y la pureza de la fiesta.
Arsenio, El Niño del Ché, aun con respeto no hubiera querido ver carteles en la plaza que le hizo más feliz, con toreros secundones y de última fila. Yo sé que Arsenio, de tener poder, ¡pobre mío! hubiera hecho lo posible taurinamente hablando porque hoy día no tuviera sentido la Ley de Protección Animal, cuando aún nos matamos entre nosotros esgrimiendo éticas diferentes. La nueva ley de protección de los animales. Y tampoco hubiera consentido La Corrida Moderna de Távora.
.- ¿Que Távora ganó un pleito al ayuntamiento? – me preguntó –
.- Sí lo ganó – le contesté – porque como había un rejoneador en su espectáculo lo prohibieron y lo indemnizaron luego.
.- Ese chico del teatro no hace más que poner lo que ve en España.

Y a lo mejor llevaba razón. Que las sociedades ceden valores en beneficio de otros valores. Lo que ocurre es que para muchos, esos que nos quieren imponer, ya no son valores... quizás suicidios lentos.
¡En tu gloria Ché, en tu gloria!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué joya, Agustín. Y me encanta que hayas recordado a Félix Grande, para mí junto a Panero y a Ángel González es de lo mejor que tenemos en poesía española.

Anónimo dijo...

Hola soy un estudiante de periodismo y, ante todo, aficionado y entusiasta de la fiesta de los toros. Buceando en internet me he encontrado con su blog y este artículo sobre ese TORERO, el Niño del Ché, me ha llegado al alma.Enhorabuena y muchas gracias.

Óscar Arcones

Anónimo dijo...

Señor Hervás ya sé porque le han vetado en la Tribuna de Salamanca, es usted mucho más que un crítico taurino, y a fe que lo es y de los buenos, este artículo demuestra que usted es un notable escritor, persona culta, cargada de humanidad y que sabe transmitir sentimientos, sensibilidades, grandezas y miserias, en definitiva lo que en realidad es la vida. Le duele la verdadera Fiesta de verdad y la defiende con vehemencia y conocimiento, porque como bien dice el toreo es irracional pero es sobre todo grandeza.

Un abrazo de un buen amigo tuyo