Posibilitó la aprobación del Reglamento Taurino de Andalucía que fue el primero de las comunidades españolas, y por extensión (como suele pasar cuando se divide) el primero para el principio del fin del orden establecido en el toreo, dando paso a que la tauromaquia fuera lo que es hoy un objeto de deseo anticultural para los animalistas.
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