11 mayo 2018

EL MAESTRO DE SINGILIA BARBA


EL MAESTRO DE SINGILIA BARBA
Por Agustín Hervás
Periodista

Aquella tarde de agosto del 92 debía ser como cualquier otra tarde de feria, y ¡vive Dios que no fue un sueño ni uno de aquellos espejismos con que el estío de aquel calurosísimo año nos envolvía!
Después de la comida con la que Agustín, el dueño del bar Nerva, nos obsequiaba a los tertulianos, a Mariví Romero, Angel Guerrero y a mí, los aromas del buen café y del Glenfiddich aparecían en momentos de nervios, justo antes de abrir los micrófonos de Onda Cero Málaga, para, como todos los días de feria, empezar la tertulia taurina a las ondas de una frecuencia modulada en compases de pasodobles y olés.
Más un rumor nos turbó.
De su Antequera del alma, pasión y vida por siempre, llegó apurado y sudoroso nuestro compañero Ángel Guerrero. Sus múltiples quehaceres pasionales y vitales, que siempre vinculó a su vida como parte del aire que le era necesario para su existir, le hacían llegar justo a tiempo de entrar en antena. Aún así, siempre encontró minutos para saludar e intervenir en la pre tertulia, y viéndonos tan azorados preguntó:
.- ¿Ha pasado algo?
Mariví y yo, aún ultimábamos detalles del guión y de la conexión con el estudio, con el técnico de sonido, y alguien de la mesa debió decirle que el rumor era sobre un suicidio, del que nunca tuvimos confirmación oficial, y que el murmullo ferial había tapado por sevillanas, verdiales y tragos de rebujito, y cuya noticia llegó hasta nosotros debido a la presencia como tertulianos de varios policías que fueron invitados por ser delegados gubernativos en los espectáculos que se celebran en La Malagueta. Reaccionamos con la perplejidad inmediata de la empatía y al silencio de algunos, se unió la opinión de otros hasta que Ángel tomó la palabra con una certeza superlativa. En realidad, como si de una figura del toreo se tratara, Ángel Guerrero tuvo su mejor tarde. A decir verdad, Ángel fue una figura de las ondas y de la palabra y a pocos he tratado con la agilidad mental que atesoraba. Y fue entonces cuando nos sorprendió con esta aseveración que no era otra que la de un hombre sabio llegado de un pueblo sabio, pues sabia es la ciudad del Torcal si las arrugas de sus piedras son las arrugas de las almas nobles que la sustentan.
.- ¡Es una lástima! Estamos en feria y quien realmente ha perdido ha sido él o ella. No creo que el suicidio sea una solución. Tenemos que acordarnos que el que se suicida lo hace por algo que le pesa en ese momento. Y normalmente ese momento, pasa.
En el bar Nerva fue el silencio en una fracción de tiempo indeterminada y el olor a café embriagador llenó la otra fracción, tanto que nos invitó a la acción de charlar. El café tiene ese misterio, invita a muchas cosas, como a charlar, a fumar, a besar, a sentir, a soñar… debe ser su textura, debe ser su magia, su esencia… el café Nerva, el momento... nos puso a todos los tertulianos en la fase participativa de una feria taurina que iba tocando a su fin.
.- Dicen que ha sido por amor – alguien apuntó –
Y Ángel con ese sexto sentido periodístico que le caracterizaba dijo:
.- El verbo amar es todo un universo y el te quiero del verbo amar se debería comprobar, porque decir te amo no es un aserto científico.
.- Olé, si no fuera por el hecho tan triste te besaría… has estado sembrado
.- Besarme no, pero un abrazo… ¡venga!
La tertulia taurina arrancaba con sensaciones positivas. Así era Ángel Guerrero, capaz de insuflar a las gentes la alegría necesaria para cambiar los pitos por los aplausos, en tardes de dudosa sintonía. Y ya todos compartimos, como cada tarde, interesantes temas, personajes curiosos, que opinaban, opinábamos, sobre lo transcurrido en el ciclo ferial, el antes y el después de los festejos, el análisis de lo que los toreros hacían en el ruedo… y una vez más en una sentencia Ángel definió la feria de aquel hermoso año del 92:
.- En algunas faenas de esta feria ha pasado que los toreros han tardado en encontrar el sitio y casi han perdido todo. Otros sucumbieron en el intento, y los que lo vieron más claro, triunfaron.
¡Irrefutable!
Aquella tertulia, como todas las tertulias que Mariví Romero, Ángel Guerrero y yo, presentábamos en los albores de la última década del siglo pasado, bajo el prisma de la verdad que en periodismo suele ser, salvo excepciones, la insignia de la profesión más “valiente” del mundo, fue la tertulia en la que Ángel Guerrero se nos mostró como un maestro, pues esa originariamente había sido su profesión, y a fe que lo era.
.- La verdad nos hace libres, que se dice en las Sagradas Escrituras, pero la verdad para quien la dice se puede convertir en puñalada trapera y para quien la recibe una cuchillada en la yugular.
Este era su parecer sobre la verdad a la que nunca en el tiempo que trabajamos juntos faltó, y en el vídeo que acompaña a este artículo se hace notoria su profesionalidad, su coraje y su entrega al periodismo, a modo de editorial y a causa de una critica que de un oyente oyó en una cervecería. Pasión, dominio del verbo y amor por su trabajo.
Sé cuanto amaba Ángel a Antequera: “Amar a Dios sobre todas las cosas y a Antequera, casi tanto como a Dios”, y sé lo que Antequera amaba a Ángel, lo nombró su hijo predilecto. Muy pocas veces se puede encontrar simbiosis tan pura.
Su muerte me pilló en un largo viaje donde la tristeza no se apartó de mí. Y cosas del destino, aquel mes de noviembre también murieron Fidel Castro, Leonard Cohen y si me lo permiten los demócratas americanos, pues Donal Trump les ganó.
Hace unos días que supe que El Sol de Antequera celebra este año su centenario. Ángel fue su director desde el año 1982 y entonces, como impulso, sentí que tenía que escribir este artículo, pues muy pocas veces uno encuentra en su vida ángeles que nos ayuden en la travesía, y para mí supuso una fuente de aportación personal y crecimiento. Nada más que en este modesto articulo que en su pergeño llega ya a su fin, encontramos la templanza con la que expuso su idea sobre los que deciden arrebatarse sus vidas, el juicio al definir el amor, la ponderación al resumir las faenas de los toreros de la feria y la sabiduría en su teoría de la verdad.
Radiábamos las corridas a tres voces, contábamos lo que veíamos y aún contábamos más, pues a Ángel siempre le salía la vena pedagógica.
Disfruté y aprendí trabajando con él, igual que estoy seguro hoy disfrutan trabajando y aprendiendo aquellos que beben del legado que nos dejó en El Sol de Antequera, notario de la historia viva de un pueblo de civilizaciones.
En su centenario, ¡larga vida al Sol!, ¡larga vida a Singilia Barba! Antequera.
¡Felicidades!





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