06 marzo 2025

FERNANDO ROBLEÑO SE VA.

 

El adiós de Fernando Robleño, el aguerrido titán que se forjó entre toros de pedernal: "Mi carrera siempre estuvo en el filo de la navaja"

Se va del toreo tras 25 años labrados a sangre y fuego. Sueña con la última tarde sea en Las Ventas cuando llegue el otoño. El sábado arranca en Villaseca con una corrida para la investigación del cáncer infantil

Fernando Robleño, matador de toros, posa en un rincón del literario Ca
Fernando Robleño, matador de toros, posa en un rincón del literario Café Varela Javier Barbancho

Fernando Robleño (Madrid, 1979) se va del toreo con una carrera labrada a sangre y fuego, un currículo de napalm y el respeto de la afición. Un cuarto de siglo como matador entre ganaderías de pedernal. Aquel chaval de 12 años que ingresó en la Escuela de Tauromaquia que ahora dirige construía faenas de ensueño con toros de dulce. La vida le deparaba otro camino, la senda de los hierros duros, la ruta que abrasa. Robleño, chiquito de estatura pero grande de corazón, se metió entre pecho y espada camadas de sílex: Escolar, Pablo Romero, Palha, Victorino, Adolfo...

Su primera Puerta Grande fue un 21 de abril de 2002 con una corrida del Conde de la Maza. Aquel año de su alumbramiento acumuló hasta cinco tardes en la temporada de Las Ventas, contrato a contrato, sustitución a sustitución, hasta coronarla en Otoño con otra procesión a hombros. Entró por El Cid caído y lo izaron, otra vez, por la calle de Alcalá.

Alcanzada la hora del adiós, le da más vértigo mirar hacia atrás que el futuro, consciente de su lucha: «Mi carrera siempre estuvo en el filo de la navaja. No soy de echarme flores, pero cuando contemplo mi currículo, con esas corridas a las que me he enfrentado, valoro con mucho orgullo haber llegado hasta aquí».

Sobrevivir tanto tiempo en el territorio del torismo, donde cada tarde quema el doble, es un ejercicio de heroísmo mayúsculo. «Cada corrida supone un desgaste brutal, físico y psicológico. Tiene mucho mérito. Ha sido un camino muy duro andado gracias a mi dedicación. Todas esas tardes tan difíciles se superan por pura vocación. Y, al final, lo que más valor tiene es acabar siendo mejor torero que cuando empecé», cuenta Robleño. El niño que dibujaba naturales de seda en la Casa de Campo transformó su tauromaquia de sus sueños para adaptarla a la guerra. Un oficio curtido en mil batallas.

De aquel chiquillo que jugaba al toro, si es que alguna vez Fernando se tomó el toro como un juego, queda «el respeto y la admiración por el toreo, el amor propio de la superación. Nunca me imaginé llegar a ser Fernando Robleño». Su talón de Aquiles siempre fue la espada y su hándicap, ser de Madrid. No es lo mismo responder al concepto de «torero de Madrid» que haber nacido en Madrid. Que es como ser un torero sin patria chica. «Lo comparto. No es fácil ni ser de Madrid ni hacerse en Madrid», reflexiona.

«Siempre que me han llamado he estado ahí. Domingos de Ramos y Resurrección, marzo, abril o julio, igual en agosto que en septiembre, un Dos de Mayo que un 12 de octubre. Y nunca he faltado a San Isidro». Por esto, y por todo, cuenta con el respeto de los tipos que escriben su historia con la tinta de la integridad. Las Ventas, su plaza a fin de cuentas, le quiere y admira: «Jamás rehuí Madrid, y eso su público lo ha valorado. Para mí es un privilegio».

Para ser fiel a su trayectoria, en la próxima feria de San Isidro, su último sanisidro, matará las corridas de Adolfo y Dolores Aguirre, con la expectativa puesta en despedirse definitivamente de Madrid en Otoño, con algo más amable, le sugiero. «Voy a estar sufriendo hasta el último día. Pero me haría mucha ilusión que la última tarde fuera en la plaza de mi vida. Ojalá que con un cartel fuerte. Dios lo quiera», suspira.

Nunca en la historia se dio el caso de que un matador de toros en activo ocupase el cargo de director de la Escuela de Tauromaquia. Robleño a veces alerta a los chavales de la dureza de la profesión; otras no les asusta tanto. Y en ocasiones analizan sus propias tardes. ¿Y cuándo las cosas no salen? «Ellos no se atreven a decirme nada de mis fallos, pero yo sí se los reconozco. Siempre he sido muy exigente conmigo mismo. Supone una doble responsabilidad. Te obliga a estar bien delante de aquellos a los que les estás enseñando y exigiendo».

A FR le gustaría asomarse de nuevo a Pamplona, donde cayó herido en 2023 entre las fauces de un toro de Escolar que era un tigre de bengala y no volvió. Y aspira a decir adiós en todos los sitios donde pasó tanto miedo y se creció con su alma de pequeño y aguerrido titán.

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