LA ACORAZADA DE PICAR
Por Agustín Hervás
Onda Cero Radio
Tribuna de Salamanca
No ha sido despiste ni copieteo. He titulado adrede y como homenaje a Joaquín Vidal, sin duda uno de los grandes de la critica mal que le pese a algunos de los "sobrecogidos" periodistas que de esto comen. Fue uno de los pocos que elevaron su pluma en una soberbia defensa de esta primorosa y principal suerte. Defensa que comenzaba con feroces criticas a lo mal que se picaba y se pica, lo malos que eran los picadores y siguen siéndolo y lo depauperada de la profesión, que sigue estando, después de siglos de gloria que le permitieron al barilarguero encabezar carteles y vestir el oro.
Moles de caballos de tiro, de arrastre y de carga sustituyeron a los ligeros caballos españoles. Petos livianos y dúctiles, pero resistentes, sustituidos por corazas que abarcan todas las partes del cuerpo. Los ojos nublados por plásticos, las orejas reatadas, y los sedantes circulando por su sangre, son modos de ocultar al caballo miedoso y al jinete inútil. Las acorazadas de picar se posicionan en los ruedos para combatir a un enemigo al que siempre hay que vencer, mermar en sus fuerzas. Las acorazadas desvirtúan la excelsa magnitud de una suerte hermosa e importante.
Un caballo ligero preferentemente español de 350 kilos, noble al manejo en la boca y resistente al miedo. Un peto protector pero ligero y un picador jinete y aficionado son las claves de una suerte que nunca debe perder el objetivo de servir para medir la bravura y no las fuerzas del toro, aunque por extensión también ayude a ello.
Hubo un tiempo en el que los banderilleros ni se lucían, operaban según el matador. Hoy los banderilleros están a las ordenes del matador que quiere decir que cuando hay jindama la hay para todos, pero en la mayoría de las veces se lucen o intentan lucirse. Los picadores por desgracia aún no han llego a esas cotas de popularidad y fundamentalmente por tres motivos: porque les falta profesionalidad, porque los matadores no los dejan realizarse y porque si lo hicieran este espectáculo volvería a ser el de la emoción, la bravura o la mansedumbre y no el de los pegapases. Porque hoy por hoy la fiesta que manejan los "taurinitos" es la de la vulgaridad.
Es muy necesario que el picador recupere su dignidad, como profesional y como hombre. Como profesional para que se destierre la imagen del "picatoros", y como hombre para que alcance la honra que perdió cuando la humanidad le vistió con monas y patas de hierro.
En la fotografía de Botan se aprecian dos buenos mozos del ganadero Arcadio Albarrán lidiados en Madrid el año 1967. Uno metiendo la cara y echándose el caballo al lomo, comenzando el romaneo, y otro yendo al piquero con la cara colocada, principio de lo que se presupone un signo de bravura y de la realización de una gran suerte de varas. Obsérvese la ligereza del peto de aquella época, protegiendo partes vitales del animal y no maniatándolo con manguitos, calzones, sobre telas. Dejando libre un espacio necesario en el costado contrario para que el picador pueda espolear o, en lo que se suele llamar en equitación, aplicar una ayuda al caballo para que este obedezca las ordenes del jinete. Véase la buena monta y la mano izquierda que coge las riendas y los dos buenos puyazos. El caballo tordo, un españolón de faenas camperas se echa sobre el toro en una foto y en la otra muestra la tensión previa al embroque.
Y sobre los caballos españoles vayan a pensarse ustedes que esto de lo de la pura raza española, bellos y resistentes, de exposición, ha existido siempre, quiá, eso es invento moderno. Los caballos y yeguas españolas en este país siempre sirvieron para las labores del campo, con yuntas de yeguas se araban las siembras de los señoritos en los cortijos, a las que preñaban los machos con mejor aire, no para exhibirse, que sí lo hacían en las ferias andaluzas, sino para que sus productos se vendieran en las ferias de ganado.
19 junio 2006
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