Nadie duda que la ciudad de Salamanca tiene, como escribía M. Martín Agacir (Estampa, 1928-1936), "una hermosa cordillera de piedras labradas cuyas cumbres eminentes se llaman Monterrey, Universidad, catedrales...". De todo este encanto arquitectónico, de río y arrabales, muralla y ciudad, quién no conoce el esplendor de su ancha, clara y bella Plaza Mayor.
No es menos cierto que esta ágora podría bien llamarse dos veces monumental. De una parte, por todo su conjunto arquitectónico y, de otra, por su adaptación para acoger muchedumbres: en ferias, conciertos, actos políticos o aficionados a los toros que allí organizan sus corridas, convirtiéndola en un circo monumental.
Si miramos al pasado taurino que es el que nos ocupa, podemos encontrar que en la plaza de San Martín, anexa a la Plaza Mayor, se corrían toros. Todo parte de la época de Felipe V, llamado 'el Animoso', que fue rey de España desde el 26 de noviembre de 1700 hasta su muerte en 1746, siendo el primer monarca de la Casa Borbón en España. Pasó a la historia por su deseo afrancesado de abolir la tauromaquia. Asunto que en Salamanca no tuvo mucho éxito.
Este primer Borbón no tuvo más remedio que acceder a las peticiones de los muchos gremios que poblaban la ciudad -cereros, mercaderes, plateros, buhoneros, panaderos, talladores... - quienes pedían un lugar donde concentrar los dispersos obrajes y covachuelas. En esa petición nació lo que de ser lonja en un principio, se convirtió en patio de juegos, anfiteatro, lugar de fiestas, plaza de armas y coso taurino donde se celebraban corridas de un tipo y de otro. Este ancho recinto, cuya construcción (de 1729 a 1756) impulsó el alcalde corregidor Rodrigo Caballero, y diseño el arquitecto Alberto Churriguera (pabellones Real y de San Martín) tuvo algunas pequeñas modificaciones posteriores. Este corregidor también quitó de la plaza de San Martín el Rollo donde se ajusticiaba a los malhechores, para construir el ágora local, y, de esta manera, se instalaron las fiestas de los toros. El Rollo se ubicó en la calzada que unía Salamanca con Madrid, dando nombre al paseo y que se terminó en 1793, conocido hoy en día como Avenida de los Comuneros.
Fiesta "españolísima"
La fiesta de los toros se considera "españolísima", como la definían a principios del siglo XX, que en sus inicios fue "una especie de montería de fieras salvajunas". Más tarde llega el toreo a caballo, con jinetes/caballeros que alancean a las fieras, ya que el toreo de a pie -ya en tiempos de Felipe V- era asunto de la plebe. Tanto fue el gusto y poder del pueblo, que se impuso la lidia de a pie, es decir, el toreo cuerpo a cuerpo y espada, sobre los aristócratas lanceadores. En aquellos tiempos, las banderillas se ponían de una en una y eran conocidas como arpones.
No cabe duda de que para la provincia de Salamanca el toro es más que una entusiasta diversión e, incluso, deporte, como se decía antaño. El toro viene del pasado milenario de esta tierra. Ha sido esculpido en recias piedras de granito, cantado en romances y surgido de las entrañas de la dehesa. Ejemplo es el Toro de la Puente a las orillas del río Tormes y guardián del Puente Romano y la ciudad, en el que Lazarillo dio "la gran cabalazada". Aún no sabemos, a ciencia cierta, si este toro fue deidad o hito, lo cierto es que este animal forma parte del escudo de Salamanca, y el pueblo lo toma como parte de su alma. ¿Alguien entiende a Salamanca sin el toro, o al revés?
Cuenta la leyenda, una tradición que figura en el blasón, que en el año 711, cuando los árabes eran los dueños de la ciudad y los salmantinos habían sido desplazados a los arrabales, un toro acostumbró a pastar en las huertas de la Vega del Tormes. Viendo los cristianos que no era hostigado, se confiaron, acabando por hacerse amigos de los moros.
Ya las crónicas de finales del siglo XVI escribían: "Afición particular de los salmantinos... En 1575 dispuso el Consistorio que, los que se graduaran en doctores, en conformidad con una vieja costumbre, dieran cinco toros, si era uno solo, y, si dos o más, dieran cuatro cada uno, entregando prendas para su cumplimiento". ¿Cuántos toros no se lidiarían en la ciudad? Añadamos a todos ellos los que daba el Consistorio por San Juan, Santiago y la Asunción.
Otro cronista relata que en la iglesia convento de San Antonio el Real (actual tienda de Zara en el Liceo) había una cofradía que acostumbraba a festejarle con "procesiones, novillos amaromados y lúcidos fuegos". Y añade la crónica que prohibir los festejos taurinos causó graves alteraciones del orden público "por celebrarse así desde tiempo inmemorial". Nos situamos en 1669.
A mediados del siglo XVIII, la Congregación de la Catedral de Salamanca organizó "ostentosas corridas de toros con picadores de vara larga". De la pasión taurina de las gentes salmantinas resultó por la época deplorable la costumbre del llamado 'Toro de San Marcos'. Recogen las crónicas que la fiesta del Evangelista alteraba la tranquilidad de toda la ciudad, lo que se convertía en un día de infiernos. La ciudad era engalanada con cuernos. Además, existían grupos de mozalbetes, llamados los 'Pillos del Carbón', que recorrían la ciudad con astas de buey sujetas en varales. Tras la misa, los cofrades salían a pedir. Les seguían los 'Pillos', descarados y endemoniados. Sacaban por la calle un toro enmaromado al que hacían penetrar en las casas, correr por las calles e, incluso, cruzar la Universidad. Una vez dada muerte a la fiera se organizaban grandes meriendas con la carne a orillas del arroyo del Zurguén. Peo todo tiene su final, y este llegó cuando el 'Toro de San Marcos' mató a un arriero que venía de la sierra de Gata y a sus mulos, y se perdió, desde ese trágico suceso, esta costumbre.
'Salamanca la Plaza Mayor' de Guzmán Gombau Guerra, relata que, en 1764, "se acordó suspender los festejos por resultar demasiado caros". Lo que causó diversos motines y alteraciones del orden público, que se sucedieron hasta las corridas de la feria, los 7, 9 y 12 de septiembre.
De tragedias taurinas también hablamos en la Plaza Mayor. Se lidió un toro tan bravo que, recoge el libro 'Historia de Salamanca' de Villar y Macías, "se acreditó matando a ocho personas e hiriendo a muchas". Era el 12 de septiembre de 1808, fecha en la que alternaba Juan Gaspar Romero, que cayó mortalmente herido, con el después tristemente célebre bandido 'Tragabuches'.
La Plaza Mayor, coso taurino
Todos estos espectáculos que se sucedían por toda la ciudad, tuvieron su acomodo con la construcción de la Plaza Mayor. Por ello, no es extraño que esté plagada de alusiones en sus paredes y rincones: 'Arco del Toril', 'Arco del Toro' que posee una cabeza esculpida, o el 'Parador de los Toros' de cuyo corral salían los picadores para la corrida. Como también la espadaña del Ayuntamiento, antes en el pabellón de San Fernando o en el Rollo, desde el día de Santiago -25 de julio- hasta San Mateo -21 de septiembre-, se anuncian las corridas de toros de la Feria. Es la tradicional 'Mariseca', una silueta de toro de chapa a modo de veleta. También la Universidad poseía una casa, desde la que presidía las corridas de los doctores, una costumbre que venía de la época de Felipe el Hermoso.
Rebuscando en los archivos de Salamanca también se puede leer que, al colocarse los bustos de Carlos IV y María Luisa en 1806, figura entre los festejos organizados una corrida de veintiséis vacas bravas sueltas.
Nos acercamos en el tiempo, y ya en 1850, de Béjar salió el torero Julián Casas 'el Salamanquino', primer importante torero salmantino del que se tiene conocimiento. Muchas corridas de este valeroso torero, por las pasiones desatadas a favor y en contra de unos y otros, fueron silenciadas, principalmente por 'El Enano', que también las criticaba de manera poco formal. Era este periódico de Madrid y decíase seguidor de Clarín, subtitulado como "periódico picante, burlón y pendenciero", que "escribe de cuanto Dios crió, menos de política, que ni por el forro la conoce, y de religión, que es materia delicada". 'El Salamanquino', como torero decían las crónicas que existen, "superó su corazón a su estilo". Un hombre campechano y liberal, logró adquirir un terreno conocido como 'El Montalvo de Julián Casas' en las cercanías de la capital.
Veamos una crónica de la época sobre el torero bejarano: "En Madrid, 1853... Sonsoniche y ojo ar Cristo, que lo primerito que vuesas mercedes van a ver es al bien plantao 'Salamanquino'; vestido de verde y oro, y al elegante Cayetano, con sus alamares de plata en fondo carmesí y ar zeñó Trigo, que de color canela con plata lleva el traje; los tres, a la cabeza de la jacarandosa cuadrilla, por la muerte del malogrado 'Chiclanero'. ¡Ahí están ya; viva el garbo y el aquel, y Dios libre a mozos tan juncales de un azar!".
Otra crónica, ya en Salamanca: "Sale 'Lucerito', de Andrade. Vean cómo le mata dos rocines a Puerto en ocho varas, y uno a Calderón en nueve, y otro a Sevilla en una y cómo toma, además, de Osuna dos puyazos. Julián, de paisano, a ruegos, bajó a la plaza salmantina, y, aún, cuando el toro, de seis abriles, no estaba picado y era corniabierto y tuerto, con dos pares de banderillas le mató, recibiendo...". Y finalmente, he ahí a nuestro primer torero conocido: "... vedlo, muleta en mano, dar estocadas por todo lo alto; vedlo, con su capilla en suerte, defendiendo al picador comprometido".
En nuestros tiempos...
La Plaza Mayor de Salamanca, ya en el siglo XX, dejó de tener uso como coso taurino, salvo en dos ocasiones, porque en el siglo XIX, concretamente en 1893, con proyecto del arquitecto Cecilio González Domingo, se comenzó la construcción del actual coso taurino en la avenida de San Agustín. Todo tuvo su origen en el deseo de varios comerciantes locales que buscaban atraer a nuevos clientes durante las ferias de septiembre, por lo que se construyó la actual Plaza de Toros de La Glorieta. La sociedad que sufragó los gastos estaba compuesta por doscientas trece personas, dedicadas al comercio y a la industria, y para su construcción se tardó año y medio.
No obstante, Salamanca tuvo antes otras dos plazas: la primera en 1840 en el Campo San Francisco, lo que originó que la Plaza Mayor dejara de celebrar corridas. No obstante, sí hubo alguna excepción, como fue en 1846, con motivo de las bodas de Isabel II, y, más tarde, en 1860 por la Feria ganadera de San Mateo.
La segunda plaza de toros se utilizó entre 1864 y 1892, cerca de la Puerta Zamora, conocida como plaza de Toros de los Mínimos, fue desmantelada, y se aprovecharon todos los materiales y piedra franca para construir los 'Hoteles de Mirat', proyectados por Cecilio González Domingo.
El 15 de julio de 1972 la Plaza Mayor volvió a ser el escenario de una corrida de toros a beneficio de la Cruz Roja. Aquel día torearon el rejoneador Álvaro Domecq, que cortó una oreja siendo la primera del siglo en este coso, Gabriel de la Casa, que cortó otro trofeo, el malogrado diestro portugués José Falcón, con dos orejas, y Juan José, que no tuvo suerte y sufrió una serie voltereta. La organizó el empresario salmantino Paco Gil, al que se conoce por 'el milagro de Santander', al lanzar la feria taurina a niveles insospechados. Fue dueño del Gran Hotel, del Monterrey y del Colón de Béjar, y apoderado, entre otros, de Paco Pallarés, Julio Robles, Dámaso González, Jorge Manrique o el rejoneador Manuel Vidrié.
La última corrida de toros que se celebró en la Plaza Mayor tuvo mucha controversia, la que se denominó Corrida Iberoamericana del Centenario, con motivo de la Feria Universal Ganadera (FUG). Ateniéndonos al festejo taurino, decir que se celebró el 13 de junio de 1992, a las 10 de la noche, con retransmisión para millones de telespectadores, ya que fue televisada para todos los países hispanos. Los toros pertenecían a la ganadería salmantina de Sepúlveda, que no dieron buen juego, y los diestros fueron el colombiano César Rincón, el portugués Víctor Mendes y estaba anunciado El Niño de la Capea, que fue sustituido por José Ortega Cano. En el mismo, Mendes cortó dos orejas.
A modo de resumen con toda esta prosaica taurina, hacer nuestras las palabras del cronista M. Martín Agadir, en 'Estampa', (allá por 1928-1936): "Salamanca es la única provincia donde el toro arisco representa algo falto de flamenquismo, algo unido a la raza, tan apegado a ella que, lo que parece espectáculo bárbaro, es ruda expansión vaquera, valiente prueba de rústicos avezados a luchar con las castas vacunas".
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