05 marzo 2007

EL MEDIQUIN

EL MEDIQUÍN.-
Le llamaban "el Mediquín" porque era tan grande en espíritu y sabiduría como diminuto de cuerpo; al Mediquín lo adoraban y querían pacientes y familiares por su inigualable "ojo clínico", aguda comprensión, disponibilidad, gracejo y simpatía.
Era tan pequeño como su Ciudad Real, auténtico "poblachón" manchego que lo vio nacer en los aledaños de la Gran Guerra: más aldea que ciudad, más entelequia que realidad, repleta de calles rectilíneas y casas bajas, con pavimentos de empedrado no apto para automóviles y sí para carruajes de tiro; esa Ciudad Real que hoy es urbana y a tiro de piedra de la metrópoli madrileña gracias al AVE, esa ciudad que albergó la casa y consulta de nuestro personaje a la espalda de la céntrica Plaza del Pilar y, mucho antes, en la calle Camarín.
Todos esos años y épocas pasaron mientras el Mediquín ejerció de galeno; eran los años que van desde la posguerra hasta principio de los noventa, toda una vida entregada a aliviar el sufrimiento ajeno.
El preclaro ejercicio de su profesión no tenía más secreto que una inteligencia fuera de lo común y una férrea voluntad que lo amarraba al estudio diario y a la actualización permanente de una ciencia que él lograba trocar en arte gracias a su entrega, intuición, dedicación y humanidad para con los enfermos.
Hijo fiel de su ciudad, fundada por el Rey Sabio, hizo suya esa sabiduría y la dejó patente en sus más de ochenta años de vida.
El Mediquín tenía una pasión: la fiesta de toros, delirio e ilusión que cultivó hasta su última hora, en la primicia del año noventa y siete. Por tanto, hablamos de un hombre apasionado, apasionado en su obligación y en su devoción; en sus devociones, pues se le iban fácilmente ojos y manos tras las mujeres hermosas.
El Mediquín era un gigante, un "ángel fieramente humano", una fuerza de la naturaleza contenida en tan menguada envergadura.
Y era también un gran aficionado taurino, cuyos ojos contemplaron todo el esplendor y decadencia de la tauromaquia del siglo XX. Ahí es nada transitar desde Joselito y Belmonte hasta José Tomás sin perder entusiasmo y ganando siempre en conocimiento, y eso a pesar de hallarse casi imposibilitado ya por la torpeza de sus extremidades y por una casi ceguera que lo mermó sobremanera, amén de la desazón que le producía conservar el cerebro vivo y el pene muerto.
No obstante, sus hijos fueron su mejor báculo y cayado para combatir las carencias de los años postrimeros.
Comprendió siempre que torear es mucho más que dar pases; por eso se mostró tolerante con cualquier espada que pusiese lo mejor de sí mismo en el empeño y alabó con exaltación las obras maestras, pero no contemporizaba con la desgana, mandanga o abulia de algunos coletudos; por eso le cupieron muchos toros y toreros en la cabeza y por eso acudió a la plaza con el mismo ardor y brío, tanto de neófito como de añejo.
También sabía que el toreo está hecho de técnica y de arte, de cosas axiomáticas e inaprensibles y sutiles, de lo evidente y lo misterial o recóndito; y aceptó y asumió, con una postura tan humilde como indagadora, las miserias y grandezas de nuestra Fiesta; en suma, aplicó a los toros la definición que de la Medicina hacía el arcaico Galeno, a la que bautizaba como "la ciencia de las cosas salubres, de las insalubres y de las que no son ni lo uno ni lo otro".- En otras palabras, ciencia de la vida
Tanta fue su afición que, aparte de formar parte del equipo médico de su plaza ciudadrealeña durante décadas y décadas, viajaba, incluso anciano, a Madrid o Sevilla, a Almería –patria de su esposa y familia política- o a cualquiera de los pueblos manchegos que, con sol y moscas, llenan sus plazas en el maratón agosteño.
Cada arte tiene los seguidores que se merece, y el Arte del Toreo produce y fabrica estos insignes y conspicuos prosélitos. Eso nos da idea de su grandeza y verdad.
Yo siempre me honraré de haber sido sobrino y discípulo -taurino y vital- del Mediquín, el que en vida fue don Eduardo Rodríguez Arévalo.
Almería, 2 de marzo de 2007.




José García Sánchez.

No hay comentarios: