Traten Ustedes de imaginarlo : venía de la Plaza, con la visión aún caliente de la tarde. En el anochecer urgente de “ Informaciones “ o “ Pueblo “ o “ El Adelanto “ o “ Tribuna “ aporreaba con contumaz rabia esa máquina de escribir de la que nunca supo o quiso desprenderse. La vista levantada( primero sin y luego con la ayuda de cristales ) para otear y describir con belleza descarnada un mundo en el que se pensaba un extranjero, un extraño, sin tiempo y sin edad.
“ Espacio y tiempo juegan al ajedrez “ cantaba Antonio Vega mientras el abuelo Alfonso hacía literatura de una “ décima de segundo “ para disfrazar cruelmente su particular visión de la realidad en la soñada plástica partitura del toreo.
De la estirpe de los poetas sin poesía. Imponer, más que compartir, lo que sabía. Espectador apasionado, encerrado en su propia biografía. Pura soledad, soledad infinita.
Algunos compartimos con él vino y amistad e, incluso, traiciones dolorosas. Algunos entendimos que los toros los conoció como nadie. Algunos entendimos que los toros los describió como nadie. Algunos supimos que, en su inmenso egoismo , ese conocimiento lo regaló a todo el mundo y que cuando quiso hacer cuentas y caja de lo dado era más grande el debe que el haber.
Como Roy Batty el Replicante de “ Blade Runner “ con toda la razón pudo proclamar en su epitafio: “ He visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser... Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir “.
Alfonso Navalón Grande : cronista, testigo de un mundo agonizante en perpetuo peligro de extinción, de un mundo trágico, escritor de un tiempo heroico que se pierde, que se desploma. Con la mirada tocando el final del día, con los ojos de quien no quería que se acabara nunca la vida que amaba.
Domingo Bejarano
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