17 abril 2007

LA AMENA DE DON TANCREDO (la critica y los taurinos)


LA AMENAZA DE DON TANCREDO
(la critica y los taurinos)
Por José García Sánchez

Sin embargo, no es esto lo que escuchamos habitualmente en las crónicas y reseñas de los gacetilleros y cronistas taurinos, esos mismos gacetilleros que se reúnen para diagnosticar los males de la Fiesta y buscar soluciones a la crisis del espectáculo, esos mismos comentaristas que están bajo sospecha de haberse enriquecido multimillonariamente a costa de cobrar ingentes cantidades de dinero a todo el mundo, toreros incluidos, para encumbrar a unos e ignorar a otros.
La autodenominada flor y nata de la crítica taurina está atada a tantos pesebres, tan cubierta de mierda, salvadas gloriosas excepciones, que su crédito para el aficionado debería ser nulo o casi nulo, pero no olvidemos que, hoy más que nunca, las plazas se llenan de público y no de aficionados, y ahí está el problema, que al público sí lo enredan y enmarañan con sus cantos de sirena, con sus mentiras y lugares comunes, con sus descubrimientos del "toreo moderno", con sus repugnantes frases de que el toro de hoy es más bravo y que se torea mejor que nunca, con sus descalificaciones a los agoreros o fundamentalistas –así llaman ellos a los aficionados-, con sus empalagosas lisonjas a mercaderes y vividores, con sus, en definitiva, connivencias con los que se sirven de la Fiesta en vez de servirla.
Estos redentores de vía estrecha pretenden colocar la zorra a cuidar las gallinas y reclaman la autogestión de la Fiesta, o lo que es igual, la creación de una Federación taurina compuesta por los taurinos, ellos también incluidos, naturalmente.
Los taurinos, es decir, toreros, ganaderos y empresarios.
Ganaderos que hacen cesión de su libertad y autonomía para criar un toro verdaderamente bravo y no sólo "toreable o artista", pendientes únicamente de seleccionar poco y vender mucho; toreros que se mueven más como un "lobby" o grupo de presión que como artistas, que exigen el medio toro para realizar con él el medio toreo; empresarios que han cedido ante las exigencias del torero porque no se ven presionados por una afición exigua y exigente, o que nunca piensan en reinvertir parte de los beneficios para que surjan nuevos toreros.
Esos taurinos que, sobre todo los toreros, andan negociando con la Administración una nueva reforma del Reglamento que les conceda más facilidades y derechos que el actual. Y para colmo de males, esa Administración que ni sabe, ni puede, ni quiere ni le interesa realmente ocuparse y preocuparse de la Fiesta de los Toros, a pesar de cuantas rimbombantes declaraciones salgan de sus representantes; esa Administración que no ha sido capaz de abordar algo tan elemental y fundamental como el cambio del caballo y el peto de picar, que no es capaz de arbitrar un instrumento jurídico eficaz para acabar con la lacra del afeitado, decretando un análisis completo y sistematizado de las reses lidiadas y haciendo recaer la sanción en el único y directo beneficiario del fraude: el torero.
Así está la Fiesta y así se comportan los taurinos; se mueven mucho alrededor de sus propios intereses, es decir, dan vueltas sobre sí mismos, no se mueven porque no se renuevan: están como Don Tancredo, envueltos en su harina y anclados a su peana.

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