11 diciembre 2024

FERMÍN GONZÁLEZ. De cuando Fermín era aficionado sin dinero y se colaba en la Glorieta.

Fermín González de tertulia.


 De cuando Fermín era aficionado sin dinero y se colaba en la Glorieta.

Habitualmente, Fermín, cuando mozo, por no tener ni un duro, se colaba en la plaza de toros.

Lo de trepar no lo llevaba bien, ya que a alguno de sus amigotes los esperaban los porteros arriba de los corredores.

La Glorieta tiene unos corredores exteriores para dar acceso a los palcos. Y allí los esperaban a los chavales para devolverlos a la calle, eso sí,  por las escaleras.

 Fermín consiguió colarse en esta ocasión; él es corto de estatura y muy menudo cuando pequeño; se colaba entre la multitud a la hora de entrar a la plaza y  luego se iba a los tendidos a esperar el momento de colocarse para presenciar el festejo. Pero en esta ocasión vio que en el tendido frente a donde él se encontraba, le había controlado un inspector. Un pedazo de inspector con un pedazo de mostacho impresionante, con su gorra bien definida del rango que ocupaba entre el personal de la plaza.

Fermín observaba que se movía entre la

multitud de entrada a los tendidos que

se acoplaban en los asientos, y que de repente ya no lo vio.

Entonces decidió variar también el lugar que ocupaba, y acudió a la derecha buscando otro tendido.

Pensó que ya lo había perdido de vista cuando de súbito, y a pocos metros de donde él estaba se cruzaron las miradas.

Decidió, Fermín, con las prisas que supone la huida, que debía subir a la zona de los palcos, y entretenerse por allí.

 Lamentó Fermín haber entrado con más tiempo, antes del comienzo del festejo, que lo que él acostumbraba. Quizá por eso se veía perseguido y angustiado. Pero lo que no sabía Fermín era que el final de la persecución estaba pronto a terminar. En el momento de girar la cabeza, buscando a su perseguidor, se encontró de bruces con su enorme bigote y su  Kepis, se sintió de repente cogido por un hombro y una oreja, y casi a vuela pies fue conducido de esta guisa a la Puerta Grande de la Plaza, no para salir a hombros como un torero triunfante, sino para ser echado de ella.

Fermín me confesaba que lo que más le dolió, no fue salir arrojado de la plaza, sino que siendo conducido a la puerta, vio en ella a dos Guardias Civiles, con lo que presintió verse dormir en el cuartelillo.

 ¡Con el respeto que entonces les teníamos a los Civiles!, me decía.

 No, no era eso, lo que le dolió, sino que al vernos los Civiles le preguntaron a mi opresor:

 .- ¿Este qué? 

 A lo que respondió:

 .- Este, que no le gustan los toros.

 


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