EN EL HOGAR
Por Agustín Hervás
Onda Cero Radio
Tribuna de Salamanca
Estoy convencido de que esta época en la que el invierno alberga la Navidad no es una época cualquiera. Ya se sabe que cada uno cuenta la corrida como le ha ido y hay quienes se deprimen, otros se ponen la sonrisa en la boca y algunos hasta viajan fuera con tal de no verse ni las caras.
Depende de la corrida, ya lo sé, pero de lo que sí estoy seguro es de que en este tiempo de Navidad se recuerdan cosas, tantas que a algunos nos hacen llorar y a otros reír. En esta época en que las lumbres están a todo gas a los taurinos se nos da muy bien añorar.
Atizo el fuego, chisporrotean las llamas haciendo crujir los haces de ramón y en la tarde hecha noche me llueven recuerdos de las cosas que mi abuelo me contaba enjaretando una pleita de esparto para el remiendo de una espuerta de acarrear aceituna.
" En aquellos tiempos los toros estaban lustrosos, todos tenían los cinco años o los superaban, tenían libras ¡y eso que se pegaban caminatas enormes de cinco y de seis días! Caminaban por veredas y cañadas reales y los acompañaban en la guía unas partidas de cabestros grandes y hermosos que sabían más que lepe, los conducían los vaqueros y gañanes y no faltaban durante las jornadas lances curiosos, chascarrillos y cuentos..."
La pleita de esparto sobre su rodilla, liada en un trapo de tela de saco humedecida, menguaba con rapidez. De cuando en vez, escupía sus manos como para suavizar las abrasiones de las briznas y manejar el trenzado con eficacia.
" Una vez al llegar los toros al pueblo hicieron parada en las eras de la carretera y en la anochecida un grupo de gamberros mozalbetes los hostigó tanto que los animales salieron de estampida ante el estupor de los vaqueros que algunos sin ensillar las jacas que traían hubieron de montarlas a pelo y salir en su reunión antes de que los toros alcanzaran la plaza mayor. Aquella noche los zagales durmieron en el calabozo y la policía municipal tuvo que hacer un retén de guardia en las eras para evitar mayores. El Vitor llegó a su casa al amanecer con los pantalones del uniforme cagaos porque no ganó pa sustos..."
Pleiteaba y se reía, callaba y se afanaba en la urdimbre.
"Aquellos seis fueron unos dijes de toros, me acuerdo de los nombres: Siniestro, Prior, Zurdo, a ver déjame, sí, Cardenal, Monaguillo y Zocato. Pero no me acuerdo del ganadero. Negros los seis. Grandes y mansos que hicieron montarse a la gente, alguno salió bueno, pero difíciles si eran. Todos se aplomaron a última hora. Eran guapos de mucha fachá y ninguna casta. Güeno estuvo el alcalde de presidente y gracias. Alvarito superior en uno, superiorisimo en otro y mejor en el último. Se hartó de dar vueltas al ruedo y la gente no paraba de echarle gallinas, conejos y botas de vino. El otro mataor creo que era de Almería pero mi cabeza no alcanza a acordarse del nombre, alto sí que era, no estuvo mal el hombre pero a mí me gustó más Alvarito..."
Terminó su esparto, un asa que cosió a la espuerta, con tan solo por luz la de la lumbre y sin lentes, aún apuraba en sus labios una colilla de Iberos sin pegar una tosida. Y yo aquí hilvanando este articulo con un ordenador luminoso y con gafas pensando en el caos que el año que viene va a producir lo de no fumar. ¡Mester ver, gachón, mester ver!
¡¡Feliz Noche Buena!!
27 diciembre 2005
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