17 julio 2006

DIARIO DE LA RESISTENCIA: El Cementerio Inglés

DIARIO DE LA RESISTENCIA: El cementerio inglés
Por Agustín Hervás

La trinchera histórica se consolida como baluarte de la cultura taurina en Málaga. Allí las sombras de lo taurino malagueño se difuminan cuando los miembros resistentes acuden a hablar con pasión del arte de masas más importante del mundo. Sin embargo en esta trinchera histórica la verdad aparece como bandera para no engañarse ni ser engañados. En ese afán el compromiso de los miembros es claro. No nos moverán los aburguesados malaguitas de nuestras pretensiones en la defensa del toro bravo y del arte del toreo por la integridad del espectáculo.
Quizás por no tener claros esos principios la Unión Taurina de Abonados de Málaga, que fue la primera en constituirse, se debata en una indefinición terrible que de no asentarlos podría terminar con la disolución de sus miembros, como ha ocurrido en otro tiempo, o deserción hacia posiciones más tendentes al chovinismo, que a la defensa de la fiesta. Para la Unión es un arancel muy caro el que tiene que pagar por no contar con un local propio y no prestado por la Diputación. Lo que son las cosas, este organismo administrativo provincial otrora acogió la iniciativa de estos aficionados y ahora los llama indeseables e intenta vetarlos en sus aspiraciones. El partido que los acogió y ahora los denosta es el socialista que cohabita con los populares en actos que enmascarados bajo el signo de la cultura taurina deparan en orgías lujuriosas contra la autentica fiesta. La de la verdad, la integridad y el valor.
No se sabe muy bien si a esta indefinición contribuye el presidente de La Unión o por su falta de idoneidad, o por ser hombre poco entregado a las relaciones publicas.
Hay un nuevo resistente que acude a esta trinchera histórica que apunta a que en Málaga hay cuatro personajillos que mandan en esto, y que a pesar de declararse neófito, entiende que los carteles de la feria son malos y que no sabe, en caso de ir, qué corrida comprar. Quizás por esto uno de la resistencia tiene fijación con Madrid y claro otro le ha contestado muy sabiamente que Madrid es Madrid y Málaga, Málaga y que para contar y criticar hay que ver lo que se da aunque la cartelería sea mala.
Uno de los personajillos que reptan de oquedad en oquedad es un tal Sedeño que según los informes de los espías de la resistencia perteneció a la Unión porque allí había gente importante. Un juez. Y que después queriendo ascender en rango quizás por hacerse notar en las filas del socialismo donde milita, se apuntó a los Amigos del Museo Taurino y de ahí como una escala más en sus reptiles aspiraciones a la Asociación de Tauromaquia que hoy por hoy es el foco más infeccioso del chovinismo taurino malagueño.
Tales personajes son los que venden la idea de la remodelación de la plaza de La Malagueta a pesar de toda la historia que tiene encima y pasando por alto lo que haya que pasar no les importa que los nuevos tendidos proyectados se carguen el terradillo que es lo que verdaderamente da identidad a esta belleza arquitectónica malagueña.
La resistencia que acude a esta trinchera histórica no duda en proclamar la necesidad de modernizar las plazas de toros en los albores del siglo veintiuno pero respetando las señas de identidad de cada plaza.
Personajes como estos chovinistas son los que defienden, así se expone en la trinchera, los devaneos de los críticos de los medios públicos andaluces, incapaces de llamar a las cosas por su nombre. Un bajonazo es un bajonazo y no una estocada un poco caída. Y un toro sin cuernos es en la mayoría de las veces un toro afeitado. Pero la resistencia conoce a cada quien en la prensa y sabe que orejas prestarle. Uno de los ejemplos más vivos y veteranos de la critica malagueña es el famoso Pacurrón del que se da el padrón por el servicio de información y como era de esperar abundando en las orejas que hay prestar a esa critica, la critica de su libro es demoledora. Los analistas de la resistencia convocados en la trinchera histórica consideran que el libro de Pacurrón es una exaltación de la vanidad. Y punto. Ningún comentario más al tema.
En los resistentes hay una esperanza para ver si la Diputación cambia de rumbo en las cuestiones taurinas, a inteligente. José Luis Gálvez es el comisionado para la plaza y asuntos taurinos. La resistencia sabe que Gálvez es ecuánime en sus juicios y aficionado cabal.
En este lugar donde a los resistentes les gusta imbuirse de lo taurino como si de un oasis de tauromaquia se tratara, se habla de cartelería quizás un poco al pairo de esta feria, y tristemente ha conocido la noticia de que en 1906 por una riada ocasionada en la ciudad, se perdieron muchos carteles taurinos y hasta en 1920 que hubo un incendio en las dependencias que los custodiaban, también se perdieron bastantes, y de ahí hasta nuestros días en los que había obligación de que las empresas mandaran a la Diputación tres carteles que en su mayor parte también se han perdido debido a que se enviaban al Gobierno Civil y a los gobernadores no se les ocurría otra cosa que regalar muchos de ellos. Los resistentes archiveros, ya pacientes, lo han pasado verdaderamente mal con este asunto, pero consta el esfuerzo que hacen por recuperar ese tipo de material que no es otro que el que forma parte de la memoria histórica de nuestro coso taurino.
Alrededor de La Malagueta hay fantásticas historias que obnubilan a los resistentes. Parece que cuando estaban construyendo esta plaza mucha gente se mosqueaba porque había una caseta en lo que hoy es el centro del ruedo en la que pensaban que se metían los huesos que se encontraban haciendo los cimientos y que posiblemente por la ubicación de los terrenos podrían corresponder a restos árabes. Sin embargo lejos de esta historia lo más posible es que la caseta sirviera para guardar las herramientas de los trabajadores de las obras. Es cierto que aparecieron muchos restos humanos y que dieron lugar a muchos bulos producto de la imaginación de la chiquillería y de los románticos de la época.
Un veterano resistente da una respuesta que se aproxima mucho a la historia, sabiendo que "la historia es una colección de mentiras bellas adornadas". Dice que Reding comenzó, pero no lo vio terminado, el desmoche del cerro de Gibralfaro con la finalidad de comunicar la Málaga oeste con la del este sin tener que rodearla por el norte, creando la zona que conocemos como La Malagueta, nombre que parece venir de Malagueto que es un árbol autóctono de la tierra que por aquellos tiempos nacía en aquellos parajes. Otros dicen que el nombre es debido a que el barrio construido allí era una Málaga pequeña. El paseo de Reding es hoy por hoy por lo que es.
La ciudad era en tiempos pasados un foco de infección por ser puerto de mar y consecuentemente un foco de epidemias. En 1788 hubo una de Cólera y la más virulenta fue la de Tifus de los años 1834 y 1835. Aquella gran cantidad de muertos había que enterrarlos en algún lugar y claro lo hicieron en las afueras y lejos del núcleo de la población. Una gran parte de los finados eran extranjeros y de religión protestante con lo que las autoridades eclesiásticas se oponían a darles enterramiento en los cementerios católicos. Se acordó darles tierra en los terrenos cercanos a las playas y además con una singularidad, que lo hacían en posición vertical y no horizontal como si de un castigo se tratara. Aquella forma de enterramiento resultó ser esperpéntica debido a que con los temporales invernales los cadáveres eran descubiertos por las resacas marinas siendo la vergüenza irremediable. Por un cónsul inglés se arregló ese descalabro, que negoció, con las autoridades, poder enterrar a sus correligionarios en un cementerio que se llamó El Cementerio Inglés.
Saltaron en la resistencia las anécdotas y los chascarrillos como aquel que siempre se quejaba de que estaba muy malito, muy malito y a cualquiera que le preguntara le respondía:
.- ¿Qué cómo estoy?, No lo ves, muy malito, muy malito.
Claro, nadie se lo creía y cuando se murió apareció escrito en la lápida el epitafio: "os lo dije".
En otra ocasión una vecina acudió al cementerio y vio allí a una mujer que rezaba delante de una lapida en la que ponía el nombre del finado. Francisco. Pero la señora extrañada no salía de su asombro porque oía a la viuda llorar a moco tendido pronunciando otro nombre. "Debe haberse equivocado por el dolor que padece", pensó.
.- ¡Que lastima de mi Antonio! ¡Qué lástima de mi Antonio!
.- Pero señora, que se ha equivocado de lapida, señora, ¡venga ya, cálmese!
.- Que no, que no me he equivocado es que mi Antonio no quería poner nada a su nombre.
La canícula es dura y la brisa del mar no es capaz de mitigar el calor nocturno. La resistencia se pliega.

3 comentarios:

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