España, Por Miguel Ángel Yáñez
Nos despertábamos este jueves con la triste noticia de la desaparición de Manolo Lozano a sus 94 años, un hombre, un torero, un apoderado, un soñador; más que un nostálgico, un auténtico admirador de la tauromaquia y de sus orígenes.
Desde su nacimiento en Alameda de la Sagra (Toledo) en agosto de 1930, la vida de Manolo Lozano fue un cruce constante entre destino y determinación. Se crio libre, al amparo de su abuelo y sus tías, antes de ingresar interno en los Maristas.
Estudió veterinaria en Madrid, pero su corazón estaba en el Rastro, en esas fotografías en blanco y negro que capturaban la estética y verdad de Gitanillo de Triana. La tauromaquia le hablaba desde entonces no solo como arte, sino como modo de vivir.
Debutó con picadores el 25 de julio de 1958 en Aranjuez, cortando cuatro orejas y rabo. En 1970, en Tánger, tomó la alternativa con Manuel Benítez El Cordobés como padrino, y Gabriel de la Casa de testigo, frente a toros de La Jarilla. Cortó nuevamente cuatro orejas y rabo y se cortó la coleta esa misma tarde. No necesitaba más. El ruedo le sirvió para entender la otra cara del toreo, la que se fragua en los despachos.
Su forma de ser era tan única como irreverente. Bohemio, impredecible, entrañable, intuitivo. Capaz de cerrar un contrato con una palmada o abrir una puerta grande con una frase. Tenía el olfato del genio y la sensibilidad del aficionado viejo, ese que no necesita datos para entender que un toro embiste de verdad o que un torero tiene duende.
Convirtió a toreros en figuras. Más de 40 toreros pasaron por su batuta: Vicente Punzón, Gabriel de la Casa, Juan José, Curro Durán, Manili, Ortega Cano, Roberto Domínguez, El Soro, y, por supuesto, dos gigantes contemporáneos: El Juli, a quien catapultó firmando más de cien contratos por temporada en sus inicios, y Morante de la Puebla, con quien mantuvo una relación de arte, genio y locura, hasta que el de La Puebla se cortó la coleta en 2018.
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La historia de Manolo Lozano no es simplemente la de un hombre, sino la de una era. Una época donde el empresario sabía de ganado, de toreros, de carteles, pero también de público. Un tiempo donde el apoderado era un hombre de callejón, de mesa de mármol, de conversación larga en el café, de paseíllo callado con mirada cómplice a sus toreros, a quienes más allá del apoderamiento, era quien les diseñaba su carrera de una meticulosa forma, sin dejar nada al libre albedrío.
Manolo Lozano, gracias por todo lo aportado a la tauromaquia, al toreo y por formar esa maravillosa familia taurina de los Lozano, junto a sus hermanos Pablo, Eduardo, José Luis y su hermana Conchita; una saga que tiene su continuidad en sus sobrinos Pablo, Fernando y Luis Manuel. Quienes levantaron una de las estructuras taurinas más influyentes de la historia moderna, dominando con inteligencia y astucia las plazas de Aranjuez, Segovia, Pontevedra, Las Ventas, Manzanares o Barbastro, entre otras; así como su ganadería de Alcurrucén.
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D.E.P. y nuestras condolencias más sentidas a toda la familia Lozano!
De torosenelmundo.com
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