12 septiembre 2021

MARIO VARGAS LLOSA DEFIENDE LA FIESTA.

 

 


 

Mario Vargas Llosa habló así en un acto que organizó la entonces llamada Plataforma para la Defensa de la Fiesta en el año 2006. 

La transcripción de aquellas palabras la realizó para la RED Santiago Vidal Smith.

 

"Los enemigos de la Tauromaquia se equivocan creyendo que la fiesta

de los toros es un puro ejercicio de maldad en el que unas masas

irracionales vuelcan un odio atávico contra la bestia. En verdad,

detrás de la Fiesta, hay un culto amoroso y dedicado en el que el

toro es el rey, el ganado de lidia existe porque existen las

corridas y no al revés, si la fiesta desaparece, inevitablemente

desaparecerán con ella todas las ganaderías de toros bravos, y estos

en vez de llevar en adelante la bonancible vida vegetativa,

deglutiendo yerbas en las dehesas y apartando a las moscas con el

rabo que les desean los abolicionistas, pasarán a la simple

inexistencia; y me atrevo a suponer que si se les dejara de elección

entre ser un toro de lidia o no ser, es muy posible que los

espléndidos cuadrúpedos, emblema de la energía vital desde la

civilización cretense, elegirían ser lo que son ahora en vez de ser

nada.

 

Si los abolicionistas visitaran una finca de ganado de lidia, se

quedarían impresionados al ver los infinitos cuidados, el esmero, y

el desmedido esfuerzo, para no hablar del coste material que

significa criar a un toro bravo desde que está en el vientre de su

madre hasta que sale a la plaza y de la libertad y privilegios que

goza. Por eso, aunque a algunos les parezca paradójico, solo en los

países taurinos, como España, Francia, México, Venezuela, Colombia,

Ecuador, Perú y  Portugal,  se ama los toros con pasión, por eso

existen estas ganaderías que con matices que tienen que ver con la

tradición y las costumbres locales, constituyen toda un cultura que

ha creado y cultiva con inmensa dedicación y acendrado amor una

variedad de animales sin cuya existencia, una muy significativa

parte de la obra de un García Lorca, un Hemingway, un Goya, un

Picasso, para citar solo a cuatro de la larguísima estirpe de

artistas de todos los géneros para los que la fiesta ha sido fuente

de inspiración de creaciones maestras, quedaría bastante empobrecida.

 

¿Es más grave en términos morales la violencia que puede derivar de

razones estéticas y artísticas que la que dimana del placer

ventral?, me lo pregunto después de leer un impresionante artículo

de Albert Boadella (ABC 18-4-04) acusando de fariseos a quienes

horrorizados por las crueldades taurinas piden que se cierren las

plazas, y que no tienen empacho sin embargo en atragantarse de

sabrosas butifarras catalanas. ¿Que requiere la elaboración  de la

cualidad de esta exquisita delicatessen mediterránea?, que dos

millones de cerdos vivan toda su vida en apenas dos metros

cuadrados, mientras intentan  encumbrar constantemente  sus patas

sobre unas rejas por las que fluyen sus excrementos, su único

movimiento posible, se reduce a inclinar ligeramente la cabeza para

comer pienso, ya que el transporte al matadero se efectúa en

idénticas condiciones.

 

No solo los cerdos son brutalmente torturados para satisfacer el

caprichoso paladar de los humanos, prácticamente no hay animal

comestible que a fin de aumentar el apetito y el goce del comensal,

no sea sometido sin que a nadie parezca importarle mucho, a una

barroca diversidad de suplicios y atrocidades, desde el hígado

artificialmente hinchado de las aves para producir el sedoso paté,

hasta las langostas y los camarones que son echados vivos al agua

hirviendo porque al parecer, el espasmo agónico final que

experimentan achicharrándose  condimenta su carne con un plus

especial, y los cangrejos a los que se amputa una pata al nacer para

que la otra se deforme y agigante y ofrezca más alimento al refinado

degustador.

Qué decir de la caza y de la pesca, deportes tan extendidos como

prestigiosos en los cinco continentes; es verdad que en los países

anglosajones, hay periódicas campañas contra la caza del zorro,

animal que es despanzurrado por millares en cada estación apenas se

levanta la veda por el puro placer del cazador de matar a balazos un

animal cuya carne no se va a comer y con cuya piel no se va a

abrigar, pero también se cierto que si su reproducción no fuera de

algún modo contenida dentro de ciertos límites, terminaría

provocando verdaderas catástrofes ecológicas. Y en cuanto a la

pesca, actividad que hasta ahora que yo sepa, con la sola excepción

de la caza de ballenas, no ha movilizado en su contra a los

militantes del frente de defensa animal ni a los pacifistas a

ultranza. Recomiendo a los amantes de literatura sádica y sobre todo

a los practicantes del sadismo, leer un artículo donde Luis María

Ansón  ("La pesca recreativa y las corridas de toros", "La Razón" 28-

11-2004 ) describe los pormenores de la pesca del lucio en un río

que caracolea entre las montañas suizas. Aunque es diferente, no

corre la sangre, la operación es de un refinamiento en el ejercicio

de la crueldad que pone los pelos de punta, sobre todo al final de

la larga agonía cuando el pez, con el paladar ya destrozado por el

anzuelo de triple punta, va muriendo asfixiado con los ojos saltados

y atónitos entre coletazos que se apagan en cámara lenta.

 

Mal de muchos consuelo de tontos, no estoy tratando de demostrar

nada con estos ejemplos que se podrían alargar hasta el infinito,

sino diciendo que si se trata de poner un punto final a la violencia

que los seres humanos infringen al mundo animal para alimentarse, 

vestirse,  divertirse y gozar, ideal perfectamente legítimo, sin

duda sano y generoso, ofrece tremebundas consecuencias, habrá que

hacerlo de manera definitiva e integral, sin  excepciones y a la vez

sacrificando al mismo tiempo los toros y los zoológicos y por

supuesto los placeres gastronómicos especialmente los carnívoros y

las pieles, y todas las prendas de vestir y utensilios, objetos de

cuero, piel y pelambreras y hasta las campañas de erradicación de

ciertas especies, de insectos y alimañas. ¿Qué culpa puede tener el

anopheles hembra de transmitir el paludismo, la rata la peste

bubónica y el murciélago la rabia?,  ¿se extermina acaso a los

humanos portadores del sida, la sífilis o del contagioso catarro?,

mejor que el mundo alcance esa utópica perfección en la que hombres

y animales gozaran de los mismos derechos y privilegios, aunque

claro está no de los mismos deberes, porque nadie hará entender a un

tigre hambriento o a una serpiente malhumorada que se ha prohibido

por la moral y por las leyes  madrugarse a un bípedo o fulminarlo de

un picotazo. Mientras no se materialice está utopía, seguiré

defendiendo las corridas de toros por lo bellas y emocionantes que

pueden ser, sin por supuesto, tratar de arrastrar a ellas a nadie

que las rechace porque se aburre, o porque la violencia y la sangre

que en ellas corre le repugna.

 

A mi me repugnan también pues soy una persona más bien pacífica, y

creo que le ocurre a la inmensa mayoría de los aficionados, lo que

nos conmueve y embelesa en una buena corrida, es justamente que la

fascinante combinación de gracia y sabiduría, arrojo e inspiración

de un torero  y la bravura, nobleza y elegancia de un toro bravo,

consiguen en una buena faena, en esa misteriosa complicidad que los

encadena, eclipsar todo el dolor y el riesgo invertidos en ella,

creando unas imágenes que participan al mismo tiempo de la

integridad de la música y del movimiento de la danza, la plasticidad

pictórica del arte y la profundidad efímera de un espectáculo

teatral. Algo que tiene de rito e improvisación, y que se carga en

un momento dado de religiosidad, de mito y de un simbolismo que

representa la condición humana, ese misterio de que está hecha esta

vida nuestra, que existe solo gracias a su contrapartida que es la

muerte.

 

Las corridas de toros nos recuerdan dentro del hechizo en que nos

sumen las buenas tardes, lo precaria que es la existencia y como

gracias a esta frágil y perecedera naturaleza que es la suya, puede

ser incomparablemente maravillosa.

 

Mario Vargas Llosa

Plataforma para la defensa de la Fiesta Brava

 

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