31 enero 2007

LA FIESTA DE LOS TOROS: ¿UNA PASION INUTIL?

DON BENITO "EL GARBANCERO", ES DECIR PÉREZ GALDÓS, TIERNO GALVÁN, UNO DE LAS MENTES MÁS PRIVILEGIADAS QUE FUE DE ESTE PAIS, EL CID CAMPEADOR, SARTRE, NIETZSCHE, ILUSTRAN EN FONDO HISTÓRICO, LA HILVANADA ARGUMENTACION DE PEPE GARCÍA EN DEFENSA DE UNA ARREBATADORA PASIÓN. LA DE LOS TOROS.


LA FIESTA DE TOROS: ¿ UNA PASIÓN INÚTIL?.-


Don Benito Pérez Galdós, poco entusiasta de los toros y, con seguridad, nuestro mejor literato tras Cervantes, decía: "aparte de las emociones de la lidia, existen las emociones del espectáculo, y el pueblo español tiene profundamente arraigada en su alma la necesidad de estas emociones.....- Es imposible dejar de volver los ojos a una fiesta que, por sus elementos y todas las circunstancias que en ella concurren, no tiene semejanza en parte alguna.- Los toros son inimitables, incopiables e intraducibles.- .......Se puede decir que el día que no haya toros, los españoles tendrán que inventarlos.- Quienes gastan tinta y saliva en abominar de la tauromaquia, declaman estérilmente contra una pasión que está en el fondo mismo del carácter nacional".-
El eximio autor de Los Episodios Nacionales da pronto con el quid de la cuestión: Los toros son una pasión, una inclinación vehemente del ánimo, una ardorosa exaltación, son, en suma, tal como los definió Tierno Galván, el acontecimiento nacional por excelencia, explicativo de nuestra forma de ser, entender y estar en el mundo.- No son un espectáculo, son un acontecimiento, toda una concepción del mundo y de la vida.-
La Fiesta taurina es una pasión, y apasionadamente la viven cuantos intervienen en ella: pasión del ganadero en la selección y crianza del toro bravo, animal único, soñado, pensado y diseñado -a base de desvelos y no pocos fracasos- por y para el toreo; pasión en el toro bravo en su ardorosa entrega a la lucha con el lidiador; pasión en el torero que se abandona con desmayo ante el toro cuando ejecuta su arte; pasión en los espectadores cuando aplauden o silban la obra torera; pasión de los aficionados, y hasta de los periodistas, con sus filias y fobias por este o aquel artista; pasión, incluso, la de los antitaurinos en sus toscas, burdas y estériles arremetidas taurófobas.....- Pasión y más pasión.- ¿Por qué y para qué tanta pasión?.-
Hasta la llegada de los visigodos a la península Ibérica, todos los pueblos anteriores (iberos, fenicios, griegos y romanos) mantuvieron relaciones de tipo totémico, religioso, funerario y hasta cinegético con el toro.- Árabes y cristianos, en la Edad Media, reanudan y amplían esta relación con el toro, si bien el desafío y el juego con el animal lo protagonizaban nobles y caballeros para dejar constancia de su hidalguía y valor, hasta el punto de que la imaginación poética de Leandro Fernández de Moratín, en su conocido romance "Madrid, castillo famoso..", elevó a histórica la improbable y no demostrada anécdota de que El Cid Campeador se presentase en Madrid para alancear un toro y demostrar a los moros, cuyos nobles practicaban con fruición este deporte, el valor y pericia que adornaba a los caballeros cristianos.-
Como vemos, el desafío al toro, en nada parecido aún al toreo, se encuentra en manos caballerescas y así permanecerá hasta entrado el siglo XVIII, sin que la existencia en la parte norte de España, en los siglos XIV y XV, de los llamados mata-toros tuviese continuidad, al ser abortada por el poder real.- Efectivamente, estos mata-toros son los primeros miembros de la clase baja, del pueblo, que se enfrentan y dan muerte a pie a los astados; existe constancia de que, en 1385, el rey de Navarra Carlos II pagó cincuenta libras a cada uno de los dos aragoneses –uno moro y el otro cristiano- que contrató para dar muerte a otras tantas reses en Pamplona.- Sin embargo, el rey Alfonso X el Sabio, en sus famosas Partidas, llama infamados a estos hombres que se enfrentan al toro profesionalmente, es decir, cobrando, al tiempo que incita a la nobleza a continuar con la práctica del toreo caballeresco.-
En resumen, hasta aquí queda patente la inquietud, el gusto, la pasión por el toro de un pueblo, pero no por el toreo, que aún no existe tal como lo conocemos y que es obra de ese mismo pueblo cuando se le da la ocasión de convertirse en protagonista y no en mero espectador.-
Esta ocasión comienza a presentarse en el siglo XVIII y culmina y se define en el primer tercio del XIX, y ello no de forma caprichosa o casual sino muy enlazada con las evoluciones sociales de la época, hasta el punto de que también se ha dicho que la Historia de España se comprende mucho mejor conociendo la historia y evolución del toreo.- Es verdad que el siglo XVIII es el siglo de la Ilustración, el Siglo de las Luces, del imperio de la razón, en el que llegaron a convivir las ideas del barroco y del neoclasicismo con las embrionarias e incipientes del Romanticismo.- Sin embargo, con ser todo ello cierto, en nuestro país se produce, además, el curioso fenómeno del "plebeyismo", que no consiste en otra cosa que en que el pueblo, la plebe, impone sus hábitos y costumbres en todos los órdenes de la vida nacional, haciendo que la nobleza abandone gustosamente sus modos aristocráticos y se regodee buscando las diversiones más desgarradas o los entornos y escenarios más oscuros y bajos, donde con frecuencia reinaba el mal gusto y la chabacanería.-
Por otra parte, y como inciso, no podemos olvidar que el inminente Romanticismo significa una auténtica revolución cultural y estética, en nada parecida a la feble, cursi y sensiblera imagen que muchos tienen de él, pues, frente al frío cartesianismo del "pienso, luego existo", se opone el "siento antes de pensar" del precursor Rousseau; a la rigidez neoclásica se contrapone la libertad temática y formal; frente al racionalismo ilustrado, la valoración de los sentimientos y la intuición; frente a la tiranía, la libertad individual y la dignidad del ser humano, hasta el punto de que muchos de los movimientos libertarios y abolicionistas surgidos a finales del siglo XVIII y principios del XIX son hijos de la filosofía romántica.- Además, el amor a la Naturaleza virgen y la critica a las condiciones infrahumanas del medio urbano, junto a la revalorización del mito y de algunos de los valores del medioevo, completan un esbozo descriptivo bastante aproximado del que pudiéramos denominar ideario romántico.-
En definitiva, y retomando el hilo anterior, el aplebeyamiento de la nobleza origina que el pueblo se apodere del espectáculo, por lo que desaparece el aristócrata a caballo –antecedente claro del rejoneador actual- y es sustituido por hombres del pueblo que, primero, toman protagonismo como varilargueros -precursores de nuestros actuales picadores-, sin que los lidiadores de a pie, siempre plebeyos, cambien su condición de meros auxiliares de aquellos.- Por los escritos del famoso varilarguero don JOSE DAZA sabemos que era acompañado frecuentemente en sus desplazamientos para actuar por gentes de la nobleza que admiraban su arte, que en nada se parecía ya al toreo caballeresco y se resumía en una pura hazaña campera que todos celebraban con bulla y algarabía.- El afamado Daza, también en su libro o tratado taurino, se burlaba con desprecio de las ceremonias y cortesías consideradas antes de suma importancia y de uso obligado en el toreo caballeresco.-
Vemos, pues, que el pueblo se ha apoderado del espectáculo, pero el siglo XVIII no verá hasta su segunda mitad como tres de sus hijos, un carpintero –Pedro Romero-, un matarife –Costillares- y un aprendiz de zapatero –Pepe Hillo- adquieren gloria, fama y toman el protagonismo de la Fiesta al imponer definitivamente el toreo a pie, organizan las cuadrillas, redactan la primera de las grandes tauromaquias e inventan lances tan fundamentales como la verónica o la suerte del volapié, concibiendo ya los distintos lances y suertes de la lidia como un conjunto armónico y ordenado y no como algo disperso e inconexo.-
La cristalización y culminación definitiva de este gran cambio se producirá en la tercera década del siglo XIX y correrá a cargo del llamado Napoleón de los toreros, FRANCISCO MONTES, PAQUIRO, quien toma la alternativa el 18 de abril de 1831, curiosamente en la misma época en que el romanticismo penetra en nuestro país, hecho que me parece crucial y sumamente ilustrativo.- Montes publica su Tauromaquia en 1836, redactada por el crítico don Santos López Pelegrín, Abenamar, lo que le valdrá para recibir también el apelativo de El Gran Legislador.-
Gran legislador porque, amo y dueño absoluto del toreo durante su no muy largo reinado, fijó con su tratado la secuencia del toreo a pie, disciplinó férreamente la cuadrilla a las órdenes del único protagonista –el matador- y reglamentó el orden de las suertes y lo privativo de cada uno de los tres tercios –varas, banderillas y muerte-, hasta el punto de que muchos de sus preceptos permanecen aún en las modernas reglamentaciones taurinas de nuestros días.-
El concepto del toreo ya está servido desde este momento: Se acabó el atávico desafío más o menos asilvestrado y anárquico; desde ahora, el juego con el toro, el toreo, es mucho más, es un reto y un rito.- Se gana el reto cuando se cumple el rito de la lidia, que es el camino o proceso a seguir y, a la vez, fuente de conocimiento de la naturaleza del animal, de su comportamiento y actitudes, que serán domeñadas y vencidas con una rica multiplicidad de suertes, lances y trasteos, garantes, a su vez, de una fecunda libertad expresiva y artística, abierta siempre a la innovación y perfección, lo que permitirá pasar de un toreo puramente defensivo o de preservación al toreo de arte y expresión plástica, que irá tomando forma con Lagartijo –primer matador con el que se comienza a hablar de arte en los toros-, pasará por la inmensa figura de Guerrita –uno de los tres o cuatro toreros trascendentales de toda la historia- y culminará en la revolución de Belmonte, cuna del toreo moderno, a través de los eslabones de El Espartero, Reverte y Antonio Montes.- Todo esto ocurre en cincuenta años mal contados, de 1865 a 1913.-
Defino, pues, el arte del toreo como un reto basado en un rito, donde un hombre desafía a la Naturaleza, a la dualidad vida-muerte que el toro simboliza, y vence si cumple las normas del rito; con él, con el torero, conjuntamente vencen todos los demás –el coro de espectadores- que, identificados con el héroe, sienten la emoción de la catarsis, de la cura o purificación espiritual que esta reivindicación de la vida, pasando por la muerte, conlleva.- En definitiva, se gana el reto porque se cumple el rito, y se culmina el rito cuando se ha ganado el reto.-
Fondo y forma inextricablemente unidos, pasión dionisiaca y conocimiento apolíneo juntos.- El arte del toreo: pasión y conocimiento.-
Y esta es su fuerza y su capacidad de arrastre, pese a quien pese y pase lo que pase, ya sean prohibiciones reales o políticas, anatemas eclesiásticos o, inclusive, hasta las propias corruptelas.- La Fiesta de toros: una pasión.-
El filósofo y escritor existencialista Jean Paúl Sartre definía la vida como "una pasión inútil".- Aparte de recordarme al sobado dicho de "no somos ná" que, sobre todo en los entierros, pronuncia siempre un espontáneo filósofo de vía estrecha, yo prefiero darle la vuelta al calcetín y preguntarme si merece la pena vivir sin pasión, sin una o varias pasiones.- Es más, paréceme que tal posibilidad no existe, y que sólo los muertos carecen de ellas, incluidos los muertos en vida.-
Yo, que no estoy muerto, y muchos más, proclamamos nuestra pasión por los toros, por un arte lleno de vida, belleza, y verdad, por un arte donde, conforme al pensar de Nietzsche, "lo sensual está en razón directamente proporcional al sentido de lo trágico".-
¿Pasión inútil? : sí, tan inútil como la vida misma, pero es el caso que nadie quiere morir, o lo que es igual, "no ser ná". -
Almería, 19 de abril de 2001.-
JOSE GARCIA SANCHEZ.-

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es una delicia leer cosas como esta. Muchas felicidades Agustín por traernos cosas como esta.