04 junio 2015

MADRID. ESCRIBANO CORTA UNA OREJA QUE VALE UNA TEMPORADA.

MADRID. FERIA DE SAN ISIDRO 2015. TOROS DE ADOLFO MARTÍN PARA DIEGO URDIALES, SEBASTIÁN CASTELLA Y MANUEL ESCRIBANO.

ESCRIBANO CORTA UNA OREJA QUE VALE UNA TEMPORADA.
Por Agustín Hervás
Onda Cero Radio.
Las Ventas. Foto, Francisco Rodríguez

Jugarse la vida en Madrid, tiene premio, no por las orejas que se corten, que también, sino porque te arreglan una temporada en menos que canta un gallo. Un gallo o un Adolfo Martín, porque hay que ver como era el sexto, solo pitones tenía, por cuerpo una raspa, y en esos pitones una sarta de peligros que administraba con la cautela del traidor. Se vio en los primeros tercios, acudiendo con mucho motor a los cites de Escribano, y poniéndoselos (los pitones), ahora en el cuello, en el pecho, en las ingles, en sus partes, para ver si le partía en pedazos. Y eso significó emoción y atención del público, que ya se quedó con el sevillano para la faena. Intensa por cierto, en los naturales dignos, exactos. Limpios. En los redondos sobre un terreno perdido, y a la vez ganado. El toro puso lo suyo, lo suyo dentro de su maña, de su ser en el encaste, y por una rendija que dejó se coló un escribano con hambre.
No tuvo opciones con el peligroso tercero. Una de las alimañas de la  tarde, pero en sordo. Con ese peligro sordo de los traidores.
Castella tuvo otra alimaña entre manos. El segundo toro. De corto viaje, de rápida reposición, buscando carne en cada pase, quedándose en mitad de los muletazos. Pero el francés tuvo firmeza, una interesante voluntad aunque no llegara a cuajar nada. Y al final de la lidia de su segundo Adolfo que tampoco le dio ni una opción, Castella no había devuelto ninguna oreja cortada en esta feria, pese a que algunos iban dispuestos a quitárselas. 
Diego Urdiales urdió faenas de torería. Muy de verdad. Llenó un espacio que hacia tiempo se había perdido en el toreo. De tiempos. De distancias. De temple. A veces de gusto, y sobretodo con un definido estilo que completaba un cuadro añejo perdido en la noche de los tiempos de la tauromaquia. Y su primer toro se lo pensaba, lo miraba, y no se entregaba en lo que por aproximación pudiéramos llamar embestidas. Y su segundo, cuarto del encierro, mas manejable, se fue a menos, sin ayudar en nada y gallardamente con la cara alta. 
Los toros de desigual presentación y  desigual juego han cumplido con las expectativas por las que son llamados a esta plaza. Dan miedo. Dan emoción. Dan peligro.
¡Aquí paz y allí gloria!

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