EL PODER DEL AMOR
Fortunato González Cruz
Por la calle real
Dentro de dos días el mundo entero festejará la Navidad, que es el acontecimiento de mayor impacto en la historia de la civilización humana: el nacimiento de un Niño que significa la alianza entre lo divino y lo humano y, en consecuencia, una ruptura con todas las ideas y conceptos que existían hasta entonces. Desde aquel momento sucedido hace poco más de dos mil años comienza la humanidad a vivir un nuevo concepto de civilización.
Hasta que irrumpe el Dios hecho hombre en Belén de Judá, los pueblos tenían sus propios dioses, que eran el eje de la identidad de cada familia, clan, tribu, pueblo o nación. Cuando los pueblos dejan atrás la trashumancia y se asientan en un lugar surge la ciudad, que se constituye en torno a los dioses particulares de las familias o grupos que la formaban y a sus propios dioses que la identifican. La religión formaba parte esencial de lo doméstico y de lo público y los dioses protectores eran exclusivos, únicos de cada grupo comunitario o social. Entre los diversos pueblos había grandes diferencias étnicas, de lengua, de costumbres y por supuesto religiosas y de allí que era común que estallaran guerras entre ellos. La conquista y la dominación era la regla. Pero nace Jesús de Nazaret y el curso de la historia comienza a tener un nuevo giro.
Jesús nace de una mujer muy joven, quizás de unos 15 o 16 años de edad; campesina pues Belén era una aldea de pastores. Su padre José era carpintero, descendiente de la familia de David, el antiguo rey mejor recordado del pueblo judío. Hablaba arameo y vivió su niñez y su juventud en medio de una familia humilde, rural, sencilla, trabajadora y sumamente religiosa como era natural en aquella época y en aquellas tierras agrestes. Comienza su vida pública en la celebración de un matrimonio con un milagro que parece insignificante o baladí: se acabó el vino en una boda y hace aparecer uno nuevo y mejor para que la fiesta no termine. Ese hecho tiene un inmenso significado en cuanto al valor del matrimonio y de la familia, así como también a la importancia de lo festivo entre los humanos. Los hombres somos seres de pareja, de dos sexos diferentes pero complementarios que se unen por amor para vivir juntos, tener hijos y formar una familia. Esa unión entre un hombre y una mujer es el acontecimiento más celebrado en cualquier nación en cualquier tiempo. Jesús nos dice desde el inicio de su Ministerio que esa es una Ley de Dios, y hoy tiene más significado e importancia que nunca cuando se pretende con la ley civil torcer lo que la Ley de Dios y de la Naturaleza ha establecido.
Dos hechos más revelan el inicio de una nueva civilización: El encuentro con la samaritana que es el reconocimiento de la unidad del género humano por sobre las diferencias existentes desde la prehistoria; y la parábola del buen samaritano y el peregrino herido a quien aquel lleva a su casa, lo cura y le da de comer. Nace a partir de estas dos enseñanzas dos conceptos nuevos: el de humanidad y el del amor ambos componentes esenciales de una nueva manera de vivir.
La religión establecida a partir de aquellos lejanos acontecimientos no ha sido siempre fiel a los principios que surgen de ellos, pero también es verdad que en la existencia contradictoria de la religión cristiana siempre ha habido modelos como San Francisco, San Martín de Porres o Teresa de Calcuta. Esta religión con el nuevo mandamiento del amor produce cambios enormes en los conceptos fundamentales de las ciencias y de las artes. Se mezclan las antiguas enseñanzas atenienses de Aristóteles con San Agustín y de allí se desprende toda la nueva filosofía. No se puede explicar la civilización actual sin San Agustín, Tomás de Aquino, Francisco Suárez ni Juan Pablo II. O sin Miguel Ángel, Brunelleschi, Dante Alighieri, Velazquez, Bach o Mozart.
Nunca jamás nada ha tenido mayor impacto que el nacimiento de aquel Niño, en medio de una gran pobreza que hoy recordamos en el pesebre. Ningún poder militar, ni político, ni económico ha podido más que aquel que nace en un pobre pajar de Belén: ¡El poder del Amor!
Fortunato González Cruz
Por la calle real
Dentro de dos días el mundo entero festejará la Navidad, que es el acontecimiento de mayor impacto en la historia de la civilización humana: el nacimiento de un Niño que significa la alianza entre lo divino y lo humano y, en consecuencia, una ruptura con todas las ideas y conceptos que existían hasta entonces. Desde aquel momento sucedido hace poco más de dos mil años comienza la humanidad a vivir un nuevo concepto de civilización.
Hasta que irrumpe el Dios hecho hombre en Belén de Judá, los pueblos tenían sus propios dioses, que eran el eje de la identidad de cada familia, clan, tribu, pueblo o nación. Cuando los pueblos dejan atrás la trashumancia y se asientan en un lugar surge la ciudad, que se constituye en torno a los dioses particulares de las familias o grupos que la formaban y a sus propios dioses que la identifican. La religión formaba parte esencial de lo doméstico y de lo público y los dioses protectores eran exclusivos, únicos de cada grupo comunitario o social. Entre los diversos pueblos había grandes diferencias étnicas, de lengua, de costumbres y por supuesto religiosas y de allí que era común que estallaran guerras entre ellos. La conquista y la dominación era la regla. Pero nace Jesús de Nazaret y el curso de la historia comienza a tener un nuevo giro.
Jesús nace de una mujer muy joven, quizás de unos 15 o 16 años de edad; campesina pues Belén era una aldea de pastores. Su padre José era carpintero, descendiente de la familia de David, el antiguo rey mejor recordado del pueblo judío. Hablaba arameo y vivió su niñez y su juventud en medio de una familia humilde, rural, sencilla, trabajadora y sumamente religiosa como era natural en aquella época y en aquellas tierras agrestes. Comienza su vida pública en la celebración de un matrimonio con un milagro que parece insignificante o baladí: se acabó el vino en una boda y hace aparecer uno nuevo y mejor para que la fiesta no termine. Ese hecho tiene un inmenso significado en cuanto al valor del matrimonio y de la familia, así como también a la importancia de lo festivo entre los humanos. Los hombres somos seres de pareja, de dos sexos diferentes pero complementarios que se unen por amor para vivir juntos, tener hijos y formar una familia. Esa unión entre un hombre y una mujer es el acontecimiento más celebrado en cualquier nación en cualquier tiempo. Jesús nos dice desde el inicio de su Ministerio que esa es una Ley de Dios, y hoy tiene más significado e importancia que nunca cuando se pretende con la ley civil torcer lo que la Ley de Dios y de la Naturaleza ha establecido.
Dos hechos más revelan el inicio de una nueva civilización: El encuentro con la samaritana que es el reconocimiento de la unidad del género humano por sobre las diferencias existentes desde la prehistoria; y la parábola del buen samaritano y el peregrino herido a quien aquel lleva a su casa, lo cura y le da de comer. Nace a partir de estas dos enseñanzas dos conceptos nuevos: el de humanidad y el del amor ambos componentes esenciales de una nueva manera de vivir.
La religión establecida a partir de aquellos lejanos acontecimientos no ha sido siempre fiel a los principios que surgen de ellos, pero también es verdad que en la existencia contradictoria de la religión cristiana siempre ha habido modelos como San Francisco, San Martín de Porres o Teresa de Calcuta. Esta religión con el nuevo mandamiento del amor produce cambios enormes en los conceptos fundamentales de las ciencias y de las artes. Se mezclan las antiguas enseñanzas atenienses de Aristóteles con San Agustín y de allí se desprende toda la nueva filosofía. No se puede explicar la civilización actual sin San Agustín, Tomás de Aquino, Francisco Suárez ni Juan Pablo II. O sin Miguel Ángel, Brunelleschi, Dante Alighieri, Velazquez, Bach o Mozart.
Nunca jamás nada ha tenido mayor impacto que el nacimiento de aquel Niño, en medio de una gran pobreza que hoy recordamos en el pesebre. Ningún poder militar, ni político, ni económico ha podido más que aquel que nace en un pobre pajar de Belén: ¡El poder del Amor!
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