Nos trae hoy Pepe García, aunque firmado en el 2001, la respuesta a dos de las interrogantes más problemáticas de la tauromaquia, (trapío y bravura) aunque con el paso del tiempo se ve que los aficionados y derecho habientes seguimos empeñándonos en descubrir quien de los dos tropezaba más, sí el burro o Sancho.
EL BURRO DE SANCHO.-
"El burro de Sancho tropezó dos veces".- Con intención o sin ella, artera o inocentemente, por imprecisión o por maldad, es lo cierto que, en la tarea de comunicarnos unos con otros, confundimos y nos confunden, nos enredamos y enmarañamos en vericuetos y nebulosas, nos perdemos en vaguedades y penumbras, y de esta guisa caemos en la maldita babel de la confusión, de la confusión que siempre beneficia a unos pocos y empobrece a la mayoría.-
Confundir, como vemos, constituye empresa fácil y, a veces, hasta rentable, mientras que la comunicación veraz y exacta -el saber lo que se dice y el decir lo que se sabe- se nos antoja cada vez más ardua y difícil, y no digamos si de lo que queremos hablar es del toro, del toro bravo.-
Descartando el dolo o intención directa de confundir, que es mucho descartar porque más de uno se mueve en esa dirección, basta con que pateemos la sintaxis o la semántica para conseguir por necedad lo que otros logran por maldad.-
"El burro de Sancho tropezó dos veces". – Dicho así, no sabemos si Sancho tiene un burro tropezón, o si los trompicones son obra del mismo Sancho que, además, se adorna con el calificativo de asno.- Por tanto, sólo podemos colegir el siguiente dilema: El asnino Sancho o su rucho pecan de torpeza en el caminar.- Resultado final: nos quedamos sin conocer si es zote o pollino el andarín.-
Pues con el toro, con el toro bravo, el panorama es peor.- Después de ver y oír variopintas opiniones y expresiones, o descripciones, calificativos y definiciones más o menos exóticas y demenciadas; tras contemplar esquizoides clasificaciones toristas o toreristas, asqueado y empalagado por las rudas simplificaciones de unos y por el feble lirismo de otros, no puedo por menos que preguntar y preguntarme algo evidente: ¿cómo ha de ser el toro de lidia?; ¿qué es la bravura?.-
La primera pregunta tiene, desde hace mucho tiempo, una respuesta paradigmática: "¿Qué es un toro grande?.- ¿Qué es un toro chico?.- ¿Qué es un toro bravo?.- Estas tres interrogantes se resumen en una: ¿Qué es un toro de lidia?.- En estas preguntas se encierra la discordia del toreo.- No hay época que no las discuta.- Ni hay conclusión que se sostenga.- Hasta nosotros llega la disputa, agravada con el recelo de probados abusos, que merman el toro.-
No hay toros grandes, ni toros chicos, sino toros; toros o novillos.- El toro se caracteriza, primero, por su edad, y en seguida, por el trapío de su raza; por estar en el tipo de los individuos de la ganadería a que pertenece; por ser limpio de cuerna y piel, por ser sano, por ser fuerte, sin ningún defecto físico que le incluya en el desecho de cerrado, ni tara de mansedumbre vista que le deseche en la tienta, de la que debe salir con nota de toro.- Parecerá grande o parecerá chico; dará más o menos peso, pero si es toro, yo no le pido más en el encerradero; en la plaza, ya le pediré la bravura.-"
Como en tantas otras ocasiones, el decir claro y el pensamiento clarividente vienen de la mano de don Gregorio Corrochano.- Tras su comentario, huelga cualquier glosa o apostilla adicional.-
Nos queda, por tanto, responder a la segunda de las cuestiones: ¿qué es la bravura?; ¿cómo se comporta el toro bravo?.-
Si el toreo consiste en un desafío del torero al toro, utilizando las reglas de la Tauromaquia para salir airoso e indemne del trance, la bravura no puede ser más que la respuesta ofensiva del animal, que no permite que nadie se atreva a retarle.- Es la bravura, por tanto, un instinto ofensivo del toro, que sólo aparece cuando se siente desafiado.-
Su grado e intensidad se medirá en función de la entrega más o menos absoluta del cornúpeta a la pugna, manteniendo su acometividad y agresividad hasta el final, a pesar del castigo y la dureza de la lidia.- El toro bravo acomete hasta el limite de sus fuerzas; el toro manso huye, se duele al castigo y rehuye la contienda.- Así de simple.-
Es más, el toro bravo, por su agresividad sin reservas, siempre es noble, pues se entrega sin cautelas ni artimañas, pero noble no quiere decir tonto, suave ni pajuno.- El toro bravo no va y viene como si de un aburrido oficinista se tratase; la bravura puede ser extremadamente incómoda –infinitamente más que la mansedumbre- si la pericia del lidiador es escasa o nula; las acometidas del bravo destacan por su codicia, alegría, prontitud y largueza; las del manso, por todo lo contrario.-
Lo bronco, geniudo, reservón, tardo y probón; las embestidas cansinas y al paso, las tarascadas defensivas, no son propias del toro bravo, sino de las reses situadas en la escala que va del bravucón al manso de solemnidad, pasando por mansibravos, mansitos, mansurrones y mansones.- A elegir.-
El toro, el toro de lidia ha de ser, por tanto, fuerte y poderoso, con trapio fiel a su origen y encaste, sin aparatosidades ni desmesuras impropias del fenotipo de su ganadería.- En la lidia será bravo o manso, pero nunca cansino y bobalicón.- Si es bravo, la nobleza, que no la tontuna, la tendrá por añadidura; el ganadero que lo críe y seleccione gozará del aplauso y reconocimiento de todos, el torero que lo lidie –si puede con él- expresará su mejor toreo, y el público se emocionará y enardecerá, porque no hay nada tan torista, torerista y comercial como el toro bravo.-
Todo lo demás son ganas de seguir confundiendo a Sancho con su jumento.-
Almería, 20 de junio de 2001
José García Sánchez.-
27 septiembre 2006
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