CÉSAR RINCÓN
Julio César Rincón- Bogotá (Colombia), 5.9.65
Alternativa: Bogotá, 8.12.82. Padrino: Antoñete. Testigo: José María Manzanares
Confirmación: 2.9.84. Padrino: Manili. Testigo: Pepe Luis Vargas
Temporada 1995: 66 corridas, 59 orejas
Temporada 1996: 44 corridas, 35 orejas
Apoderado: Casa Lozano
Rincón no estaba ahí
Por: ANTONIO CABALLERO (Especial para El Espectador)
No tuvo César Rincón su tarde el 2 de mayo en Madrid, en su mano a mano con Enrique Ponce. Y no la tuvo desde el primer momento, desde que le cambiaron, por blandito, a un bello toro mansón de Juan Pedro Domecq para sustituirlo por uno de Alcurrucén, muy distraído, que pegaba violentos tornillazos en busca de la cara del torero con sus impresionantes pitones de color caramelo. Malo fue ese toro de Rincón, y malo el siguiente, un “victorino” rápido en aprender que se volvió una alimaña, y malo también el quinto, un manso distraído de Samuel Flores que muy pronto se fue a dar coces en la querencia de toriles. Pero tampoco se ayudó Rincón a sí mismo cambiando su suerte a fuerza de decisión y de bravura, como lo ha hecho otras veces. No parecía Rincón. O, mejor, parecía que Rincón no estuviera en la plaza. Claro que el público –ese público de Madrid que lo llevó a la gloria– estuvo duro con él, desde que lo vio a la defensiva frente al incierto victorino. Pero es porque el torero no era el Rincón de verdad: el que conoce el camino de la gloria.
Como de disfraces
La corrida era goyesca. Es decir, con los matadores y sus cuadrillas disfrazados de arlequines retratados por Goya, con una media rematada en una borla embutida en la cabeza y unos vestidos absurdos de colores pastel, que en nada se parecen a la ropa que de verdad usaba la gente en los tiempos de Goya: es ropa, visiblemente, de tienda de disfraces. Y uno pensaría, en defensa de Rincón, que así no se puede torear, si no fuera porque Enrique Ponce también estaba disfrazado de majo goyesco y él sí toreó espléndidamente. Sus toros fueron mejores, en particular el encastado y nervioso victorino que cerró la tarde, y –algo menos– el mansote de Juan Pedro. A cada uno le cortó Ponce una oreja. Y si no pudo cortársela también al cuarto de la tarde, un manso de Samuel Flores que quiso huir saltando la barrera, no fue por falta de ganas. Ganas: tal vez fue eso lo que, más que la suerte en el sorteo de los toros, distinguió a los dos toreros del cartel del viernes: Ponce rebosaba de ellas, y Rincón no las tenía. Sin embargo, como sabemos ya, como sabe de sobra el mismo tornadizo y voluble público de Madrid, Rincón es Rincón. Un torero capaz de voltear las cosas cuando decide sacarse el corazón del pecho. Y en la larga feria de San Isidro tiene todavía otras dos tardes para hacerlo.
Un festival para aplaudir
Por: ANTONIO CABALLERO (Especial para El Espectador)
En vísperas de la feria madrileña de San Isidro, se anuncia Rafael de Paula en un festival en Cubas de la Sagra, a un paso de Madrid, con novillos de Alcurrucén. Uno se ilusiona, claro: ver a Paula otra vez, aunque no haga nada. Pero el realismo advierte: Se caerá del cartel.
Efectivamente, la víspera del festival, Paula se cae del cartel. Habrá que esperar a verlo en la feria de Jerez, si es que no se cae también. Pero entre tanto, en el festival torean Antoñete, Manzanares, Rincón, Julio Aparicio, Vicente Barrera y el novillero Eduardo Dávila Miura, nieto del ganadero de los toros terribles. (Se anunciaba también Pepe Luis Vásquez, hijo, tan fino, tan elegante, tan frágil de corazón: se cayó del cartel). De manera que uno va a verlos.
Para todo el mundo
Va todo el taurinismo de Madrid, y la placita portátil de chapa colorada está llena hasta las banderas. En el estrecho callejón no cabe un alma. Y salen los toreros, magníficos, de traje corto y sombrero de ala ancha: y el juego de los sombreros redondos con su gradación de tonos que van del negro catafalco al gris clarito, pasando por el verde, el pardo y el acero. Antoñete y Aparicio, que son toreros resueltamente urbanos, van de terciopelo negro con camisa de chorreras, como si fueran a torear vestidos de frac. Los otros parecen más camperos. Y Dávila Miura, que debe ser el más rico de todos, es el que va vestido con más pobreza: una chaquetilla que le queda estrecha, abotonada en el cuello para ocultar que su camisa no tiene una chorrera, ni una alforza; unos pantalones que le quedan anchos y le cuelgan en deslucidos pliegues, como si cada prenda se la hubiera prestado un vaquero distinto de su finca. Las polainas de cuero, en cambio, son de viejo y suave cuero inglés, flexibles como un guante: herencia de su abuelo, sin duda. Todos aplaudimos. A un festival se va a aplaudir.
Y a repartir orejas. Una de su novillo colorao para el viejo maestro Antoñete, que torea muy molestado por el vendaval. A la antigua usanza, pide “¡botijo!”, para que le echen agua en su muleta. Pero, a la nueva usanza, su mozo de estoques no lleva el agua en un fresco y redondo botijo de barro, sino en un botellón de plástico, recalentado al sol. Oreja y vuelta al ruedo, mientras la banda de música toca entusiasmada sus grandes trombones, sus saxos y sus clarinetes, y el director la dirige con la espalda vuelta al ruedo pero el cuello torsionado para admirar a su paso las canas venerables del maestro.
Para Manzanares, dos orejas. Se nota que no está “puesto”, y le cuesta torear, a él, que es la gracia misma. Pero mata de una muy buena estocada (él, que suele matar tan mal), y se gana dos orejas. ¿Por qué no? Sus peones las piden, riendo. El público las pide, aplaudiendo. El presidente las concede, dócil. Los festivales son para eso.
Y dos más para César Rincón, que torea muy decidido, muy “en Rincón”, a cuatro días de su esperado mano a mano con Enrique Ponce en Las Ventas. Su novillo, casi un toro, es colorao, agresivo, y lo pican muy poco y llega crudo a la muleta, pero con buena embestida. Rincón torea como lo haría en Madrid, y mata de un estoconazo hasta la bola. Dos orejas.
El que menos...
Una sola se lleva Aparicio, tan indeciso y cauto como estuvo hace quince días en su corrida de Sevilla. Y el torito es incierto y cabeceador. Pero el torero hace algunas bonitas cosas sueltas, con el capote primero –una preciosa media verónica, una larga cordobesa para cerrar el quite– y luego con la muleta, ligando a veces, y a veces sin ligar. Oreja, qué caramba.
Luego Barrera, inmóvil, como siempre. A su novillo casi lo mata el picador: una fuente de sangre. Pero es encastado y noble, y se crece en los medios muletazos inmóviles que Barrera le pega en todo el platillo del ruedo. Medios, pero magníficos muletazos, girando apenas sobre los talones como el pincho de un compás. Y hondos los pases de pecho, que son los únicos que Barrera da enteros. Una buena media honda tumba al novillo de rodillas. Aguanta, aguanta, y se vuelca de un golpe con las cuatro patas arriba. Dos orejas y rabo.
Por la espada...
Una sola, por matar mal, se llevó Dávila Miura, que sin embargo había toreado muy bien a su novillo grandote y cornalón, templándole con buen pulso las cortas embestidas que le quedaron después de una voltereta completa sobre los pitones. Si le bajaba la mano, se caía. Dávila insistía en bajársela, y se caía. Pero era un buen novillo, como lo fueron casi todos, con casta y con nobleza. También a ellos los aplaudimos mucho en el arrastre. Y otra vez a los toreros, cuando se retiraron. Y a los músicos. A un festival se va a aplaudir.
El País Digital. Lunes 19 mayo 1997 - Nº 381
CULTURA: CÉSAR RINCÓN • MATADOR DE TOROS
«Me pitan porque soy extranjero»
MIGUEL MORA , Madrid
Tras 15 años de alternativa y seis de triunfal carrera española, César Rincón, el torero de Madrid, siente que su plaza empieza a tratarle injustamente. Su última aparición en Las Ventas, en la corrida goyesca del 2 de mayo, se saldó con los primeros pitos en una decena de actuaciones, y eso parece haber dolido profundamente al héroe que salió cuatro veces seguidas por la puerta grande y cortó siete orejas en ocho tardes de San Isidro.
Rincón toreará hoy los toros de Valdefresno y pasado mañana los de Samuel Flores, y dice que ha entrenado muy fuerte para su regreso a la plaza que lo encumbró a la gloria y la opulencia -«Toqué un trocito de cielo», dijo entonces- en 1991.
En tono entre crispado y cáustico, muy a la defensiva, pero entrando a todos los quites, el colombiano, de 31 años, deja claro que no se ha acomodado, que sigue exponiendo lo mismo de siempre y que muchos de los que le pitan «no entienden nada» o les influye el hecho de que es «rico y de otro país».
Hay gente que dice que se ha aburguesado usted, que ya no es el mismo.
Ah, ¿sí? ¿Y quién dice eso? Es verdad que en la goyesca no estuve bien, pero fue simplemente porque un toro no me embistió y el victorino era una alimaña. Humillaba, sí, ¿pero adónde? A los pies. Fue la primera vez que me pitaron en Madrid, y a nadie le gusta eso. Menos a mí, que me he dejado el alma y el cuerpo en esa plaza.
Ésa es precisamente la queja de sus partidarios, que no saca partido a toros parecidos a los que antes hacía faenas memorables...
¿Acaso se me ha ido a mí algún toro sin torear? Ni uno. Y a un torero acomodado, si le sale Bastonito (el sensacional toro de Ibán al que Rincón cortó una oreja en 1994 tras faena intensísima y tremendo palizón), le da dos muletazos y ya no lo ve más. Yo he triunfado mucho aquí y con toros muy distintos y difíciles, y me gustaría seguir triunfando, triunfar sin cesar. Pero ¿a cuántos toreros pitan en Madrid? A muchos. ¿Y por qué a esos nadie les busca las vueltas?
¿Cree que Madrid quita menos de lo que da?
Sí, creo que da más.
¿Y qué espera que le dé en las dos tardes de esta feria?
Voy muy ilusionado, muy preparado, supermotivado, con muchos deseos de triunfo y de que los toros ayuden un poco. Si ayudan como han ayudado en Francia...
¿Y si no ayudan?
Lo que no voy a hacer, desde luego, es decirle al toro 'déme usted una cornada y máteme para que la gente de Madrid se quede satisfecha con Rincón'. Aún no ha llegado el momento de cortarme las venas. Si sale un toro que quiere cogerme, y yo lo veo -y siempre procuro estudiar bien los toros cuando salen-, suicidarme no me voy a suicidar. No voy a ser yo el primo que haga esa tontería.
¿Sigue exponiendo lo mismo que antes?
Yo siempre he expuesto igual, hombre. Mi toreo es ése, exponer. Lo que pasa es que los enemigos son gratis. Y aunque uno crea que no hace nada para disgustar a nadie, hay mucha gente que te envidia, por ejemplo gente en el paro que dice 'mira ése, que es de otro país, lo rico que es y la finca y el coche que se ha comprado'. Y entonces pitan.
¿Cree de verdad que influye su nacionalidad?
Todo influye, hombre, todo influye. El país, el dinero, la envidia... Cuando haces las cosas bien y el toro embiste, Madrid es una delicia, pero no todo el mundo sabe de toros en Madrid.
¿Quiere decir que la gente que le pitó es la que no entendía?
Eso lo dice usted. No ponga en mi boca cosas que no digo.
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