Enrique Ponce. Foto de Avance Taurino.
6 TOROS 6 / Nº 175 EDITORIALEnrique Ponce, hipótesis sobre lo "inexplicable"No me referiré al récord alcanzado por Ponce al haber consumado 6 años seguidos toreando másde 100 corridas de toros. Ni reflexionaré sobre la primera parte de su temporada, en la quepor mala suerte en los lotes -faltaría más- no triunfó en la Feria de Abril ni en San Isidro.Además, ambos fracasos nos dieron un respiro y le dieron un simpático perfil humano.Pero sí conviene detenerse en esta su última temporada, retener los datos más significativosy tratar de extraer unas conclusiones, aunque sean humildes hipótesis, que permitanexplicarse la insólita rotundidad de sus triunfos. Afirmar, como dice su apoderado, "que esuna mente privilegiada" o postrarse ante el "milagro-Ponce", como hacen sus fervientespartidarios, da idea de la dimensión adquirida por este torero, pero no explica nada.Que Ponce haya matado "juanpedros", "gamerocívicos", "santacolomas", "victorinos", "miuras","villamartas", "condesos", más unos pocos de padre y madre casi desconocidos; que hayatriunfado tanto en plazas de primera, segunda y tercera; que se le haya visto tan frescoy bozalón cuando empezaba como cuando terminaba el año; que no se haya quemado a pesar desu extrema prodigalidad en plazas inconsecuentes y en excesivas aunque rentablestransmisiones televisivas; que se la jugara todas las tardes; que a todos los toros les dieramás de lo que merecían en un 99 por ciento de los casos -reconozco que ese 1 por ciento melo reprocharán los poncistas mientras viva-; que entre tanto triunfo hubiese más de 20 faenasgrandes, de elevado rango artístico; y que en más de 200 toros sólo recibiera una volteretaen Zafra -significativamente en un molinete, suerte en la que se pierde la cara al toro enla salida, momento preciso en que le levantó del suelo- es algo demasiado enigmático, dignode explicación.Procede, pues, hablar de toreo, de su intrincada, semoviente y misteriosa geometría. Hay quehablar de esa geometría con alma en que se asienta el arte de torear, una ciencia evolutiva,abierta a nuevos descubrimientos, a la que no podemos creer cerrada con su básico axioma deparar, templar y mandar, pues sería como afirmar que las matemáticas se limitan a las cuatroreglas.Los verdaderos arquitectos del toreo son aquellos diestros que no se limitaron a ser susintérpretes, aunque fuera genial su interpretación, sino los que cambiaron o evolucionaronla geometría del toreo. Enrique Ponce no es un inventor del toreo. No fundó los cánones,como Belmonte; ni intuyó el toreo en redondo, como Gallito; ni impuso el toreo seriado, comoChicuelo; ni basó el toreo ligado en redondo en el toque, el "pulseo" y el juego de muñeca,como Manolete; ni descubrió la relación entre altura del engaño y mirada del toro, comoEl Viti o Manzanares; ni destruyó los terrenos del toro, como Ojeda; ni tampoco empleó porprimera vez la caricia como arma de sometimiento, obra de Dámaso y Espartaco. Pero quizá seael valenciano quien, cuando termina la centuria, antologiza todos esos hallazgos y los aplicacon más deslumbrante y natural maestría.Es pasmosa, por lo inmediata y calibrada, la exactitud con que acopla la altura del engaño ala mirada del toro -clave fundamental de su seguridad-; apabulla el sutil y casi constantecambio de terrenos, invisible para el público y eficaz para destruir las querencias del toro;sorprende el equilibrio instantáneo que establece entre fuerza motriz del toro y distanciadel cite; entusiasma su maestría en combinar el cruce para motivar la embestida y el sitionatural para ligarla; asombra el juego dialéctico entre el toreo por fuera y el toreo haciaadentro, proceso que avanza a medida que se consuma la faena, incluso dentro de un solo ylargo muletazo, en el que la verdadera conjunción se produce al final, casi casi en el remate,del mismo modo que sus faenas imponen el sometimiento por bajo y hacia adentro, generalmentecomo postrer acto del toreo. Viendo tamaña maestría, lo primero que comprueba el espectadoratento a la lidia poncista es cómo la utilización exacta, en el tiempo y en el espacio, detodos los recursos de la técnica de torear conducen fatalmente al toro a un único camino, elde embestir al engaño, nada más que al engaño. Y esto, aunque el público no lo analice y sólolo presienta, hace que las más grandes y emotivas faenas de Enrique sean la extraídas al animal verdaderamente listo, armado y peligroso. O aquellas otras en que la bonancible embestida hace que el diestro abandone, aparentemente, su sabiduría y se entregue con temple al sentimiento deslizante del toreo.Que Ponce pueda a todos los toros, que no le cojan casi nunca, que triunfe en cualquier plaza,que su valor se acreciente con el tiempo no es un milagro. Lo explica él mismo todas lastardes: su quehacer está preñado de todos los hallazgos técnicos del toreo moderno. Es eltorero sincrético por excelencia, el que mejor antologiza y casa las más diferentes geometríastaurinas.En consecuencia, vaticino que a partir de ahora su evolución será de obligatorio carizartístico.
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