27 diciembre 2008

TERTULIA DE VENERABLES



LA TERTULIA DEL GRAN HOTEL
Por Agustín Hervás
Onda Cero Radio


Frecuento, por motivos de mi profesión, la ciudad de Almería. Radio su feria taurina junto a mi amigo Juan Aguilera. Sin embargo lo que les cuento nada tuvo que ver en la época estival – por agosto en La Virgen del Mar – sino en un viaje que hice en primavera a cuenta de unos cursos taurinos que organizaba la diputación almeriense, en Vélez Rubio.
Allí estaban, en uno de los salones del Gran Hotel de Almería. Un día tras otro. Habían elegido aquellos salones porque se podía hablar. En sus respectivos barrios de la ciudad no habían encontrado ni un solo lugar donde el ruido enmudeciera, y decidieron hacerlo en el hotel alrededor de una mesa redonda con cuatro cafés. Eran las doce. Las doce en punto. Esa indefina hora, en la que acaba la mañana y empieza la tarde, con permiso de los castizos que abogan porque la tarde comienza cuando el español come. Es decir pasadas las dos. Buena hora, pues, para entregarse a la charla, a la discusión y a la opinión.
.- ¡Oíga!, ¿esos señores? – le pregunté al camarero que me atendía –
.- Mire, vienen todos los días, hacen su tertulia en la que hablan de todo, y de toros, ¡bastante!
Me dijo que estos venerables ancianos son de carrera. Por supuesto ya jubilados, pero de altos estudios y entenderes. Así me pareció por la conversación. Citaban los periódicos del día como soporte del comentario o de la idea a exponer. Y sobre ella versaban con juicio. El juicio del Senado, pensé.
En realidad sentía una terrible envidia de no poder radiar aquella instruida tertulia, que brillaba a más altura que la de muchos "meapilas" que ahora lo hacen en las diferentes emisoras nacionales. La suerte de varas. Las banderillas de los Bienvenidas o lo que significaba el toreo de Espartaco en comparación con el de Ponce, (En Almería son devotos de Ponce), fueron algunos de los temas que les oí. Por supuesto que hablaron del gobierno y de las guerras del petróleo.
Traje a mi recuerdo la efectividad del Senado que tenemos, y sentí que aquel que ante mis ojos se mostraba, era el autentico, y sin lugar a dudas el que debería servir como tal.
Me regocijé con la presencia de aquellos, notarios, arquitectos, profesores, registradores, venerables. Me gustó y agradecí oír a pesar de los ruidos propios del salón del hotel, unas voces armónicas y ancianas, hablando desde la experiencia del tiempo. De su tiempo.
Vengo quejándome en mis exposiciones y escritos de que los reglamentos los han hecho los taurinos, confundiendo a los políticos, y no los aficionados. Hubiera deseado que el Reglamento de Andalucía, el de Castilla León, el de Aragón y todos aquellos que están en proyecto, los hubieran hecho estos senadores que con la sabiduría adquirida desde la experiencia de haber visto "el toreo de los tiempos" hubieran redactado el mejor de los reglamentos. Pero nadie se acordó de los venerables aficionados al toro.
Al filo de las dos, dos horas después, cada uno con sus achaques o sin ellos, se despedían tras haber arreglado el mundo y el toro, hasta el siguiente día.

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