Marco Pérez acaba de cumplir 16 años el pasado día 7, y desde hace tiempo es la esperanza blanca del toreo actual por sus innatas condiciones y su desparpajo, y porque cortó un rabo en La Maestranza en un festival celebrado hace ahora un año, y paseó cuatro orejas en Las Ventas el pasado 15 de mayo.
Su debut con picadores ha estado precedido de una gran expectación, pero el extremo cuidado de sus colaboradores han dado al traste con lo que pretendía ser una gran tarde de toros del novillero más prometedor del momento.
La plaza francesa de Istres, donde se ha celebrado el evento, se llenó de un público generoso que ha pasado por alto el demacrado aspecto de los novillos -sustitutos de los anunciados de Garcigrande, que ni pudieron viajar por razones sanitarias-, y ha demostrado su cariño al joven espada, muy molesto con el soso juego de las reses y las frecuentes rachas de viento que entorpecieron su labor.
No sucedió nada de interés hasta la salida del tercer novillo, el de más movilidad de la tarde, con el que Marco Pérez desplegó su variada tauromaquia, basada en un dominio de la escena y de los engaños. Airosos lances a la verónica, un quite por navarras, y un comienzo de faena de rodillas fueron la antesala de una labor larga en la que destacaron dos tandas de naturales de honda armonía. El torero paseó las dos orejas y al novillo le dieron la vuelta al ruedo sin mérito alguno para ello.
El festejo no comenzó bien con un primer novillo impropio para un debut con caballos por su muy escaso trapío y su falta de fuerza y casta. Tras lancear a la verónica con más voluntad que acierto, Marco Pérez brindó a su apoderado, pero no pudo destacar con un animal sin codicia y molestado por el viento. La lidia transcurrió entre silencios, y se emborronó con errático manejo de la espada, a pesar de lo cual el generoso público lo ovacionó con cariño.
Tampoco embistió el segundo, otro chiquitín, al que Pérez recibió con un farol de rodillas y templadas verónicas. Manso como el que abrió plaza, el novillo se dolió en banderillas, y tampoco facilitó que pudiera hacer realidad el sueño del novillero. Un pase cambiado por la espalda fue el inicio de una labor esforzada y solvente, pero de poco interés a pesar del evidente esfuerzo del torero.
Y el cuarto y último novillo no mejoró el comportamiento de sus hermanos, mansurrón como los demás, con el que Marco Pérez, desalentado sin duda, demostró sin brillo su oficio.
Al final, Marco Pérez salió a hombros, cubrió con facilidad el expediente pero no obtuvo el triunfo esperado. Un cuidado tan extremo no siempre es lo más acertado.
ANTONIO LORCA PARA EL PAÍS.
FOTO DE ONETORO
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