17 diciembre 2007

LOS OJOS DE UN TORERO


LOS OJOS DE UN TORERO.
Por Agustín Hervás

Acaso cuando " El niño de la palma", sintió en su pecho el deseo de dominar el mundo, portando en su mano un palo y un trapo rojo, un estoque y una muleta, nunca pensó que sería el pilar de una dinastía de hombres que escribirían con sus vidas, gratas páginas de la tauromaquia.
Cayetano Ordoñez, nació en Ronda, esa ciudad mágica de la sierra malagueña que embriagó a los poetas románticos y se vistió de grana y oro, color de los valientes, para decir y proclamar en sus calles y en sus plazas que "Oronda Fidelis et Fortis", "Ronda Fiel y Fuerte". Y no podía ser menos, siendo la ciudad del padre de la tauromaquia Pedro Romero, que aquel escuálido chaval de ojos negros y elegante porte, fuera torero. ¡Con qué gracia, con qué donosura, con qué majestuoso arte adornaba la filigrana de su muleta al aire delante de la cara del bruto!. Así tal que las crónicas de los periodicos más importantes lo aclamaron y lo ensalzaron con titulares como: "Se llama Cayetano y es de Ronda". La Guerra Civil española frustró aquella meteórica carrera. Pero por esa misma guerra pudimos enamorar a Hemingway.
Cayetano, Alfonso, Juan, Antonio, Pepe.... todos sus hijos quisieron tocar la gloria, pero todos ellos se rindieron y apoyaron, junto con el padre, el inmenso arte, el gran estilo, el puro clasicismo de Antonio Ordoñez (por parte de padre) Araujo (por parte de madre).
La carrera del príncipe del toreo fue impactante. Llegaba pronto al aficionado, calaba en la mentalidad taurina del público y se manifestaba en multitud de seguidores que en donde toreaba le seguían con la ilusión de verle pegar cuatro lances a la verónica ligados, ganándole terreno al toro para sacarlo desde el tercio a los medios para abrochar con la media verónica dejando al bruto, vencido y dominado en el centro del redondel.
El maestro de Ronda cautivó a públicos modestos y versados, entre otros al panadero de la esquina, al tendero de la calle mayor, al labrador y jornalero; pero también cautivó a Hemingway, aquel idealista americano que quiso contribuir a la defensa de la democracia en España, y que inmortalizó en su novela más vendida, Por quién doblan las campanas (1940), una idea de libertad que básicamente consistía en hacer entender al lector que la pérdida de esta supone que en cualquier país se encuentra en peligro la gracia política de ser libre.
Este americano de Illinois considerado ya un clásico de la literatura de la lengua inglesa, era un escritor de la llamada generación perdida, que describía el carácter básico de los hombres y relataba con vehemencia todas sus emociones, siendo capaz de penetrar en el alma del torero y de parir al mundo Fiesta (1926) la novela que le dio fama. Pero "El Viejo..." que también encontró en el mar un dulce canto de verdades y mentiras, cuando conoce a Antonio Ordoñez ya tenía el veneno del toreo metido en el cuerpo, un veneno que derramó en Muerte en la tarde (1932) y que culminó con una serie de artículos publicados en la revista Life donde con firmeza de pulso apuntó las claves necesarias de la rivalidad entre el maestro de Ronda y su cuñado, Luis Miguel "Dominguín". Claves que se desarrollaron en el verano del año 1959 y se escribieron en los ruedos españoles con excelente toreo y con sangre. Mucha de ella derramada por Antonio Ordoñez y que en las propias palabras de Hemingway denominaría "un verano sangriento".
Otro genio americano prendado de la magia del arte de torear y que plasmó su sabiduría en el celuloide y en la interpretación, que supo introvertir en su esencia el espíritu del toreo pasando en España largas temporadas junto al torero rondeño fue Orson Welles; de esta manera adquirió una importante madurez que acentuó su magna personalidad cineasta y que le llevó a rodar dos importantes de sus películas en el país de la piel de toro, Campanadas a media noche (1965), y Una historia inmortal (1968).
¡ Tanto asimiló Orson Welles este espíritu a su existir, que hasta en su muerte quiso sentirse torero! En un acto sencillo pero intenso cayeron las cenizas, en las que su orondo cuerpo se habían convertido, dentro del pozo que en su finca el maestro Ordoñez tenía. El acto familiar era arropado entrañablemente por Antonio y la hija de Welles.
Nunca Antonio Ordoñez deseó que las hijas nacidas de su matrimonio con la hermana del que fuera su rival en los ruedos, Luis Miguel "Dominguín" hubieran nacido varones. Nunca esto, si bien su deseo era perpetuarse a través del arte de torear, bien en un hijo que no llegó, o bien en uno de sus descendientes. Esto llegaría más tarde, pero antes deseo hacer una tibia semblanza sobre la belleza.
No hay nada más hermoso ni más sugerente que sentirse cautivado. El canto que ahora hago no es tibio por desconocimiento sino por modestia pero sí es cierto que el ritmo de mi corazón es otro desde aquel día.
Sé que era primavera, que el sol alimentaba las verdes hojas de los árboles de la alameda y que sus rayos fluían candorosos por los ojos del puente del Tajo. Ese enorme precipicio que se vierte, desde lo más antiguo de la ciudad hasta sus campos adornados de barrancos y que es tránsito desde la romántica a la moderna ciudad de Ronda, con estación de penitencia en la Plaza de la Real Maestranza de Caballería. Hoy plaza de toros. Antes, desde el siglo XVIII, circo de ejercicio y pruebas de los caballeros maestrantes.
Allí acudí en la atención que merece mi profesión a ver para luego contar una tarde de toros en una centenaria plaza junto a una mujer morena.
No es que no conociera la belleza, que la conocía, es que unos ojos morenos centelleantes, a mi lado, buscaban en el ruedo puntas de azabache que reflejar en sus pupilas y deslumbrar. No es que no conociera la belleza, es que una piel morena cubría un delicado cuerpo revestido de azul cielo. No es que no supiera su nombre es que supe que se llamaba Carmen de apellido Ordoñez.
Tal fue la cautividad de su mirada, de su gesto, de su ropa, de su piel, que supe que más allá de sus ojos no podía haber nada. Nada más que, amor.
Carmen Ordoñez fue cautivadora y sugerente porque fue una mujer capaz de amar. La hija del maestro de Ronda, del príncipe del toreo, no alcanzó a ser varón ni a perpetuar a su padre en la tauromaquia, pero lo perpetuó en la intensidad del amor que es aún arte, si cabe, más difícil que el de torear. Una mujer llamada a amar y concebida para amar es una obra perfecta, una hija perfecta, para un hombre que amó el arte en la exacta dimensión de la creación.
¿Acaso fue por esto cautivado un torero? ¿Acaso su boca, sus ojos o en sí su amor rindió a un hombre, a un torero de valor y de poder, de entrega y de dignidad? Francisco Rivera "Paquirri" rindió su muleta y su espada. Rindió su amor al amor de una bella mujer.
"Paquirri" aquel torero que murió en las astas de un toro en un pueblo, Pozoblanco, de la sierra de Córdoba, pasó a formar parte de esta dinastía que se perpetuó en dos hijos. Francisco Rivera Ordoñez y Cayetano.
De Barbate, en Cádiz. Es el lugar del nacimiento de Paquirri. De un padre torero, de una familia modesta, de una vida apasionada y valerosa, un torero valiente. Poderoso y dominador en todos los tercios, "Paquirri" fue forjando su carrera a base de sudor, de esfuerzo y de trágala. Airoso y lucido con el capote, eficiente con las banderillas, contundente con la muleta y certero con la espada conquistó el poder del toreo de la mano y administración de una de las casas con solera en el toreo, más famosas de España, la conocida como la de los Camará. ¡Hasta su trágica muerte en cuyos momentos guardó la entereza que no pudo sostener por la sangre que se escapaba veloz de su pierna, hasta la expiración, fue un hombre, un torero!
No estoy convencido, no tengo la certeza de saberlo pero si una razonable duda, que su hijo, Francisco Rivera Ordoñez, educado y formado en lejanos ambientes españoles decidió ser torero cuando interiorizó la fuerza vital de su padre y la eficiente sabiduría de su abuelo. Rivera Ordoñez no pudo resistirse a ese almizcle de sueño y temperamento. Cayetano Rivera Ordoñez, llegó más tarde a esto del toro y también lo hizo, supongo, por interiorización de la historia que le antecedía. Los ojos de un torero, miran una dinastía de sangre y vida, de amor y muerte.
(Publicado en la revista Tendido 6, que edita la Unión Taurina de Abonados de Málaga)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hervás, ¿es usted el descamisado con buche prominente, que figura en el extremo izquierdo de la foto, señalado con una punta de flecha azul?

Arenero

Anónimo dijo...

Amigo Agustín, nadie y digo nadie ha sabido glosar como lo has hecho a una familia torera como los Ordoñez. Creo que los nietos del maestro deberían agradecerte tan emotivo artículo y sobre todo, por tus expresiones de admiración y cariño hacia sus padres.

PepeP

Anónimo dijo...

Si quereis ver los toros de Cebada Gago, Fuente Ymbro y la Quinta para la próxima temporada, pasaros por la web de Cabaña Brava:
http://www.toroszgz.org/index.php?option=com_content&task=view&id=230&Itemid=2

Malagueto y Pacopi, creo que Puche va a traernos algunos...en fotografía

PepeP

Anónimo dijo...

Muy bueno para el día de los Santos Inocentes, PepeP...
Ni en fotografía. La Unión de Taurinos Estafadores, no tienen ni un gramo de verguenza y el año que viene otra vez ratillas con pitoncillos.
Además, el zapatones asesor empresarial, dice que no quedan toros como estos para Málaga.

Saludos
Malagueto

Anónimo dijo...

Agustin este canto a la belleza, deberia ser incluido en el libro.
Enhorabuena.
De los Ordoñez ya hablaremos en mejor ocasión.
Salud
El Coronel