01 febrero 2019

IN ARTÍCULO MORTIS



IN ARTÍCULO MORTIS
Por Agustín Hervás
Periodista

Hay personas que se acercan a mí recordándome los treinta años que he estado informando, comentando, escribiendo y hablando de todo lo relacionado con la tauromaquia, bien en Onda Cero Radio, o en otros distintos medios de comunicación. Esas mismas personas, algunas con cierta mala idea, me advierten de la muerte inminente de todo lo relacionado con el mundo del toro bravo, de su pronta desaparición. Y no puedo rebatir algunas de sus tesis salvo que lo que morirá con certeza será el negocio de la tauromaquia que los propios interesados, como tantas veces advertí en mis editoriales, se estaban cargando. Los propios taurinos (como a ellos les gusta llamarse) avaros y egoístas olvidaron el origen mismo de la tauromaquia para convertir su esencia en moneda de cambio. En la tauromaquia hay muchos más valores que están por encima de lo propiamente crematístico.

He sostenido siempre, y lo mantengo, que el mundo del toro nunca supo transmitir esos valores como seña de identidad. Durante los treinta años de profesión aprendí que el toreo es un arte y que consecuentemente la tauromaquia es una forma de vida. Siempre mi curiosidad fue infinita, mis raíces no estuvieron jamás vinculadas al mundo del toro y llegué a él por curiosidad y por el prurito de ser aficionado. Tanto me interesó que decidí aprenderlo y pertenecer a él. No siempre lo conseguí, pues su particular endogamia no permitía nuevos miembros, pero con trabajo y espíritu de superación  pude ser admitido y rápidamente me di cuenta de que aquello era otro mundo; sus vivencias, su lenguaje, sus costumbres, su riqueza espiritual... sus valores (honor, respeto, compañerismo, valentía, arrojo, pasión, caballerosidad...) valores que no eran frecuentes en un mundo que comenzaba a desmoronarse con la aparición de seres mediáticos, aupados por las entonces emergentes cadenas de televisión privadas, que llenaron de vulgaridad a la sociedad española y que nos han ido socavando terreno a la educación con mayúsculas tras la cultura del pelotazo, los yupies y la ley del mínimo esfuerzo bien consolidada en todos los planes educativos que preferían cantidad de aprobados, por mastuerzos que estos fueran, a números clausus.    

La tauromaquia es el Ave Fénix que cubre la piel de España, piel de toro es, resurge y se desvanece en sus propias cenizas, pero corren inciertos tiempos para el toreo debido a la sociedad que hemos creado, sentimentaloide, impostada, falsa, deshumanizada e incomprensiblemente animalizada, donde se valora más al animal que al hombre.

 Me educaron en la creencia de que las bestias que nos ayudaban en las labores del campo tenían que comer antes de que la familia se sentara a la mesa. Que debían estar perfectamente cuidadas pues su valor era el valor de nuestra vida. Pero ellas eran bestias y nosotros personas. Si, esas mismas que hoy en día no nos damos los buenos días, disputamos por nimiedades y nos parecemos cada día más a ellas, a mis amigas las bestias. Quizás por eso creamos que todos, ambas bestias, debemos de estar en el mismo plano. 

Podría ser interesante reeditar el Bestiario de Don Juan de Austria para que algunas mentes privilegiadas sepan de lo que estoy escribiendo.

Es una forma de vida la tauromaquia pues se respeta al toro y se prima la dignidad del hombre. Es un arte el toreo pues tanto el que lo practica como el que lo aprecia, se siente motivado por aquello que ve.

Si los taurinos hubieran sabido explicar esto como lo explicó en su día el filosofo y poeta Felix Grande quizás no asistiéramos a la agonía de este Ave Fénix del toreo que ahora opaca la piel de toro que es España. 

Como el poeta extremeño, vaya por delante nuestro respeto por el torero, hacedor de la magia taurina, magia que se determina por la emoción que se trasmite en el acto de ejecutar las suertes. Él contaba que había sólo dos maneras de torear que emocionaran. “Cuando el torero entra a la ceremonia del ruedo como si fuera por primera vez, lleno de sol, de energía, de lujuria creadora, de fuerza, de juventud, de alegría. Y cuando el torero entra a la ceremonia del toreo como si entrara por última vez, lleno de luna, de pesadumbre, de soledad y quizás lleno de derrota.” ¡Y no me digan que las metáforas no son arrebatadoras! “Lujuria creadora” “lleno de derrota”. Y concluía su defensa del toreo como arte: “ hay toreros que consiguen convencernos de que están toreando por primera vez y al mismo tiempo por última vez.” Y sí, coincidí con él entonces y lo sigo haciendo y defendiendo ahora, sobre todo, hubo dos que ambos llegamos a ver: Pepe Luis Vázquez y Antoñete en sus respectivas reapariciones de los primeros años de la década de los ochenta. Más yo añadiría uno más, este contemporáneo, José Tomás. Torero de lujurias y derrotas, ilumina las plazas y las almas de los espectadores creando vínculos de emoción y explicando en el ruedo que el sacrificio, cruento, que no cruel, del toro, (el espectáculo tiene sus reglas), tiene que ver con la consciencia, inconsciencia o preconsciencia, así lo definía Felix Grande, del ser humano. Es más, añadía: “ o desde el fondo del aullido de su propia materia, saben que van a morir, y no quieren morir, en general esta es la historia del genero humano, el conocimiento de que vamos a morir y la negativa, la resistencia escandalosa y callada a la muerte. Hay un instante en la corrida de toros en el que ese agujero negro que es el animal que representa a la muerte y que viene a por nosotros, no solo se apodera de nosotros sino que contribuye, colabora con el hombre a convertir el drama humano, el drama de tener que morir, en una obra de arte. Hay un instante en el que todo es ritmo, el toreo es ritmo, la muñeca del torero es ritmo. Hay un instante en el que se mezclan, se funden y se confunden y ese es el instante que los aficionados a los toros vamos buscando, no solamente para ver la belleza, la valentía, la bravura del toro, la gallardía del torero, sino para ver nuestra momentánea inmortalidad.”

Claro, también en todo este tiempo que he dedicado a hablar y escribir de toros, he aprendido que en este mundo de la tauromaquia también hay lerdos, demasiados lerdos para entender y explicar la filosofía de Felix Grande, que es la tauromaquia de José Tomás y otros muchos toreros, ¡como no! 

Si en cada uno de los debates toros sí, toros no, se hubiera expuesto esta teoría, al menos, entiendo, no se hubiera sufrido el oprobio de lo inculto, aunque también eran cultos, supuestamente, aquellos que mandaron crucificar a Jesús. 

In artículo mortis está la tauromaquia, más esperemos pues que si es verdad que se repite la historia, el Ave Fénix resurja de sus cenizas, o más propiamente, al tercer día resucite y después de haber entrado en el ruedo lleno de derrota, lo hagamos llenos de lujuria creadora.

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